Fotografías: Kurt Hollander

Ciudad mitad del mundo

La visita al pueblo que conmemora la latitud cero, en el Ecuador, es la excusa que utiliza Hollander para este reportaje a través del tiempo y las culturas sobre esa desconcertante línea geográfica y la pródiga imaginación que la ha acompañado desde los griegos hasta el presente.
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Aun cuando nunca lo cruzó realmente, al matemático griego Pitágoras se le atribuye la invención del ecuador, ya que calculó su ubicación sobre la esfera terrestre más de cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo. Aristóteles, que tampoco puso un pie ahí y que, por ende, no sabía nada sobre el terreno que abarcaba, se imaginó el ecuador, al que llamó “Zona Tórrida”, como una tierra tan caliente que nadie podría sobrevivir en ese lugar. Para los griegos, el oikoumene, el mundo habitado, más al norte, existía en oposición a una región ignota llamada las antípodas (alter orbis), cuyo acceso estaba bloqueado por el ecuador, una línea imaginaria que solía describirse como un anillo de fuego habitado por criaturas míticas y que representaba el límite de la imaginación griega.

Los cartógrafos cristianos, que solo estaban familiarizados con un pequeño rincón del planeta, trabajaron bajo horizontes religiosos muy estrictos, determinados por la interpretación de la Biblia que sostenía la Iglesia (defensora de la teoría de una “Tierra plana”). Los mapas del orbis terrarum (círculo de la tierra) medieval, también conocidos como mapas T y O o T en O, concebidos inicialmente en el siglo vi y que se cuentan entre los primeros mapas cristianos del mundo, comprendían únicamente el hemisferio norte. En estos mapas, la T representa el océano Mediterráneo, que divide a los tres continentes: Asia, África del Norte y Europa (cada cual habitado por los descendientes de uno de los tres hijos de Noé). Jerusalén solía aparecer en el centro del mapa (umbilicus mundi), mientras que el Paraíso (el Jardín del Edén) se dibujaba al este, en Asia, y se ubicaba en la porción superior del mapa. La O es el Océano que rodea los tres continentes, y que, a su vez, suele describirse circundado por un anillo de fuego.

Para la iglesia católica, el ecuador señalaba la frontera de la civilización, más allá de la cual no podía existir ningún ser humano (al menos, descendiente de Cristo). En las Instituciones divinas, Lactancio (245-325) se burla de la idea misma de unos habitantes de las antípodas “cuyos pasos vayan por encima de sus cabezas”, mientras que otros teólogos se mofaban de la noción de un lugar donde la lluvia cayera hacia arriba. En 748, el papa Zacarías declaró que la idea de que pudiera haber humanos en las antípodas, es decir, en el “otro lado” del mundo cristiano, era una herejía.

La disputa medieval en torno a la posibilidad de que hubiera gente viviendo más allá de los fuegos del ecuador aún era acalorada en el momento en que Colón zarpó por primera vez desde España hacia el suroeste, en dirección a “las Indias”. Colón, que había visto a los subsaharianos en los puertos portugueses de África Occidental, no estaba de acuerdo con la Iglesia, y afirmaba que la Zona Tórrida “no era inhabitable”. Aunque Colón nunca cruzó realmente el ecuador, sí fue más allá de las fronteras de los mapas europeos cuando sin querer zarpó hacia América. Para navegar, Colón utilizó, entre otros, el imago mundi dibujado por el teólogo francés del siglo XV Pierre d’Ailly, uno de los pocos mapas T y O con el norte situado en la parte de arriba. El “descubrimiento” de América por parte de Colón ensanchó los límites de los horizontes europeos del momento, y el ecuador por fin dejó de ser el límite extremo de la humanidad, un infierno geográfico en la Tierra, para convertirse en la parte media del planeta.

La línea del ecuador serpentea a través de las regiones más exóticas de la Tierra y representa la mayor concentración de biodiversidad natural, que abarca las selvas amazónicas de Colombia y Brasil, las islas tropicales de Sumatra y Borneo, así como las exuberantes selvas tropicales de Gabón, Congo y Zaire. Además de los océanos Pacífico y Atlántico, el ecuador también cruza los mares de las Molucas y de Halmahera, los estrechos de Karimata y Macasar, el lago Victoria y el Golfo de Tomini, y atraviesa catorce países de África, del sureste de Asia y de América. Entre todos estos países, solo uno se nombró a sí mismo en honor a la línea: Ecuador.

No es de sorprender que la industria turística de Ecuador gire en torno al ecuador. Las Islas Galápagos ecuatorianas (ubicadas a gran distancia de la costa, pero sobre el ecuador) podrían ser la atracción principal del país, pero pocos turistas regresan a casa sin haber caminado sobre la línea que se encuentra en Ciudad Mitad del Mundo, un pueblo situado en lo alto de las montañas de los Andes, a unos 14 kilómetros de Quito, la capital del país.

El Museo Intiñan, que se encuentra en el pueblo, fue ideado para enseñar a los turistas las maravillas de Ecuador a través de un modelo a escala de las Islas Galápagos instalado en una fuente y de varias cabañas con exhibiciones sobre los grupos indígenas del Amazonas (incluida una serie de pinturas que ilustran paso por paso el proceso para reducir cabezas). No importa qué tan vistosas e informativas sean las exhibiciones, los autobuses repletos de turistas se apiñan en el museo para presenciar directamente las “singulares fuerzas que entran en juego” en el ecuador y el hecho de que lo afirmado en el museo puede experimentarse sobre la línea roja que pasa en medio de las atracciones turísticas. Los viajeros saltan alegremente sobre la línea de un hemisferio a otro, intentan colocar un huevo verticalmente sobre la cabeza de un clavo (y reciben un certificado si lo logran) o contemplan fascinados cómo el agua gira en diferentes direcciones por un desagüe, dependiendo de qué lado del ecuador se coloque una pila.

Aun cuando suele definirse como una “línea imaginaria”, en el ecuador hay ciertas “fuerzas que entran en juego” que son muy reales y singulares, aunque no sean las que se muestran en el Museo Intiñan, pues la línea que se encuentra ahí no atina a pasar sobre el verdadero ecuador, que está a unos 120 metros.

Debido a que la velocidad de rotación de la Tierra es de 1,674 km/h. en el ecuador, contra casi cero en los polos, en el ecuador no solo tienen lugar las salidas y las puestas de sol más rápidas, sino que además las fuerzas centrífuga e inercial que operan ahí son mucho mayores. Juntas, estas fuerzas producen lo que se conoce como el efecto Coriolis, que condiciona en gran medida la dirección de la circulación atmosférica, las corrientes oceánicas, la trayectoria este-oeste de los huracanes, y el hecho de que los tornados giren en sentidos opuestos a cada lado del ecuador, aunque no son suficientes para alterar el equilibrio de un huevo sobre la cabeza de un clavo ni la espiral de un galón de agua en una pila. Las fuerzas centrífuga e inercial también permiten el movimiento relativo de todos los objetos (todos, desde las balas de cañón hasta los misiles) que se levantan lo suficientemente lejos de la superficie terrestre, razón por la cual las naves espaciales se lanzan desde puntos que estén lo más cerca posible del ecuador (como el Centro Espacial en la Guyana Francesa): dichas naves ya se están moviendo más rápidamente que los objetos situados en otras partes de la Tierra, y esa velocidad extra reduce la cantidad de combustible necesaria para entrar al espacio exterior.

La fuerza centrífuga generada en el ecuador por la rápida rotación del planeta es responsable del abultamiento de la Tierra, cuyo diámetro en el ecuador es aproximadamente 44 kilómetros más grande que en los polos. En lugar de ser esférica, la Tierra tiene una forma más parecida a un M&M (o, como se afirmara recientemente, a una papa vieja). En consecuencia, una persona que se encuentra de pie en el ecuador está 22 kilómetros más lejos del centro del planeta, de manera tal que la fuerza gravitacional le afecta menos que en otros puntos de la Tierra (0.5 por ciento menos que en los polos).

Si se considera el abultamiento ecuatorial, el punto más alto del planeta, medido por la distancia respecto del núcleo terrestre, no es la punta del monte Everest, sino antes bien la del monte Chimborazo, en Ecuador. El hecho de que haya tantas montañas tan altas a lo largo del ecuador es también producto de la fuerza centrífuga extra que ahí se registra, responsable de sacar del interior del planeta las rocas fundidas que hacen surgir las montañas. Además, la cota de nieve perpetua a lo largo del ecuador es mucho más alta que cerca de los polos y, dado que las montañas rara vez se levantan más de 1,500 metros sobre sus propias cumbres nevadas (el hielo es un agente erosivo muy eficaz), la distancia respecto del ecuador es un condicionante significativo de la altura potencial de una montaña.

Los países esparcidos a lo largo del ecuador están salpicados de monumentos que señalan su singular ubicación (incluida una enorme piedra colocada cerca de un río por Henry Morton Stanley, el explorador galés famoso por pronunciar supuestamente la insípida frase “el Dr. Livingstone, supongo” y por ayudar a los belgas a colonizar el Congo, lo que inspiró El corazón de las tinieblas de Conrad). El monumento más grande del mundo que conmemora esta línea imaginaria, un monumento de 30 metros de altura, hecho de cemento, hierro y piedra, con un globo terráqueo de cinco toneladas posado en lo alto, se encuentra en Ecuador, a tan solo 150 metros del Museo Intiñan. Dicho monumento, construido en 1982, dio lugar al surgimiento de un diminuto pueblo que imita el estilo colonial español, en el que nadie vive realmente (cierra al atardecer) y que está repleto tan solo de tiendas de recuerdos que venden sobre todo variedades en miniatura de monumentos al ecuador. Aunque está señalado por una larga línea amarilla y lleva grabada en un costado la latitud 00 0’ 0’’, este impresionante monumento está dedicado no tanto al ecuador mismo, cuanto al equipo de científicos franceses que llegaron en el siglo XVIII para usar el ecuador como punto para llevar a cabo sus observaciones geodésicas.

Dos equipos científicos fueron enviados desde Francia –uno a Laponia, cerca del Polo Norte, y el otro al Virreinato del Perú– para medir la longitud de un grado de latitud. La posibilidad de comparar la longitud de un grado de latitud en el ecuador con la de uno en los polos ayudaría a calcular el tamaño exacto de la Tierra, a crear mapas más precisos y, lo que es más importante, a cerrar finalmente un debate en curso en el que los científicos franceses de la época mantenían que la Tierra se abultaba en los polos, mientras que los científicos ingleses, incluido sir Isaac Newton, sostenían que el ensanchamiento se hallaba en el ecuador.

La Misión Geodésica Francesa fue la primera gran incursión científica en América del Sur. El Virreinato del Perú resultó elegido porque ahí el ecuador se encontraba cerca de una ciudad (Quito) y entre dos cadenas montañosas principales que corren de norte a sur, ofreciendo así un panorama perfecto en el que llevar a cabo cálculos geodésicos. El equipo consistía de diez renombrados científicos franceses, liderados por un astrónomo, matemático y geógrafo. A fin de que les fuera permitido llevar a cabo sus experimentos en una colonia española, los científicos franceses tuvieron que agregar a su equipo a dos oficiales navales españoles con especializaciones en geografía (que en realidad eran espías profesionales).

En 1736, el equipo llegó a Quito. Se les unió un científico y cartógrafo ecuatoriano, y levantaron su campamento unos 15 kilómetros al norte de la ciudad, en las montañas de los Andes. Las relaciones profesionales colapsaron casi desde el principio, cuando los científicos franceses más experimentados desairaron a los españoles. Por otra parte, la misión estaba escasamente equipada para las condiciones de altitud y climáticas de las montañas, y las enfermedades se propagaron con rapidez. Los indígenas que vivían en la zona robaron las estacas que los científicos usaban como marcadores para calcular las distancias (temerosos de que los europeos estuviesen repartiéndose la tierra); además, los funcionarios locales acusaron al equipo de intentar sustraer artefactos incas y prácticamente los corrieron de la ciudad. El cirujano de la misión fue asesinado por una turba enardecida durante un encierro en Cuenca (donde supuestamente estaba involucrado en algún negocio turbio), y el dibujante cayó enfermo y murió. Cinco años antes de que el equipo ecuatorial pudiera terminar su tarea, la expedición polar concluyó la medición de un grado de latitud, demostrando concluyentemente que la Tierra se abultaba en el ecuador y recibiendo el aplauso de toda la comunidad científica europea.

Si bien la Misión Geodésica Francesa en el ecuador contribuyó apenas escasamente al avance de la ciencia, su sola presencia así como las ideas y los métodos científicos que llevó al Nuevo Mundo tendrían una profunda influencia en la región. Además de los aparatos más modernos que empacaron, los franceses trajeron consigo la Ilustración, una visión del mundo basada en gran medida en la teoría y la práctica científicas, y que a la larga llevaría a la revolución en Francia y a la independencia en el Nuevo Mundo. Tras haber declarado la independencia respecto de España en 1830, en lugar de llamarse República de Quito, como se le había conocido durante siglos, este nuevo país eligió su nombre inspirado en gran parte por la Misión Geodésica Francesa, que siempre se había referido a él como Tierra del Ecuador.

Antes de abandonar el país, la Misión Geodésica Francesa erigió un monumento piramidal a sí misma en el lugar donde había trazado por vez primera la línea del ecuador. Puesto que se desatendió la inclusión de los nombres de ambos funcionarios españoles –un insulto a la Corona española, que en represalia ordenó la destrucción de la flor de lis colocada sobre la pirámide–, el monumento fue abandonado, y se desmoronó al paso de los años. En 1936, para celebrar el bicentenario de la llegada de la Misión Geodésica, se erigió un monumento de piedra coronado por un globo terráqueo de latón en San Antonio de Pichincha. Cincuenta años más tarde, ese monumento fue trasladado a un pueblo cercano y reemplazado por el monumento de 30 metros y el globo que se encuentran ahí hoy día, flanqueados por bustos de todos los miembros de la Primera Misión Geodésica (españoles incluidos).

Tanto el gigantesco monumento como el museo dedicado al ecuador equivocaron el lugar de la línea por un amplio margen, mientras que muchas construcciones prehispánicas se levantan directamente sobre esta línea que divide la Tierra en dos. Aun cuando los astrónomos y matemáticos europeos que vivían lejos del ecuador pudieran calcular su ubicación científicamente (siempre con un margen significativo de error), quienes vivían en la región eran capaces de señalar con exactitud la posición del ecuador sin necesidad de dispositivos científicos.

Resulta tan ridículo afirmar que Colón “descubrió” América como decir que los griegos “inventaron” el ecuador. La idea de una zona tórrida, de fuego e inhabitable, una teoría que existió a lo largo y ancho de la civilización europea, con su corolario, la idea de que el ecuador era el infierno en la tierra, habla de ignorancia y miedo, más que de geografía y ciencia avanzadas. En cualquier caso, el cálculo de la existencia de una línea imaginaria es menos relevante que la creación de una cultura (que incluye religión, arquitectura y astronomía) basada en el ecuador y en los singulares acontecimientos celestes que ahí ocurren.

La cultura Quitu-Caranqui no tuvo que “inventar” el ecuador; sabía ya muy bien de la singularidad del lugar cuando se asentó en la región montañosa de los Andes, sobre el ecuador. Los incas, que habitaban la región sur de Cuzco, se dirigieron al norte para invadir la región ecuatorial en 1489 y, una vez que dominaron a las culturas indígenas locales, pusieron manos a la obra para construir en las montañas una serie de pucaraes: enormes estructuras circulares hechas con piedras. Los antropólogos ecuatorianos e internacionales piensan que estas construcciones gigantescas, los restos más importantes de los incas dentro de la región ecuatorial, eran fortificaciones militares. Sin embargo, no todo el mundo está tan seguro.

Cristóbal Cobo, aficionado del vuelo en ala delta, viajaba con frecuencia de su nativo Quito a la cadena montañosa que se encuentra 15 kilómetros al norte. Sus vuelos en solitario le proporcionaron una privilegiada vista aérea de la zona, al tiempo que el uso de la tecnología GPS, de Google Earth y de Stellarium le ayudó a rastrear la línea ecuatorial a lo largo de toda la región. Tras cartografiar construcciones indígenas conocidas en el área, Cobo comenzó a usar Autocad y otros sofisticados programas de imágenes tridimensionales para proyectar líneas desde Catequilla, sede de una gran estructura circular, hacia las colinas circundantes, lo que lo llevó al descubrimiento de varios sitios arqueológicos hasta ahora desconocidos. De acuerdo con un mapa que Cobo diseñó, Catequilla es el centro de una serie de 13 construcciones prehispánicas, todas ellas alineadas a lo largo de las principales líneas geográficas y celestes y, por ende, todas en perfecta relación geométrica con el ecuador.

Cobo, astrónomo, antropólogo y geógrafo autodidacta ecuatoriano, llegó a la conclusión de que estas construcciones circulares no eran fuertes (que, por lo demás, estaban demasiado lejos de cualquier centro urbano como para servir de mucha protección), sino que de hecho tenían un propósito celeste. Los incas estaban al tanto de la existencia del ecuador gracias a los informes de viajeros que habían visto su sombra desaparecer durante los equinoccios. Más que solo belicistas imperiales, los incas eran además hijos del Sol (su principal deidad) y ávidos observadores de las estrellas. Según Cobo, los diversos pucaraes ubicados sobre el ecuador, alineados con los principales cuerpos celestes, eran muy probablemente observatorios desde los cuales mirar las estrellas y trazar el movimiento del Sol.

La construcción de Catequilla, un arco de piedra de aproximadamente 70 metros de diámetro y 1.80 metros de altura, está ubicada entre dos cadenas montañosas y, puesto que se trata del único plano elevado localizado directamente sobre el ecuador, proporciona una vista despejada de 3600. Desde este punto singular y privilegiado, los sitios arqueológicos más importantes de la región, así como las constelaciones del sur y del norte, son visibles a simple vista. De acuerdo con Cobo, el arco de Catequilla fue construido siguiendo el trayecto del Sol sobre el ecuador, ya que el extremo de un muro recibe la salida del Sol durante el solsticio de invierno, mientras que el otro recibe la puesta del Sol durante el solsticio de verano: un ejemplo perfecto de la arquitectura astral indígena.

Como fruto de estas ideas, Cobo creó recientemente el Proyecto Quitsato, “un estudio multidisciplinario de arqueología y astronomía diseñado para dar cuenta de la interpretación correcta del significado y función de los contextos culturales prehispánicos que existen en los Andes ecuatoriales”. Como parte de su proyecto construyó un reloj de sol gigante (el único objeto sobre el ecuador hecho por el hombre que puede ser visto desde el espacio), localizado exactamente sobre el ecuador (que está a unos minutos en auto de la casa de Cobo, la Hacienda de Guachalá, el mismísimo lugar en que residió la Misión Geodésica Francesa mientras estuvo en Ecuador). Las líneas de piedras blancas que corren desde el tubo gigante que está en medio sirven como calendario, como reloj y como brújula. Durante solo unos segundos, dos veces al año, el Sol, que al mediodía de los equinoccios se ubica directamente por encima, ilumina el espejo al fondo del enorme tubo, ilustrando la perfecta centralidad del ecuador en relación al trayecto solar.

Aunque Cobo utiliza los dispositivos de rastreo por satélite más modernos, así como sofisticados programas de computación para trazar sus mapas de la astroarquitectura indígena, no se fía de los métodos y perspectivas científicos europeos que han acompañado al colonialismo en su diseminación sobre el planeta. La Misión Geodésica Francesa, equipada con los aparatos y teorías más recientes, no solo fue incapaz de calcular con precisión la ubicación de la línea del ecuador, sino que su cultura ilustrada, basada en la ciencia, finalmente acabó por generar sistemas más eficientes para explotar el Nuevo Mundo.

En particular, a Cobo le genera problemas la dirección que la cartografía ha tomado. Desde que Ptolomeo dibujara el primer mapa del mundo en el año 150, con el norte firmemente colocado en la parte de arriba, esta orientación se convirtió en la orientación estándar para todos los mapas alrededor del mundo. La posición predominante del norte en los mapas proviene del uso de Polaris, también llamada Estrella Polar, como la luz que guiaba a los navegantes. Sin embargo, Polaris, lo mismo que cualquier otra estrella, no es un punto fijo. Dado que la Tierra se ensancha en el ecuador, y dado que la atracción gravitacional del Sol y la Luna afectan a esta zona más que a cualquier otra sobre el planeta, la rotación de la Tierra resulta un movimiento en verdad parecido al de un trompo tambaleante. Este tambaleo, conocido por los astrónomos como la precesión del ecuador, representa un desplazamiento cíclico de la orientación del eje terrestre y provoca que las estrellas parezcan migrar a través del cielo a un ritmo de casi un grado cada 72 años. Este desplazamiento gradual significa que Polaris, a la larga, dejará de ser vista como la Estrella Polar, y que los navegantes deberán orientarse por otros medios.

Para Cobo, el punto más fijo que uno puede utilizar para orientarse en el mundo es el Sol, que sale por el Este sobre el ecuador. La palabra misma, orientación, viene del término latino oriens, que significa Este o salida del Sol. Desorientar significa perder la dirección, perder el camino o, literalmente, perder el Oriente. En la cultura occidental, el Norte se usa para determinar todas las demás direcciones y, sin embargo, el origen de la palabra misma viene del prefijo protoindoeuropeo ner-, que significa abajo o debajo, pero también izquierda, y era usado comúnmente como “a la izquierda, frente al sol saliente”. Así pues, con el fin de determinar el Norte, es necesario saber en qué dirección se encuentra el Este.

En 1569, el belga Gerhard Mercator, primero en producir en masa globos terráqueos y celestes, ideó un sistema para proyectar la Tierra redonda sobre el rectángulo plano de un mapa. Su “descripción nueva y aumentada de la Tierra, corregida para el uso de navegantes” hizo que la Tierra tuviese la misma anchura en el ecuador y en los polos, distorsionando así el tamaño de los continentes. Si bien Mercator creó su proyección (aún utilizada hoy día en la mayoría de los mapas mundiales) para los propósitos de la navegación, sus mapas condujeron a una autopercepción engrandecida de los países del norte, ubicados en la parte de arriba del mapa, al tiempo que disminuyó la apreciación de tamaño e importancia del hemisferio sur.

La posición del hemisferio norte por encima del hemisferio sur, y la distorsión de su verdadero tamaño en la mayoría de los mapas, ha dividido el globo terráqueo en oposiciones binarias simplistas, como primer/tercer mundo, civilizado/primitivo y países desarrollados/subdesarrollados. De hecho, tendría mucho más sentido dividir el mundo en las zonas templada, tórrida y frígida de Aristóteles, pues no es el hemisferio sur el que alberga la mayor concentración de pobreza, sino más bien la región ecuatorial.

Desde un principio, más que representaciones del mundo físico, los mapas han sido proyecciones del egocentrismo del ser humano respecto del espacio que lo rodea, muchas veces influenciadas por intereses imperiales o religiosos encaminados a respaldar la posición o la visión del mundo privilegiada de cierta cultura o nación. Cobo piensa que muchas de las jerarquías geopolíticas, ideológicas y económicas que conforman inconscientemente nuestra visión del mundo desaparecerían si el globo terráqueo se colocara de lado y todos los mapas se rotaran 90 grados en sentido contrario a las manecillas del reloj, reposicionando de esta manera el Este en la parte superior del mundo, con el Norte y el Sur desplegados por igual a cada lado del ecuador.

Aunque es cierto que desde el espacio estos puntos no existen, sobre la Tierra el Este es nuestra orientación más universal. Uno pierde de vista el hemisferio celeste del Sur cuando mira al Norte, y solo observando hacia el Este es posible ver tanto las constelaciones del Norte como las constelaciones del Sur simultáneamente, conforme las estrellas pasan por encima. Mientras nuestro planeta se precipita a través del espacio, revolviéndose sobre su eje, el viento, el Sol y las estrellas, pero también el tiempo y el futuro, se nos acercan desde el Este. En ningún lugar puede alguien apreciar el movimiento del Sol y las estrellas o comprender su lugar en el universo tan bien como cuando mira hacia el Este estando de pie sobre la línea que envuelve la parte media de la Tierra.~

Traducción de Marianela Santoveña.

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es escritor y fotógrafo. Originario de Nueva York, vivió más de 20 años en la Ciudad de México. Es autor de Desde las entrañas (Turner, 2023) y Maneras de morir en México (Trilce, 2015), entre otros libros. Es guionista y director del largometraje Carambola (México, 2005).


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