tomado de https://www.philosophersguild.com/literature

¿Qué horas son, Mr. Shakespeare?

¿Un llaverito de Salinger? ¿Una camiseta de Shakespeare? ¿Una cortina de baño de Jane Austen?. En este artículo se habla de productos literarios y la idea de lector que hay en ellos.
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Ahora que se habla tanto de Salinger por la biografía, el documental y los inéditos que están a punto de salir, no estaría mal resaltar la genialidad del tipo: no sólo se encargó de crearse una campaña publicitaria alrededor del secreto, sino que además dejó preparados al menos cinco libros para que se publicaran entre 2015 y 2020, lo que casualmente corresponde con el quinto y el décimo aniversario de su muerte. Un visionario, sin duda.

Tampoco estaría mal recordar que hace poco más de un año, la familia de Salinger  fracasó en su intento porque una corte en New Hampshire declarara que el derecho a explotar la imagen de alguien es hereditario, es decir, que únicamente los herederos podrían lucrar con llaveritos, camisetas o, por ejemplo, biografías y documentales sobre el escritor.

En uno de los ensayo de La experiencia literaria, Alfonso Reyes –para seguir citando autores– escribió:

Se me ocurre una manera indirecta de escribir la historia de la literatura española, que consistiera, no en estudiar esta historia directamente, sino en dar noticia de dónde se la debe estudiar”.

Entre otras cosas, el ensayo de Reyes trata sobre antologías, pero esta idea podría funcionar igual para manifestaciones donde no hay presencia de la literatura, al menos no implícitamente, pero sí concepciones sobre ella. La actual crisis de los derechos de autor es un buen ejemplo; los productos literarios, otro. Y es que el llaverito de Salinger lleva una postura implícita sobre el lugar de la literatura en esta sociedad, sobre sus usos mercantiles y sobre la estratificación de lectores que dan como resultado esos usos y costumbres. Aquí algunos ejemplos:

No lea libros; sumérjase en ellos

The Paris Review se convirtió en una publicación de referencia por las entrevistas a escritores que George Plimton, su editor y fundador, comenzó en 1953. Se habla, incluso, de que la presencia en esta revista confirma la naturaleza canónica del escritor o ilumina el camino hacia ella. Bueno, pues por $320 dólares usted puede ir al mar con un traje de baño diseñado por la revista. No se conforme con llevar libros de pasta dura a la playa, vístase a la altura de ellos.

No me digas que te gusta leer libros; demuéstramelo

¿Qué es lo que hace que una persona sea lectora? ¿Leer? No, por supuesto, porque la lectura también es una cuestión de actitud. Así que si actitud es lo que le falta, en la librería Gandhi usted puede conseguir camisetas que aseguran distinguirlo de los demás, esos cerdos incultos que no se atreven a presumir que leen libros. Mensajes como “El lector: especie en peligro de extinción”, “Menos face y más book”, “No digas chido porque se escucha gacho” dejan clara la voluntad impositiva, el carácter moralmente superior, la ingenuidad y el elitismo de muchas de las concepciones que hay sobre la lectura. Así es la publicidad, dirán algunos, y llevan razón: nadie se atrevería a pedirle a quienes venden libros que hagan lo posible por combatir estereotipos, pues todos sabemos que su tarea es fomentarlos.

Hay para todos los gustos

Hay de todo: títeres, muñecos, cartas, relojes, camisetas, tazas, mentas, sillones, sillas, escritorios, fundar de celular, cortinas de baño, ropa interior, de todo.  Si usted se toma verdaderamente en serio, basta con hacerse de cada uno de estos productos para que quede clara su filiación por los libros. Hay algunos muy buenos (por ejemplo, este juego de novelistas notables se ve bien) , pero acá se trata de diferenciar la delgada línea que hay entre comprar un títere de Jacques Derrida”  como un acto de afirmación –y es que nadie sabe tanto de deconstruccionismo como yo, si hasta tengo un muñeco– o como un acto irónico –los usos van desde adorno en el librero hasta vehículo para insultar a los amigos.

Hay más: la lectura pertenece a un círculo en el que, se nos dice o sugiere, leer no sólo no es suficiente, sino que a veces ni siquiera es necesario. ¿Es que alguien se imagina que afuera de las primeras representaciones de Hamlet hubiera vendedores de camisetas con la leyenda “2 b or not 2 b”? La lectura alguna vez fue un arte performativo –en algunos casos lo sigue siendo–, pero adaptar ese modelo a la escritura ¿no genera, como en los jams de escritura, ceremonias de culto al autor?

Orgullo y prejuicio

Si en lugar de lectores, lo que se busca son fanáticos y, como consecuencia, clientes, es muy probable que un bodrio como la película Austenlad de reciente estreno, tenga tintes proféticos: vamos al parque temático de Jane Austen, vistámonos como nos han dicho que se vestían en esa época, comportémonos como nos han dicho que se comportan sus personajes y esperemos que llegue la felicidad que cada uno de esos estereotipos nos produce. Leer el libro: ¿para qué?

También hay buenas ideas. Los paseos literarios, por ejemplo, que desde hace años organiza el INBA son una buena manera de promover la lectura considerando al lector como cliente. Aquí hay uno sobre Jack Kerouac, por ejemplo  Aquí hay otro: la empresa Scolastica Tours, que hasta ahora organiza dos paseos en Italia: uno sobre Dante, otro sobre Boccaccio. Y es que aquí, el lector también se lleva algo, y ese algo no tiene nada que ver con su ego.

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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