¿María Zambrano, entre nosotros? (1904-1991)

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N UNA CARTA A JOSÉ ENRIQUE RODÓ, Miguel de Unamuno le dice al escritor uruguayo que España es vieja y América niña, y que la cultura de la América española está en proceso de formación. No le corresponden ni el pasado perfecto ni el imperfecto sino el presente y el gerundio. De ahí entonces que el ejercicio de pensar a España —su historia y su cultura— entrañe un ejercicio de reflexión que trasciende a la Península para buscarse en el espacio más amplio de esa España raptada que es la América española.
     María Zambrano es una figura singular dentro del pensamiento hispánico contemporáneo. Nacida en VelezMálaga, en 1904, entró a estudiar filosofía, como ella misma lo advierte, después de una severa crisis religiosa que dejaría huellas indelebles en su vocación propiamente filosófica y literaria. Fue la discípula más eminente del filósofo José Ortega y Gasset, y con el salvoconducto de ese discipulado impartió conferencias a partir de 1937 en varias ciudades de la España raptada en tierras americanas (como Santiago, Morelia o La Habana). Como a tantos españoles, la Guerra Civil le cambió la vida y, a partir de 1939 y sin mucha fortuna, buscó primero la hospitalidad mexicana y luego, con mayor suerte y extensión en el tiempo, la hospitalidad antillana: vivió en Cuba, con algunas interrupciones, diecisiete años, según apunta Javier Dosil en el artículo “María Zambrano a la luz de La Habana” que se incluye en el “número especial” de Metapolítica que aquí se intenta comentar. A pesar de que su cercanía académica con José Ortega y Gasset, de quien fue ayudante en Madrid, le abrió muchas puertas, desde muy tempranas fechas, la originalidad de su pensamiento la fue apartando del de su maestro, aunque siempre lo siguió en algunas de sus líneas intelectuales: por ejemplo, la idea, patente en la España invertebrada, de que la llamada “madre patria” vivió de espaldas y al margen de Europa y de sus grandes corrientes de pensamiento contra el concepto, menos popular, expuesto por Luis Díez del Corral, según el cual España, con todas sus disyuntivas problemáticas, es europea.
     Después de Cuba, María Zambrano vivirá de 1953 a 1964 en Italia, en particular en Roma, y luego en Suiza, para por fin regresar a España en 1984 una vez muerto el caudillo Francisco Franco. Fallece en Madrid en 1991, a los 87 años.
     Se ha dicho que María Zambrano es una figura acaso marginal dentro del pensamiento hispánico contemporáneo: aquí diríamos singular pero no aislada, marginal pero siempre perteneciente a una constelación del pensamiento, acaso excéntrica pero compartiendo su excentricidad reflexiva con un puñado de escritores y pensadores inquietos por el porvenir de la cultura española y por el porvenir de esa España raptada que, según ella, “se había suicidado” en la Guerra Civil y sólo sabría encontrar un futuro (entrelineado en las preguntas: ¿qué es España y adónde va?) en el archipiélago de esas naciones que habían adoptado, “raptado” su modo de vida para salvarla. Aunque desde luego empieza a escribir desde finales de los años veinte, y publica su primer libro Nuevo liberalismo: Horizonte del liberalismo en 1930, hay que subrayar que “más de la mitad de su vida estuvo fuera de España, casi durante 45 años de su vida María Zambrano vivió en el exilio”, como recuerda puntualmente Agapito Maestre, profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Esos años de destierro fueron de intensa y fecunda creación. Traten o no de la historia y la vida española, sus libros más importantes fueron escritos a la luz parpadeante del destierro, desde un peregrinaje donde la pregunta por el porvenir de España y por la sobrevivencia de sus formas culturales e históricas quedan explícita e implícitamente matizadas por la conciencia de la realidad envolvente de esa Iberia raptada que es América Latina. Por esa luz su reflexión se da como un pensamiento en movimiento, como una crítica en proceso y de los procesos, donde las cuestiones filosóficas tienen necesariamente un desenlace práctico, una urgencia cognitiva que presta al pensamiento de María Zambrano una actualidad imprevista para orientar o augurar una “ciencia cognitiva de corte hispano”, como sugiere el escritor y dramaturgo español Vicente Miró en su artículo “Carne, dioses y pensamiento de María Zambrano”. Zambrano es una figura singular pero no aislada en el pensamiento filosófico español que le fue coetáneo. Conrado Hernández López, subdirector de Metapolítica, y Antolín Sánchez Cuervo, investigador del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigación en Madrid, recuerdan al paso en el artículo “María Zambrano en México” que: “En la línea de otros filósofos del exilio español en México tales como Joaquín Xirau, por ejemplo, encuentra en la propia tradición argumentos capaces de responder a esta vicisitud trágica; como ella misma dice, sin vacilación ‘el tesoro virginal dejado atrás en la crisis del racionalismo europeo’. Una memoria de esta tradición propia es además obligada ante la amenaza de olvido que se cierne sobre ella tras la Guerra Civil Española y su desenlace franquista. Si Xirau apela en este sentido al amplio legado del humanismo hispánico desde sus gérmenes lulianos hasta su inmediato pasado institucionalista, pasando por el erasmismo de Vives, el utopismo americanista de Vasco de Quiroga o la ilustración krausista, María Zambrano evocará la tradición del realismo español.” (p. 76)
     Además de Joaquín Xirau y de su notable libro Amor y mundo, cabría añadir otros nombres de pensadores y filósofos españoles para armar mejor el paisaje de las ideas: el pensador Fernando de los Ríos y los filósofos Xavier Zubiri, Eduardo Nicol, Juan David García Bacca, José Gaos y José Gallegos Rocafull (para mencionar a los más sobresalientes), en cuyas obras y pensamientos se dan perfiles y aristas paralelas o convergentes con la red crítica y problemática tendida por María Zambrano a lo largo de su obra. ¿Tiene razón el politólogo y editor César Cansino cuando denuncia “la filosofía académica dominante en el mundo”, “la pobre escolástica filosófica que se practica por doquier en Hispanoamérica” y con la cual contrasta el “legado intelectual” resplandeciente de María Zambrano? Modestamente, me atrevería a opinar que esa “pobre escolástica filosófica”, esa “escolástica eurocentrista” extrae y explica su pobreza en virtud del inveterado menosprecio que los profesores españoles e hispanoamericanos tienen de su propia tradición, de su propia historia de las ideas. Quizá la singularización de la obra de María Zambrano, al apartarla del paisaje filosófico que le fue coetáneo y al transformarla en un ídolo, a la larga contribuya a ese aislamiento.
     Este “número especial” motivado por los “Cien años de María Zambrano” se enriquece con una antología de textos diversos y aun poco conocidos sobre la autora de Claros del bosque: José Lezama Lima, E.M. Cioran, Octavio Paz, Eliseo Diego. Incluye además una cronología de la vida y la obra de María Zambrano, unos opúsculos poco conocidos de la autora: “La disputa entre la filosofía y la poesía sobre los dioses” y “Por qué se escribe”, y un notable repaso iconográfico de la vida de la autora proporcionado por la Fundación María Zambrano.
     La escritura de María Zambrano está decisivamente marcada y tensada por la poesía y la religión, por el lenguaje en el límite de lo decible y por el espacio de lo indecible sagrado. Anda en el filo de la navaja buscándole al fantasma descarnado del pensamiento un cuerpo y una incorporación. Anda su prosa de cristal en busca de realidad y de realización, como apuntan en sus artículos Herón Pérez Martínez y Roberto Sánchez Benítez, los otros dos mexicanos junto con César Cansino y Conrado Hernández que participan en este numero compuesto por colaboraciones mayoritariamente españolas peninsulares, lo cual acota el “entre nosotros” que subtitula a la revista.
     Sobre la relación de María Zambrano con México habría que decir muchas cosas. Hay que admitir que María Zambrano no fue muy feliz en México, pero también hay que decir que fue aquí donde escribió Filosofía y poesía, Pensamiento y poesía en la vida española, dos de sus libros centrales y que, además, conoció y trató a muchos mexicanos.
     La importancia de María Zambrano para el pensamiento mexicano es desde luego mayor de lo que habitualmente se admite —y los artículos de esta revista no escapan de ese señalamiento. Habría que leer de cerca El hombre y lo divino (publicado en 1955) para, además, reconocer el camino paralelo que se tiende entre esta obra y El arco y la lira: ambos libros comparten un horizonte filosófico que se remonta a los presocráticos a través de Nietzsche, y ambos proceden a una relectura radical de las instituciones retóricas y religiosas en que descansan las culturas occidentales. El encuentro de María Zambrano con México estuvo preñado de tensiones y desencuentros, pero fue en última instancia benéfico: aquí escribió y publicó dos de sus libros más importantes. Aquí en México se publicó además su libro emblemático: El hombre y lo divino. María Zambrano no pasó por México con los ojos cerrados: la prueba es que publicó en la revista Cuadernos Americanos, editada en México, una extensa reseña sobre el libro de la arqueóloga Laurette Séjourné acerca de Teotihuacan, la ciudad de los dioses. Ahí María Zambrano muestra su admiración por una civilización capaz de renacer y de reinventarse cada 52 años. La cuestión del nacimiento y del renacimiento, la idea de la regeneración y de lo que Spinoza llamaba natura naturans (recordemos que Spinoza es uno de los filósofos cuya música conceptual fue formativa en el proceso de María Zambrano) atraviesa la obra de María Zambrano. La vida, la verdad e identidad en gestación, el sueño creador y el despertar creativo alimentan precisamente el ensayo La Cuba secreta, mencionado por Javier Dosil en “María Zambrano a la luz de La Habana”, donde sus inquietudes por el sueño y la verdad española se prolongan en una escala armónica esperanzadora. Ya en Roma, María Zambrano no dejará de estar pendiente de las aventuras de sus amigos mexicanos y cubanos y latinoamericanos en general.
     En sus años de Roma, esta escritora magnética e inclasificable trata a un número amplio de escritores mexicanos como Octavio Paz, Sergio Fernández, Sergio Pitol, Juan Soriano, Jorge Hernández Campos, Tomás Segovia, Carlos Fuentes, entre muchos otros. Por ejemplo: la novela Los peces de Sergio Fernández trata precisamente de las aventuras de las dos hermanas terribles e inteligentes, y en Desfiguros del corazón hace un retrato de Araceli y María. Sergio Pitol también la ha evocado. Pero el gran amigo de los años de Roma de María Zambrano es el pintor Juan Soriano, a quien le dedica tres extensos ensayos en Lugares de la pintura.
     Pero Roma está muy cerca de París. Eso permite que María Zambrano siga en conversación con sus amigos mexicanos, en particular con Octavio Paz. Y es precisamente el escritor mexicano —ese hombre que se hace puente en su persona y en su obra— el que presentará, según recuerda Rosario Castellanos, a María Zambrano con el filósofo rumano Emil Cioran. Hay que recordar que tanto Cioran como Eliade habían leído a los escritores españoles clásicos y tenían una aguda conciencia del vigoroso potencial de la cultura hispánica, de la España peregrina y de la España raptada. El eco de la obra de María Zambrano en España, en México y en toda la América española se multiplicará a partir de los años ochenta y noventa.
     Esa multiplicación se debe en gran medida al encuentro que se dio desde los años setenta entre diversos exponentes, entonces jóvenes, del pensamiento español contemporáneo —como Jesús Moreno, Rogelio Blanco, Miguel Morey, Rafael Argullol y muy particularmente Fernando Savater— y un puñado de escritores mexicanos, entonces también jóvenes, como Angelina MuñizHuberman, José Luis Rivas, José María Espinasa, Héctor Subirats, Mariana Bernárdez, Martha Robles, Julieta Lizaola o el que esto escribe. El encuentro entre estos escritores ha sido importante para el segundo nacimiento de María Zambrano entre nosotros. Curiosamente, en este número de Metapolítica no se menciona ni a Fernando Savater ni a Jesús Moreno. Tampoco se habla de la importancia que ha tenido la voz de Ramón Xirau en el regreso de María Zambrano al debate académico.
     El retorno de María Zambrano a Madrid, después de la muerte de Franco, coincide con la renovación de la vida cultural española a la luz de la transición. La obra de María Zambrano es adoptada por los jóvenes escritores y filósofos de entonces, como Fernando Savater, José Miguel Ullán, Jesús Moreno, Antonio Colinas y José Ángel Valente —otro gran ausente de este número—, quien desde los años del exilio sigue los pasos de María Zambrano, de un lado dialogando con las obras de Lezama Lima, Vallejo y Paz, y del otro ahondando en la búsqueda y articulación de ese saber de lo indecible que proviene de la mística pero que apunta hacia la vida cultural, pública y política en un sentido amplio.
     La presencia de la obra de María Zambrano es creciente y casi diríase arrolladora. Parece haber inventado una forma inédita de reflexión que quisiera imponerse como necesaria en nuestro desbaratado tiempo. Pero, de nuevo, María Zambrano no está sola, no es un dato aislado: su actualidad coincide con la de un renacimiento de los estudios clásicos y humanísticos, y su lectura práctica del quehacer filosófico hace juego por ejemplo con las enseñanzas de un Werner Jaeger o un Henri Marrou, de un Pierre Hadot o de un J. Pierre Vernant, que nos recuerdan que los dioses están entre nosotros. –

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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