Manual del perfecto político mexicano

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Ahora que se habla de que todos los partidos son iguales –o, en otras palabras, de que con el PRI saltábamos menos con el suelo igual de disparejo– recordé las conversaciones de Max Urdiales con el viejo priista Laureano X. Vidal, el gritón en la Cámara de Diputados en los cuarenta, el policía secreto en los sesenta y el oscuro hombre de negocios hasta su muerte a finales de 1994. Recupero, a continuación, sus aforismos de lo que los opinadores profesionales llaman la “cultura política priista”. Discúlpelos: también hablan de “tejido social”, supongo que una forma de la artesanía michoacana.

 

 

•Lo que tengo que ofrecerles realmente no es visible ni palpable. Y es que lo único que tengo que ofrecerles es la idea de que tengo algo que ofrecer. Una vez que caen en la cuenta, el final es sólo cuestión de días, dos sexenios o setenta años.

 

•La política no es una ideología, ni siquiera un grupo de intereses. Es una práctica por la práctica misma. El poder se gana, no para hacer cosas, sino para no perderlo.

 

•En política, el respeto es una forma de la caridad.

 

•Altas finanzas es algo que comienza cuando tu jefe compra ilegalmente una empresa y tú terminas en la cárcel.

 

•Alta política empieza cuando tu jefe desaparece pueblos enteros y tú acabas presidiendo la comisión de la verdad.

 

•Si tienes una acusación penal, siempre hay que poder hablar con el jefe o con el amigo. Si el jefe y el amigo no son la misma persona estás en serios problemas.

 

•En México sólo hay prófugos de la opinión pública, nunca de la justicia.

 

•En política se habla en plural para esconder tus malas decisiones en un partido. Nos escondemos entre la multitud y, de pronto, alguien saca la pistola. La violencia no es lo opuesto a la política, sino su premisa.

 

•Uno se desvela en las oficinas de gobierno, no por “mística”, sino para cobrar las horas extras.

 

•Siempre hay que matar al enemigo en la cuna. Sólo así evitamos el derramamiento de sangre.

 

•La política es dejar que la gente luche para quedarse como estaba. A eso le llaman “victoria” y se aplacan por un rato.

 

•Los que se manifiestan quieren hablar o, mejor, que alguien los escuche. Que se les preste atención. Después de tanto tiempo de esperar ya ni las demandas les importan, ya ni quejarse. Sólo que alguien los reciba y les ponga un sello oficial de recibido.

 

•Hacemos la política en los pueblos: traemos al candidato a la presidencia y él siente que uno maneja el apoyo de las bases, y los de aquí, pues sienten que uno tiene poder con los del centro.

 

•Ya no mato a quien no conozco. Eso era en la Revolución (o en la Guerra Cristera, aplíquese según el caso). Ahora sólo nos matamos entre puros conocidos.

 

•La política es como una pelea de gallos: sólo uno gana y el otro se muere. Quien le apostó al perdedor tiene que pagar. Y nosotros nunca perdemos y, si perdemos, no pagamos.

 

•En política uno nunca ofrece; debes esperar a que te pidan. La gente siempre está dispuesta a apoyarte por mucho menos de lo que te imaginas.

 

•Se les da, no lo que piden, sino lo que queramos darles. Así nunca ganan, pero siguen leales. Es el secreto de este país: la esperanza.

 

•La Constitución es un anhelo. Era lo que soñaban los abogados que acompañaban a los revolucionarios. La ley se convirtió en lo que debiera ser el país, pero no en lo que es. Por eso vivimos violando la ley. Por eso creemos que hacer una nueva ley es hacer un nuevo país.

 

•Pero inventamos una cosa que ayuda. En el lado positivo se llama “el favor”. Funciona así: si todo no está disponible para todos, al menos que lo esté para mis amigos. En el lado negativo es llamar a todos los demás: delincuentes.

 

•Los puestos públicos son cuevas: sólo se puede entrar agachado.

 

•Un gobierno no produce nada, salvo antigüedad.

 

•La Revolución mexicana elaboró una mitología de la derrota: hizo héroes a los líderes traicionados y villanos a los que sobrevivieron para gobernar. Fue una movida astuta: diseminó, generación tras generación, el aprecio por la derrota y la desconfianza hacia el triunfo.

 

•¿Para qué todo? Para el aplauso, las porras, los vivas, el paso a los libros de historia. Ese afecto anónimo que no es comprable ni con el amor del bueno. Todo eso se agradece con el envés de la mano, porque si muestras la palma es que te estás despidiendo. Y nosotros nunca nos despedimos porque nunca nos vamos. Siempre regresamos aunque nunca nos hayamos ido.

 

•El papel de un político es dar esperanzas. El papel de las multitudes es creer en él. Ellas no obtendrán nada y yo jamás ejerceré, realmente, el poder. Yo estoy muerto. Ellas están desahuciadas. Las dos columnas de México son la fe y el desengaño.

 

•En México las porras no comenzaron en el deporte sino en la Cámara de Diputados.

 

•Tras una historia rica en desacuerdos y muchos muertos, entre bandos y en el mismo bando, toda discrepancia es vivida como una crisis. Cada vez que alguien disiente el país siente irse a la deriva. No en balde somos el país de los monolitos.

 

•Un loco te secuestra para curarte de unas heridas inexistentes. Buena definición de la política, ¿no?

 

•La política mexicana le atribuye un sabor a su actividad: escondida entre el jamón seboso, la mayonesa caduca y el chile en vinagre, la torta fue el vínculo del partido con los sindicatos, los barrios, los campesinos, los indígenas. La torta dura diez segundos, mientras que los votos perduran sexenios. ¿Qué se le va a hacer? La torta es el regalo, el voto es la reciprocidad posible en un país muerto de hambre.

 

•Una huelga puede ser declarada inexistente. Ahí están los obreros en huelga, comiendo tortillas con arroz y, de pronto, ya son fantasmas. Ahora deben luchar, no por sus demandas, sino contra su evanescencia. Terminarán en prisión y se da por sentado que serán olvidados.

 

•Ganarle una vez al señor presidente es suerte. Ganarle dos veces es soberbia.

 

•En el primer año, el presidente es un enigma. En el segundo es un dios. En el último es el culpable.

 

•Un presidente visionario siempre va a sacar el ejército a las calles. No podemos existir sin enemigos. Las facciones, que si villistas o zapatistas. Luego, fanáticos henriquistas y los comunistas. Luego, los estudiantes. Más adelante, los ciudadanos que protestan. Y los que no obedecen. Y los que no están haciendo nada. La guerrilla, el crimen organizado. Un día vamos a quedarnos solos. ¿Y qué haremos entonces? ~

 

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