El futuro del Sol Azteca

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Quienes pensamos que la continuidad del PRI en el poder sólo puede traer desgracias al país, pero no queremos sacrificar las libertades civiles en aras de la alternancia, nos enfrentamos a una disyuntiva incómoda el 2 de julio: apoyar al candidato de un partido puritano y represor que solapó en forma vergonzante la colosal estafa del Fobaproa, o contribuir a la victoria de Labastida votando por Cuauhtémoc Cárdenas, a quien las encuestas daban por derrotado meses antes de la elección. Al momento de escribir estas líneas me queda un mes para resolver el dilema, pero la exclusión de Cárdenas en el mano a mano por la presidencia ya es un hecho consumado que celebran a coro los ideólogos de la cúpula empresarial y los analistas políticos ligados al régimen. A pesar de su meritoria lucha contra el partido de Estado, Cuauhtémoc no puede ser un eterno candidato a la presidencia, y a partir de ahora, el mejor servicio que puede hacer al país es ceder el paso a la sangre nueva. Pero de ahí a concluir que la gente lo rechazó por su actuación al frente del gobierno capitalino hay una enorme distancia. Si el gobierno perredista de la capital fue malo o pésimo, como afirman los detractores de Cárdenas y Rosario Robles, ¿cómo explicar la segura victoria de su partido en el D.F.?
     Algo bueno habrán visto los chilangos en la actual administración para conceder sus votos a López Obrador, a pesar del linchamiento informativo que el gobierno perredista ha padecido desde su ascenso al poder. Por más que Televisa y TV Azteca traten de inflar los errores procesales del caso Stanley para desprestigiar al gobierno capitalino, la gente presta más atención a la realidad cotidiana que a los escándalos de nota roja. La probidad de los nuevos funcionarios en el manejo de los fondos públicos se percibe ya en el arreglo de las calles, en los nuevos centros deportivos de las colonias populares, en una disminución considerable de los homicidios y los robos en taxis. Un plomero que vive en Iztapalapa me asegura que del 97 para acá su colonia está mejor vigilada, el servicio de limpia funciona puntualmente y los parques públicos han reverdecido. Hasta los baches de su calle fueron tapados, promesa que nunca cumplieron los delegados del PRI. Pero no sólo los pobres notan la diferencia entre el nuevo gobierno y el imperio delincuencial de Óscar Espinoza: también dan testimonio del cambio los contratistas de obras públicas. Mientras los delegados priístas les pedían la tradicional mochada del 5% en todos los proyectos de construcción —me comenta un contratista que prefiere guardar el anonimato—, los actuales funcionarios juzgan con el mismo rasero a las empresas concursantes, y cuando algún vivales trata de entrar en componendas, lo conminan a hacer donativos en especie para los albergues de indigentes. En cuanto a la política cultural, el gobierno perredista ha tenido notables aciertos, como la red de Libro Clubes, una forma eficaz de promover la lectura entre las clases marginadas, y la proyección al aire libre de películas de estreno en los barrios populares de la ciudad.
     En sólo tres años, el PRD ha demostrado que la honradez y la sensibilidad social son el mejor camino para sacar al país de la crisis. Con el doble de tiempo, López Obrador puede cambiar el rostro de la ciudad y hacerla más habitable, espe-cialmente para los pobres. Si esto sucede, y si el PRD logra penetrar en las zonas del país donde apenas tiene simpatizantes (el Bajío, Nuevo León , Jalisco, etc.), López Obrador tendrá la mesa servida en los comicios presidenciales del 2006. Pero quitarle votos al PAN y al PRI no será fácil mientras la izquierda democrática siga coqueteando con la derecha polpotiana por temor a que los ultras del EZLN o del CGH le arrebaten su clientela política. Tanto la dirigencia como los militantes de base del PRD creen que se puede triunfar en contiendas electorales y al mismo tiempo hacer migas con fanáticos engreídos que buscan el poder por medio de la fuerza. Esa ambigua postura ya tuvo consecuencias funestas en el 94, y ha vuelto a debilitar al PRD en las elecciones del 2000 por no sacar las manos a tiempo de la huelga universitaria.
     La persuasión es incompatible con la coerción y la incongruencia táctica se paga muy cara en las urnas. Un partido que se propone convencer a la población en épocas de transparencia electoral, no puede tener un brazo armado en Chiapas y otro en la UNAM, por si acaso el pueblo desconfía de sus defensores. En la última década, el PRD ha organizado numerosos plebiscitos, comicios internos abiertos al público y otras formas de consulta para conocer la voluntad popular y actuar de acuerdo con ella. Con ese mismo espíritu, la rectoría organizó el costoso referéndum donde el 90% de la comunidad universitaria exigió el fin de la huelga . ¿Por qué protestar entonces cuando la policía interviene para impedir el atropello de una decisión mayoritaria y encarcela a quienes pretendían violentarla? Según parece, los cuadros superiores del PRD temen que los grupos radicales les quiten sus bases de apoyo. Por eso los respaldan en momentos críticos, aun cuando esos mismos grupos repudien abiertamente al partido y le hayan declarado la guerra. La consecuencia de esta política es enviar señales cruzadas a los simpatizantes potenciales de la izquierda en las regiones donde la propaganda anticomunista ha calado muy hondo desde hace décadas. En Guanajuato, Jalisco y Nuevo León, los reclamos de justicia social son tan fuertes como en todo el país. Pero los electores de esos estados jamás votarán por el Sol Azteca mientras crean que Marcos, el Mosh y Cuauhtémoc pertenecen al mismo equipo. –

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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