Trumpismo

Los líderes del GOP ahora se sorprenden al descubrir que, después de permitir que ese extraño moho proliferara en las bases del partido, sus propios votantes están eligiendo a un bufón demagógico como candidato presidencial. 
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El partido Republicano estadounidense fue fundado en la década de 1850 con principios republicanos, burgueses y antiesclavistas. Y desde ese entonces y hasta ahora jamás ha producido una figura tan vergonzante y peligrosa como Donald J. Trump. O quizá sí: en los años cercanos a 1950, cuando un senador republicano llamado Joseph McCarthy desplegó una combinación letal de alcoholismo y anticomunismo que detonó una histeria estadounidense sobre espías soviéticos. Eventualmente, sin embargo, a McCarthy lo derribaron los líderes del partido Republicano. Hasta ahora nadie ha sido capaz de derribar a Donald Trump. Los líderes políticos e intelectuales del partido murmuran acerca de él. Se quejan, denuncian y conspiran. Pero no han sido capaces de impedir que Trump se convierta en el líder en la carrera por la nominación presidencial del partido.

Ahora, quizá todo es culpa de ellos. Desde hace unos años los líderes republicanos han dado a la bienvenida con todo entusiasmo a las doctrinas y las manías de la extrema derecha –que en Estados Unidos significa cristianos evangélicos y fanáticos anti impuestos del Partido del Té; una extrema derecha que ha beneficiado al partido Republicano a corto plazo y a la larga quizá lo destruya. Los líderes han propiciado un ánimo de confrontación que por momentos ha llevado al gobierno a un punto de crisis. Han promovido, o por lo menos, tolerado paranoias enloquecidas –como la creencia, totalmente infundada (pero promovida afanosamente por Trump) de que el Presidente Obama no es ciudadano estadounidense–; el tipo de creencias que engendran toda una variedad de teorías de la conspiración. En pocas palabras, los líderes Republicanos han permitido que en su partido se alojen demasiadas manías. Y ahora se sorprenden y espantan al descubrir que, después de permitir que ese extraño moho proliferara entre las bases del partido, sus propios votantes, como intoxicados, están eligiendo a un bufón demagógico como candidato presidencial.

Pero me pregunto si no sucede algo más. Me pregunto si es que el partido Republicano ha perdido el alma, así como sucedió a ciertas revistas y periódicos que, presionados por el internet, se han visto obligadas a abaratar su oferta en un esfuerzo desesperado por apelar a los instintos más bajos de la sociedad en general. En su carrera hacia la candidatura, Trump se ha enfrentado con el partido Republicano en todas las formas posibles. Ha lanzado insultos personales a la familia Bush y a todos los líderes recientes del partido; ha coqueteado con la ultraderecha racista del Ku Klux Klan, equivalente al movimiento Nazi (no obstante que el partido Republicano siempre ha sido hostil al Klan); ha adoptado posturas que no tienen relación con las perspectivas tradicionales del partido. Se comporta como si el partido Republicano y él fueran ajenos. Los líderes han intentado hacerlo a un lado esgrimiendo el argumento que Trump no es, de hecho, un Republicano. Pero los votantes republicanos continúan votando por él –como si, en lugar de ser miembros del partido, se vieran a sí mismos como espectadores de televisión, fieles a Trump y no al partido, porque Trump es una estrella de televisión.

Este es un avance más que ideológico. Algo terrible está sucediéndole al partido Republicano estadounidense. Me pregunto si no puede suceder algo similar en instituciones políticas democráticas de otros tipos, no solo en Estados Unidos.

 

(Traducción: Pablo Duarte) 

 

 

 

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