Escribía como un poseso

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José Revueltas no fue un padre típico. Lo recuerdo sentado a la mesa del comedor contando sus historias, algunas terroríficas, otras maravillosas. Él era un gran narrador de sucesos, aparte de un gran bebedor. A través de esos episodios percibía yo al hombre atormentado, un ser a quien los horrores del mundo lo sacudían verdaderamente en su interior. Cuando bebía, sus historias se volvían más personales y más tremebundas. Le afloraba toda su vulnerabilidad. Recuerdo el incidente del perro. Ocurrió en las Islas Marías. A los presos los habían formado delante de algún militar. Un perro no dejaba de ladrar. Pues el tipo ahorcó al animal delante de todos. Una escena espantosa. Y, después de contarla, mi padre se dejaba vencer por el dolor. Bajaba la cabeza, en un gesto de absoluto abatimiento, trémulo, y le empezaban a rodar algunas lágrimas.

Pero fui también el espectador privilegiado de un hombre muy divertido e interesante. Te hipnotizaba, por decirlo de alguna manera. Eso sí, no fue un buen proveedor. Durante años vivimos del dinero de mi madre. Y siempre fue un gran bebedor excepto cuando escribía. Ahí no tomaba una gota y se encerraba a trabajar. Yo escuchaba la máquina de escribir mañana, tarde y noche. Escribía como un poseso.

En casa, nos acomodamos durante algún tiempo a la existencia de los horrores del socialismo real. Luego, mi padre empezó a descubrir que aquel sistema no garantizaba mínimamente la soberanía del individuo, por no hablar de purgas y genocidios. Y él, que siempre fue un contestatario, terminó cuestionando a un sistema que perseguía y negaba el pensamiento crítico. En consecuenFcia, lo expulsaron del Partido Comunista. Decidió entonces, en plan revolucionario y conspiratorio, fundar la Liga Leninista Espartaco.

Mi padre era un rebelde al que siempre le gustó la compañía de los jóvenes. En el 68 lo detuvieron y le hicieron un juicio tras el cual fue encarcelado en Lecumberri. Ahí llevó a cabo una huelga de hambre que le afectó mucho la salud. Mi madre solía visitarlo y llevarle libros. Lo que desencadenó su divorcio fue lo siguiente: ella iba los miércoles y un día se enteró que los martes mi padre recibía la visita de otra mujer. Fue el punto final. Creo, sin embargo, que mi madre siempre amó a mi padre. En todo caso, conservó una suerte de gran fascinación hacia el artista.

Yo lo veo como un ser absolutamente marginal, una especie de paria permanente. Sé que es un personaje respetado, sobre todo por la gente de izquierda. Y toda su vida fue un hombre pobre. Nunca fue un interlocutor del poder. También era un personaje peleonero, de golpes. Bronco, bravucón. Ya desde muy joven lo detuvieron, por haber intentado subirse al campanario de la catedral y poner una bandera roja.

A mi padre no le gustaba mucho Carlos Fuentes. Con Octavio Paz había tenido divergencias ideológicas. En su temprana condición de comunista declarado y dogmático, le horrorizaba la pertenencia de Octavio Paz a lo que él llamaba “la derecha”. Decía: “¡No, no, él es de derecha!” En el tema ideológico, me siento más cercano a Paz que a mi propio padre, más cercano al liberalismo que al marxismo ortodoxo.

Revueltas tenía una auténtica devoción por los desposeídos, los que no son nadie, aquellos que de pronto, por alguna circunstancia, afrontan el dolor inexplicable, el horror y la injusticia más “apocalíptica”. Estas cosas lo destruían. Sufría mucho. Era un hombre atormentado que se impresionaba verdaderamente con la realidad del mundo. Recuerdo haberle contado que iba yo en un taxi, una tarde que llovía a cántaros, y que percibí, por la ventanilla, a un perro callejero mojado hasta los huesos y con un aire de supremo desamparo. Mi padre me miró, conmovido y perturbado. Tuve la suerte de haber estado cerca de un personaje sensible y absolutamente fascinante. ~

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Es violinista, compositor y director de orquesta. Escribió una novela, La insidiosa fatalidad de las cosas (Planeta, 2003) y es columnista de Milenio Diario.


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