Paris y sus alrededores (en tan sólo dos horas y media)

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¿Quiere ser la envidia de sus amistades? ¿Quiere ser percibido como alguien sofisticado y mundano, vívido y vivido, con chic y con cachet? Paris es lo que usted necesita. Respirar el aire de Paris —inhalemos todos: ¡aaahhh!— y después morir, acaso de una sobredosis de glamour. Paris es rosa. Paris es risa. Y, lo que es más, Paris es Hilton, y eso ya es garantía. No deje pasar esta oportunidad, válida sólo por unos pocos días: comuníquese con su editora favorita y, a vuelta de correo electrónico, ella le hará llegar su pink passport, indispensable para pasar las dos horas y media más estimulantes de su vida en el universo irresistible e irrefrenable, insolente e indolente, de Paris, the one and only.
     (Caí en la trampa pero no me arrepiento. Y es que, ya sólo por los seis minutos que pasé con ella, I’ll always have Paris.)
     *
     “Almuerzo societé en honor y presencia de Paris Hilton, a las 13:30 horas en el Hotel Condesa DF.” Como supongo que, por societé, la invitación pretende referirse a la alta sociedad, pongo especial cuidado en el atuendo: desempolvo el traje Boss beige (vestir de oscuro podría revelar el peor de mis pecados: que trabajo) y lo combino con una camisa sin corbata, empeñado en transmitir el grado justo de nonchalance. Inútil precaución, que diría Rossini, por las razones que a continuación listaré:
     Pese a mis cuidados, el atuendo traiciona mi origen de clase nada societé: los escasos hombres asistentes llevan sacos pertenecientes a trajes (oscuros), camisetas de estampado presuntamente sarcástico, jeans azul marino y zapatos puntiagudos. (Y, desde luego, tienen el rostro de Jude Law y, cosa aún más importante, el peso de Jude Law.)
     No soy un invitado: soy “prensa”. Y la prensa no es vista por la societé. Por tanto, resulta plenamente irrelevante si voy vestido o desnudo. No existo.
     Así me lo hace entender el guardia de la entrada del Hotel Condesa. “¿Letras Libres? Eso es prensa, ¿no? Ustedes van por la entrada de servicio, amigo.” A la entrada de servicio, pues, y con unas ganas desaforadas de mear que, sin embargo, no parecen conmover al segundo guardia: “Todavía no pueden pasar, amigo: ustedes entran a las dos. ¿Baño, amigo? No sé. Déjame platicar con el supervisor.” Lo que, desde luego, no lo lleva a moverse de su sitio. Así, aguardo de pie (mejor: dando saltitos) durante veinte minutos. Mi compañía es el Vuitton Boy —un fotógrafo gordito, provisto de mochila Louis Vuitton, portacelular Louis Vuitton, cigarrera Louis Vuitton, cartera Louis Vuitton y brazaletes de cuero Louis Vuitton—, que me informa que el video porno amateur de Paris Hilton está en exhibición permanente en mi sistema de televisión por cable y comienza a describirme las cabriolas sicalípticas de su protagonista. Quisiera poner atención pero mi vejiga está a punto de estallar (recuerdo, con horror, que mi traje es beige). Aparece un tercer guardia, acaso miope, y me espeta “¿Tú eres el que quiere ir al baño?”. Asiento. “Tú sales en la tele, ¿verdad?”. Vuelvo a asentir, aun cuando sé que el tipo me confunde con… ¿Omar Chaparro? “¡Haberlo dicho antes! ¡Pásale, amigo!”
     *
     Quince minutos más tarde, como sushi y bebo champaña en la terraza del Condesa. Lo hago contra mi voluntad —detesto la cocina japonesa y la idea de probar siquiera una copa de Moët en la que flotan hielos me resulta repulsiva— pero el Vuitton Boy, generoso, me ha advertido que, para la prensa, no hay más comida que ésa. Mientras me empujo un bocado de algas con tutti quanti observo a la concurrencia, que puede ser clasificada en tres grupos:
     Botox Queens: Mujeres entre los cincuenta años y el camposanto, de una delgadez casi etérea (“social x-Rays” las llamaba Tom Wolfe), vestidas con una profusión de logotipos. Todas parecen resultado de un experimento cromosómico que combinara los genes de Marlene Dietrich y los de Elba Esther Gordillo. Su conversación gira en torno a frases como “Abajo ya está la Viviana Corcuera y, claro, ya agarró mesa. Pero eso sí: es la única que trae sombrero, y se le vuela con el aire.” (La cita es textual.)
     Pilates Princesses: Mucha flor (en la cabeza, en sus vestiditos vaporosos, en el empeine de los Manolo Blahniks y los Jimmy Choos que dejan al descubierto lo único que tienen gordo: los dedos de los pies). Mucha juventud (ninguna pasa de los veinticinco). Muchas risas, sobre todo cuando el jefe de prensa de Paris les anuncia que “Ana Cristina is coming this evening”. (Is she? How naughty of her!). Pocas curvas, eso sí. E, increíblemente, comparten algo con las Botox Queens: todas llevan la melena lacia, larga y rubia que más tarde veremos coronar la cabecita de Paris.
     Daniela Kozán: Categoría unipersonal, integrada exclusivamente por la corresponsal para América Latina de E! Entertainment Television. Viste un top de lentejuela blanca sin espalda y una falda estampada, larga hasta el piso (lo que, supongo, constituye un atuendo apropiado para la una y media de la tarde en este universo).
     *
     La terraza ha quedado vacía (la societé ha bajado ya al comedor; seguimos aquí los periodistas y los fotógrafos, pero recuérdese que no existimos). Son las 3:40 de la tarde y, sin más, el jefe de prensa espeta “¡Todos para atrás, todos para atrás! Ya viene Paris: ¡todos para atrás!”. El Vuitton Boy me da un codazo mientras reculamos unos pasos a fin de despejar la zona del elevador. “¡No! ¡No!”, prosigue el jefe de prensa, con su acento de Miami, “¡Dije para atrás! ¡Los quiero en el otro extremo de la terraza! ¡No quiero a nadie cerca de Paris! ¡Paris viene de muy mal humor!”
     Atrincherados junto a la pequeña balaustrada que nos separa del vacío, vemos las puertas del elevador abrirse para dar paso a una Paris Hilton que, en efecto, tiene cara de pocos amigos. “¡No fotos! ¡No fotos!” clama el jefe de prensa, y la prensa obedece (¿no es su jefe quien habla?). Nuestra heroína, vestida como Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año pero en color coral (el viento le vuela la falda), avanza hasta un pouf. “A ver, ¡fotos!” Las cámaras comienzan a disparar, apoteósicas, y Paris decide sonreír o, mejor aún, agachar la cabeza y entornar los ojos en su gesto más característico (acaso sea para verse las piernas, que son lo mejor que tiene). Mientras se somete a la ofensiva fotográfica, se apoderan de mí títulos de libros, películas y canciones: So This Is Paris. Estos son les mystères de Paris y ésta the poor people of Paris. Is Paris Burning? Paris Is Burning. I Love Paris. Paris When It Sizzles. Paris bien vale esta misa, aunque no sea de noche y los bebés no vengan (todavía) de ella. Por un segundo, me viene a la mente una canción llamada “Paris Makes Me Horny” (“it’s not like Californy“) pero después me invade la consigna de una película: Forget Paris.
     Antes, sin embargo, habremos de improvisar una conferencia de prensa. Llegado mi turno, le hago la pregunta que he venido madurando los últimos dos días: Haces muchas cosas pero, ¿a qué te dedicas, Paris? “Soy una marca”, me contesta sin chistar: I’m a brand. Después recapacita y añade “Soy una mujer de negocios”. Le sonrío mientras recuerdo que Bugsy Siegel solía decir que no era un gángster, sino un hombre de negocios.
     Y eso es todo. He ahí la crónica de the first time I saw Paris y, desde luego, de the last time I saw Paris. ¿Más champein? –

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