Contra el doblaje

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Hace poco, varias compañías de las realmente poderosas, Disney y 20th Century Fox entre ellas, obtuvieron un amparo contra una ley, concebida para proteger a la industria nacional, que prohibía el doblaje de películas en las salas de cine mexicanas. Así, vuelve a escena el debate sobre la pertinencia de doblar las películas, siempre difícil de llevar a buen puerto.
     Los defensores del doblaje argumentan que permite arrastrar a mayores cantidades de público a las salas —ese es el cálculo de las compañías que emprendieron el juicio—, y que cualquier medida que acerque a la gente al cine debe ser bienvenida. Otros argumentos son que los actores encontrarán más fuentes de ingresos, que el público tiene derecho a elegir cómo ver el cine, y que el subtitulado conlleva también una alteración de la obra, puesto que atrae hacia sí la mirada del espectador, de manera que estorba la apreciación de sus valores visuales y de la actuación. Los enemigos de esta práctica, por su parte, argumentan, con razón, que tendrá consecuencias económicas funestas sobre la industria nacional, que apenas comienza a recuperarse tras una larga agonía. Habría que añadir que en México tenemos un público que se ha acostumbrado a las películas con subtítulos durante años. Es el público que puede invertir los cincuenta pesos que cuesta una función, y al que no parece haberle faltado preparación o ánimo para saturar las salas cada fin de semana.
     Lo indiscutible es que doblar una película es siempre una forma de destruir el trabajo actoral, ya que la voz es un elemento crucial de la interpretación, y el de los escritores, puesto que no hay guión que sobreviva al proceso de ajustar los diálogos a los movimientos de los labios. Hay que considerar también el peligro de la censura; pensemos en los mojigatos, reiterativos "¡infiernos!" y "¡diablos!" con los que nos hostiliza la TV, donde el doblaje es una práctica vieja.
     A quien guste de elogiar el doblaje mexicano le recomiendo, justamente, una tarde de tele. Recuerdo ahora a un amigo, especialista en reconocer el puñado de voces utilizadas para doblar todos los comerciales, series y películas de la televisión nacional. Uno veía una película y mientras el protagonista lanzaba el enésimo "¡diablos!" de la tarde, mi amigo se acercaba y decía algo parecido a "Esa es la voz del anuncio de condones y del elefante de los cereales". Le digo de una vez que no le daré el gusto de recitarme un enlistado parecido en una sala de cine.

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