Nuestros leales lectores

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Qué maravilla despertar una mañana  y darse cuenta de que los escritores, los editores, los distribuidores y los vendedores de libros están preocupados a tal grado por nosotros, los lectores, que incluso nos informan sobre lo que tenemos que hacer. Desde hace varios meses, la tienda Amazon y la editorial Hachette –filial estadounidense de Lagardère– han fracasado en la negociación del precio de los libros electrónicos: Amazon ha estado presionando a Hachette para que acceda a bajarlo de quince dólares a 9.99, algo que la editorial no considera redituable. La discusión, perfectamente normal, se convirtió en noticia cuando Amazon decidió boicotear a Hachette en su página de internet: escondía los libros, mentía al decir que estaban agotados, extendía inverosímilmente los tiempos estimados de envío y, de manera aún más descarada, ofrecía “alternativas” para que la gente comprara libros de otros sellos editoriales.

En respuesta, Hachette decidió hacer públicas sus objeciones y empezó una campaña de desprestigio contra las tácticas monopólicas y desleales de la tienda en línea. Los escritores afectados escribieron artículos y aparecieron en televisión quejándose de la manera en que Amazon los utilizaba como rehenes para forzar a que la editorial aceptara los precios que le proponían. Las librerías independientes y algunas cadenas como Barnes and Noble aprovecharon el pleito y se promocionaron como el contrapeso justo y necesario para vencer a ese ente del mal en que muchos han convertido a Amazon.

El domingo 10 de agosto, alrededor de novecientos escritores publicaron un desplegado en el New York Times en el que respetuosamente le piden a sus “leales lectores que le escriban un correo electrónico a Jeff Bezos, ceo y fundador de Amazon, y que le digan lo que piensan al respecto”. Por supuesto, lo que se supone que nosotros sus leales lectores pensamos es exactamente lo mismo que ellos piensan: que lo que Amazon hace con los autores es injusto, porque “ningún librero debería bloquear la venta de libros o impedir que los clientes compren y reciban los libros que quieren”.

Un par de días después Amazon respondió con la misma estrategia. Si los escritores abajofirmantes se identificaron con el nombre de “Escritores Unidos” (Authors United), la carta respuesta propone que los lectores se organicen bajo el nombre de “Lectores Unidos” (Readers United) y le escriban un correo electrónico al editor en jefe de Hachette para hacerle saber que todo lector tiene derecho a obtener sus libros a un precio bajo y asequible, en especial si se trata de libros electrónicos, puesto que sus costos de producción son mucho menores que los de los impresos.

La carta de Amazon es un compendio de chistes involuntarios: acusa a la editorial de no proteger a sus autores; asegura que en varias ocasiones han ofrecido que, mientras no haya acuerdo, todo el dinero de las ventas vaya directamente a los escritores, o a un fondo para caridad, pero que nada ha funcionado y que eso es muestra evidente de que el sello abusa del nombre de sus autores para desprestigiar a la librería. En un movimiento argumentativo bastante cuestionable, Amazon compara la resistencia de la editorial al precio bajo de los libros electrónicos con las objeciones que en su momento tuvieron algunos editores ante los libros de bolsillo. En el colmo de la manipulación, cita a George Orwell fuera de contexto y lo pone como ejemplo de esta renuencia contra los nuevos formatos. Las palabras exactas de Orwell fueron: “Los libros de Penguin son de una gran calidad con respecto a su precio; son tan buenos que si los otros editores tuvieran un poco de sesos se coludirían para prohibirlos.” Convenientemente, Amazon omite citar la primera parte de la frase.

En resumen, todas las partes involucradas están muy al pendiente de nosotros, sus leales lectores, porque para eso sirve la lealtad: para que ellos se preocupen por nosotros y para que nosotros hagamos lo que ellos nos piden. La realidad, sin embargo, es que también entre la comunidad de lectores hay un desacuerdo: están los que apoyan la idea del precio bajo y su derecho a comprar un libro hoy y recibirlo mañana, y están los que apoyan la lucha de Hachette contra el monstruo capitalista y prefieren comprar su libro en alguna otra tienda y recibirlo pasado mañana.

El mundo editorial de Estados Unidos es, en apariencia, una máquina perfecta en la que todos los escritores residen en algún barrio de la ciudad de Nueva York en compañía de su esposo/a, sus dos hijos y un perro, según una moda cada vez más presente en las contraportadas. La producción de escritores está a cargo de las universidades mediante los programas de escritura creativa, de los cuales egresan figuras estelares que de inmediato consiguen agente y contratos millonarios por libros que todavía no han terminado de escribir. Cuando por fin se publica, el libro ya está en la lista de los más vendidos del New York Times con una estampa de recomendación del club de lectores de Oprah, listo para que la gente lo compre, lo lea y confirme lo que le han dicho ya: que se trata de un bestseller y que además es bueno. ¿No pinta todo perfecto?

El problema empieza cuando esta obra maestra que es la industria editorial estadounidense infecta todo de esta fiebre del oro, desde la estandarización de la escritura literaria, la idea del escritor profesional como norma, hasta la transformación de la crítica literaria de revistas y periódicos en publicidad. El éxito y el fracaso literario se miden en términos económicos. ¿Tu primera novela vendió solamente tres mil ejemplares y ni siquiera van a hacerla película? Qué mal: eres un fracasado. Por eso, más que “lector”, la palabra que más se repite en las dos cartas públicas es la de “consumidor”. Nada de esto, por supuesto, es un problema para los defensores de Hachette ni los de Amazon. El problema no es, curiosamente, el estado de las cosas, sino que ambas partes están impidiendo la libre perpetuación del estado de las cosas.

El desplegado de los escritores costó 104,000 dólares. La carta de Jeff Bezos está en el servidor de su tienda en línea. Mientras las dos partes luchan por nuestros derechos, somos nosotros, los leales lectores-consumidores, quienes financiamos el pleito. ~

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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