Empresarios primitivos

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Andrea Bajani

Saludos cordiales

Traducción de Carlos Gumpert

Madrid, Siruela, 2015, 120 pp.

La primera vez que Antonio Tabucchi leyó un libro del entonces jovencísimo Andrea Bajani, decidió escribir una carta para decirle cuánto le había gustado. No lo conocía personalmente, tampoco sabía nada de él, y sin embargo le bastaron esas páginas para saber que se trataba de un gran escritor en ciernes, en cuya prosa se veía reflejado. Esto ocurrió en 2007, desde entonces Andrea Bajani (Roma, 1975), se ha forjado una sólida carrera, reconocida por lectores tan exigentes como Enrique Vila-Matas, pero también por premios como el Brancati, el Recanati o el Bagutta. Las leyes de la edición son extrañas e imprevisibles y, por culpa de ellas, los lectores hispanohablantes hemos tenido que esperar casi diez años para empezar a leerlo. Por fortuna, hace un par de meses, la editorial Siruela tradujo al español su tercera novela.

La historia de Saludos cordiales es la de miles de empleados del mundo empresarial que constantemente se ven despedidos y lanzados hacia el desempleo, la pobreza y el desamparo médico. La novela comienza cuando Carlo, director de ventas de una compañía, es llamado a la dirección general para firmar su renuncia. Su abogado lo acompaña, pero esta medida no le sirve de nada: debe aceptar una liquidación ridícula y devolver todas sus “prótesis empresariales”: celular, llaves del automóvil, etc. A partir de ese momento, el narrador, un exsubordinado de Carlo, entabla una extraña relación con él. Pocos días después le lleva a su casa las últimas cajas de su oficina y así es como descubre la vida privada de su antiguo compañero de trabajo. Este hombre cincuentón vive con Martina y Federico, sus dos hijos aún pequeños, en un departamento de la casi extinta clase media, y en muy pocos días deberá someterse a un trasplante de hígado. La operación se complica y el narrador se ve obligado a encargarse de los niños.

Así, de tanto acentuar los rasgos de la sociedad contemporánea, esta novela se convierte en una angustiante comedia. Gracias a la lupa de Bajani, el lector no tarda en comprender que el universo acartonado de la empresa tiene también un punto descabellado. El discurso del marketing y la política empresarial acaba semejándose al de una secta con ambiciones trascendentes: “y nos iremos cada vez más puros a buscar un espacio en el que retomar nuestra actividad productiva, cada vez más en plena tensión hacia lo absoluto. Hoteling […] es una palabra salvífica, Hoteling es pureza y eficacia, limpieza, higiene y rapidez”. Este discurso contrasta con la descripción lacerante que hace el autor de los infraseres en los que se convierten los empleados: “En los pasillos solo hay gente que nada dice y nada hace. Que renquea en la cochambre de la deriva física, con los cabellos como hierbas marchitas y la curvatura hacia delante de quien se deja resbalar hasta los pies para completar el círculo con el cuerpo.”

Uno de los grandes aciertos de Saludos cordiales es el contrapunto que establece entre el asfixiante mundo empresarial y los juegos infantiles a los que el narrador se somete mientras cuida a los hijos del exdirector de ventas. De la misma manera en que no puede establecer límites a las exigencias de sus jefes, tampoco logra imponérselo a los niños con los que comparte la vida cotidiana. Por eso se ve involucrado en rituales infantiles que van desde el juego de las escondidas hasta otros más desopilantes: “Hemos comido en la cocina desnudos, los tres. Martina me ha dicho que es lo que hacían con su padre una vez al mes, la cena de los hombres primitivos. Hasta que no vuelva, me toca a mí ser el jefe de los hombres primitivos.”

Gracias a su enorme capacidad para ponerse en los zapatos de sus compañeros de oficina, al narrador le encargan escribir las constantes e ignominiosas cartas de despido. Intentando escapar al tono solemne y taciturno del que suelen adolecer estas misivas, se empeña en subrayar el lado positivo de la situación: “Créame, Sparacqua, le envidio. Envidio el futuro que se abre ante usted. Envidio la posibilidad de sacar ese chándal del armario, ponerse esas zapatillas de gimnasia y volver a descubrir las cosas sencillas de la vida.” Las cartas, que siempre terminan con la fórmula de rigor “saludos cordiales”, resultan sin duda hilarantes, pero se trata de una risa oscura y nerviosa, no muy distinta de la que nos provoca Tabucchi en los cuentos que componen Los volátiles del beato Angélico. Ambos escritores comparten una gran ternura por el género humano, pero también una ironía y un humor negro que no deja indiferente al lector. A pesar de la densidad de su trama, la prosa de Saludos cordiales se desliza con gran ligereza, esa aparente simplicidad que solo consiguen los grandes escritores. Da la impresión de que cada palabra fue elegida por una buena razón y con muchísima ciencia. Esta impresión se acentúa en libros posteriores de Bajani, como Mi riconosci, novela inspirada donde las haya, en cuya prosa convive la poesía con total libertad.

Han pasado muchas cosas desde la publicación en italiano de Saludos cordiales. Entre ellas la muerte de Antonio Tabucchi, pero también cosas buenas como la aparición de Se consideri le colpe, Ogni promessa y La vita non è in ordine alfabetico, libros de una gran sensibilidad, ternura, sentido del humor y, sobre todo, una delicadeza impactante. Les aseguro, sin duda alguna, que Andrea Bajani es uno de los mejores escritores nacidos en la década de los setenta que yo haya leído. Además de la influencia de su mentor, en el tono de sus libros descubrimos otros linajes: Émile Ajar o Cesare Pavese, que como él escribieron hermosas tragicomedias sociales, pero también el humor amargo de Witold Gombrowicz. Aunque Saludos cordiales no sea su mejor novela, es sin duda una buena oportunidad de empezar a descubrirlo y adentrarse en esta obra magnífica que por fin está traduciéndose a nuestro idioma. ~

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(ciudad de México, 1973) es escritora. En 2011 publicó en Anagrama El cuerpo en que nací.


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