Jis es dios

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José Ignacio Solórzano es su nombre de Clark Kent. Como todos los superhéroes, tiene un alias que le da poderes sobrehumanos. Se trata de Jis, quien con Trino ha hecho una pareja casi inseparable. A cuatro manos, y siendo muy jóvenes, cambiaron el rostro del humor gráfico nacional con su tira El Santos contra la Tetona Mendoza desde las páginas del suplemento Histerietas del diario La Jornada, a finales de los años ochenta.

Por aquellos años, Jis ya era un cartonista veterano. Aún adolescente llegó a las páginas de la mítica revista La Garrapata y al suplemento de cómics del diario unomásuno.

La gráfica de Jis siempre se distinguió del resto de los caricaturistas mexicanos. Viendo las suaves líneas que definen sus formas orgánicas, se antoja pensar que su dibujo nace de la generación espontánea. No obstante, el propio monero dice ser producto de la combinación de Robert Crumb, Saul Steinberg y Bernie Kliban, aderezado con música de Mr. Bungle. Yo siempre he visto mucho de Moebius en su dibujo, asimilado de una manera muy extraña.

Volviendo a la pareja formada con Trino, el ahora mítico primer encuentro fue más bien anticlimático. El jovencito que habría de convertirse en Trino y que entonces se llamaba José Trinidad fue a buscar a José Ignacio animado por unos conocidos mutuos. En aquellos años lo que Trino quería dibujar eran cómics de Batman y se los llevó a su paisano tapatío, aquel otro muchachito de Guadalajara que para entonces ya publicaba en medios nacionales. “Pues dibujas bien, máster”, cuenta Trino que le dijo su futuro partner in crime antes de correrlo con cajas destempladas de su cuarto. Pocos años después habrían de reencontrarse, tocando en sendas bandas de rock. El azar habría de llevarlos a hacer La Croqueta, una plana de chistes en colaboración con Manuel Falcón, otro célebre monero avecindado en Guadalajara que después de poco tiempo dejaría al trío.

Jis y Trino, ya como pareja creativa, habrían de crear al Santos, émulo mutante del “enmascarado de plata” que pronto se vio rodeado de un delirante elenco de personajes que incluían a la célebre Tetona Mendoza, el Cabo, los Cerdos Gutiérrez, el Diablo Zepeda, el Peyote Asesino, los zombis de Sahuayo y la Perra Fucsia, entre muchos otros.

Desde su tira semanal, Jis y Trino estiraron todo el tiempo los límites de la censura y las extravagantes aventuras del Santos se volvieron cada vez más escatológicas.

“¡Vamos a la comisaría, Santos!”

“Sí, Jefe, nomás deje cagar”…

Pronto fueron abrazados por la contracultura como símbolo de lo irreverente y desmadroso. La apoteosis llegó cuando presentaron la primera compilación de la tira en un Palacio de Bellas Artes abarrotado de jóvenes que los vitoreaban como si se tratara de dos estrellas de rock.

Pero los miembros de este binomio también operan por separado. Cada uno ha hecho carrera como cartonista en la prensa nacional. Y cosa curiosa, los dos haciendo humor no coyuntural, el mal llamado humor blanco (que muchas veces se tiñe de matices maliciosos en los casos de ambos).

A primera vista era difícil distinguir quién dibujaba qué. Parecía una sola mano la que trazaba sus monos delirantes. Una observación más atenta revelaba las diferencias. Trino es un genio de la comedia. El de los chistes. La máquina de hacer reír. Y Jis…

Jis es dios.

No creo equivocarme al afirmar que lo que hace Jis es arte sacro. Se trata de un grafista cercano a lo poético. Sus cartones (chocante anglicismo) son como haikus: concisos, filosos y desconcertantes.

Es momento de hablar de las tres fases que advierto en la gráfica de Jis.

Puede distinguirse un primer periodo, de finales de los setenta a finales de la siguiente década. Es un dibujo aún titubeante pero rebosante de frescura. Se adivina un ánimo experimental. Son los años de los Manuscritos del Fongus, tira donde Jis habrá de encontrarse con su humor metafísico, pequeños episodios de atmósfera onírica con gran afinidad por el absurdo y el nonsense.

Ubico hacia el final de los ochenta y hasta mediados de la primera década del nuevo siglo la segunda etapa visual de Jis. Arbitrariamente la llamaré “de consolidación” pues en este tiempo Jis encontró su propia voz. Su línea a tinta es segura, cada trazo parece caer en lugares específicos, planeados cuidadosamente antes de empezar a dibujar. Es el periodo de los dibujos de gran formato y el diario en forma de cómic. También es cuando él y Trino separan sus caminos para, sin embargo, caminar siempre en paralelo.

Es en esta etapa que Jis abandona paulatinamente el arte secuencial para concentrarse en el haiku monero. Me aventuro a elucubrar que la semilla se plantó en su diario, donde cada viñeta contenía un microuniverso narrativo. Jis se concentra entonces en el cartoon, como da cuenta su libro Sepa la bola.

Este es el Jis quintaesencial. Viñetas individuales que contienen universos enteros que se adivinan mucho más grandes de lo que abarca el ojo del observador. Jis es un constructor de mundos fantásticos enraizados en lo cotidiano. En su pluma, objetos y animales, máquinas y personas se deforman para aparecer siempre reconocibles. Un teléfono, una vaca dibujados por él solamente pueden ser tales en el mundo que contiene las cuatro líneas que delimitan sus viñetas.

El autodenominado “molusco tapatío” crea alegorías de su día a día que al pasar a tinta sobre cartón se vuelven pequeñas epifanías. Ir al cine, el descubrimiento de un nuevo músico, un toque de mota, los pequeños instantes se vuelven pequeños actos de magia chamánica al ser dibujados por Jis.

Con su llegada al diario Milenio aparece la tercera etapa de Jis, la experimental. En la medida en que se acerca a la cincuentena se pueden observar en él dos fenómenos: una envidiable juventud conservada como por pacto satánico y una creciente experimentación visual. Sus viñetas dejaron de ser trazadas con escuadra, se trata ahora de figuras descuadradas. La antigua precisión de líneas y puntos da paso a un trazo suelto. Las formas orgánicas que se adivinaban de texturas compactas mutan en vaporosas presencias. El universo de Jis se torna etéreo.

Es el momento en que su sentido del humor se vuelve más desconcertante que nunca. Instantes que se adivinan sacados del día a día del monero se transforman en snapshots delirantes. Oportuno me parece destacar que, hasta donde sé, Jis es el único caricaturista editorial del mundo que publica diariamente un cartón experimental en un periódico de circulación nacional.

En este mismo periodo es cuando vuelve a colaborar con Trino para la creación de la película del Santos. Desde que la tira dejara de publicarse en los noventa, el dúo dibujó a cuatro manos de manera cada vez más esporádica (si bien sostuvieron su otra tira, La chora interminable, así como un programa de radio con el mismo nombre).

El estreno de la cinta supone volver a colaborar con Trino. Como todo buen equipo creativo, la pareja complementa sus talentos. Camacho es el genio del humor, el pictosecuencialista y el de la visión empresarial. Jis es el visionario, el iluminado. Treinta años después, su combinación sigue siendo explosiva.

Debería hablar aquí de las exploraciones de Jis en otras disciplinas. De sus retoques fotográficos, sus coqueteos con la escultura y la gráfica, de su vocación pornófila (véase su más reciente libro Sexo. A eso sabe la Reina).

No lo haré. No me siento capacitado para hacerlo a profundidad, entre otras cosas porque intuyo que lo que hasta ahora han sido coqueteos habrán de convertirse en otra faceta consolidada de mi molusco favorito en un futuro próximo.

Me queda poco por agregar y mucho en el tintero. Jis y su obra son un tesoro nacional. Autor clave de la gráfica contemporánea, es un nexo entre la caricatura y el arte conceptual. Al mismo tiempo, es un autor de vocación mística/espiritual en el más mundano y desmadroso de los sentidos. Un auténtico dios de los moneros. ~

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es novelista y narrador gráfico.


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