Ruinas comunistas

La agridulce ironía se revela como un buen método de aproximación para lo que ocurre en países Cuba, Venezuela o Bolivia. 
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Durante su estancia en China al novelista cubano-español Ronaldo Menéndez se le ocurrió hacer un viaje por las ruinas del comunismo. Al regresar a su hogar madrileño decidió continuar, junto con su compañera Natalia, lo que habían iniciado en Pekín. El proyecto consistió en viajar un poco al azar como mochileros en plan de arqueólogos de una realidad difunta o en serio peligro de extinción: el comunismo. El resultado de su viaje es un divertidísimo libro, de prosa ágil e irónica, titulado Rojo aceituna: Un viaje a la sombra del comunismo (Madrid, 2014), altamente recomendable a los izquierdistas que no se hayan hundido todavía irremediablemente en la solemnidad malhumorada que les inspira esta época postcomunista. La experiencia china llevó a Menéndez a preguntarse cómo diablos había sido posible que en una sociedad tan profundamente devota del capital floreciera tan duramente el voluntarismo impuesto por un sistema comunista. Yo mismo, hace poco, emprendí un viaje a China con propósitos similares a los de Menéndez, salvo que mi estilo no es el de un mochilero en busca de lo auténtico, lo salvaje y lo profundo; yo prefiero lo artificial, lo cultivado y lo que está a flor de tierra, pues allí creo encontrar claves para iniciar una exploración de las ruinas del comunismo.

Me gusta la actitud irónica de este escritor, y la comparto. Aunque compruebo que su buen humor se paraliza cuando llega a Phnom Penh y visita la antigua escuela S-21, un edificio que albergó el centro de tortura y exterminio del Khmer rojo camboyano y donde murieron unas 17 mil personas (hoy es un museo que denuncia el genocidio). Tampoco es un tema para bromas la gran hambruna en China que entre 1958 y 1961 mató a unos 30 millones de personas, catástrofe en buena parte desencadenada por el llamado "Gran Salto Adelante" ideado por Mao. La tragedia china continuó pocos años después cuando Mao desencadenó la Revolución Cultural, que en China hoy casi todos repudian como algo nefasto.

Pero la agridulce ironía se revela como un buen método de aproximación a lo que ocurre en Cuba, Venezuela o Bolivia. Las aventuras de las nuevas formas de propiedad privada en Cuba son hilarantes, corroídas como están por una burocracia ineficiente que no tiene ni idea de qué hacer ante una transición hacia no se sabe bien qué. El surrealismo calamitoso de la llamada "Revolución Bolivariana" resulta especialmente divertido visto con los ojos de un cubano que es enviado a Venezuela como "especialista literario" para coordinar talleres para jóvenes escritores, y que acaba recluido en una antigua estación de policía, en un barrio pobrísimo de los cerros de Caracas, dando clases a personas analfabetas que no quieren alfabetizarse. El viaje al "socialismo del siglo XXI" en su versión boliviana no es menos irónico y sintomático. Allí, en Cerro Rico (Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad) malviven unos mineros ajenos a las antiguas glorias de la plata del Potosí, y que no ven con buenos ojos al gobierno socializante de Evo Morales.

El socialismo bolivariano nace bajo una luz crepuscular, ya marchito y como en ruinas. Hacia el final de su viaje, Menéndez llega a una triste conclusión: "hace treinta años los jóvenes militantes de izquierda eran aguerridos, afiliados, orgánicos. Hoy tienden a flotar en el flato de la decepción, lamerse las heridas y retirarse al margen". Pero el libro de Menéndez escapa a esta melancolía con ayuda de su buen humor satírico.

Es una pena que Menéndez, en lugar de irse al lejano Oriente desde América del Sur, no haya seguido su viaje hacia México, donde la izquierda necesita urgentemente fuertes dosis de ironía y de buen humor para repensar su pasado reciente. Una mirada humorística a las recientes desventuras de los movimientos de izquierda bien valdría la pena: guerrilleros que luchan por la paz, maestros rebeldes que protestan contra la falta de ignorancia, populistas que quieren bajar los impuestos, intelectuales alérgicos a la democracia, confrontaciones tribales…

Pero, ¿es posible encarar los infortunios con ironía y humor? ¿Hay novelistas en México capaces de mirar con sarcasmo las desgraciadas aventuras de todas las izquierdas, desde las reformistas hasta las comunistas? En general los fracasos suelen ocasionar ataques agudos de solemnidad. Pero cuando surge el buen humor es que ya se está logrando abrir un nuevo camino.

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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