Petróleo

La industria petrolera mundial es dinámica y flexible; Pemex, en cambio, parece haberse detenido. 
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En la política una semana es mucho tiempo.

Harold Macmillan. 

 

El politizado debate sobre la reforma energética, dentro y fuera del Congreso, se dio una atmósfera de polarización tan profunda que logró en unos días lo que parecía imposible: radicalizar aún más las posiciones de sus abogados y sus detractores. Las descalificaciones y los argumentos retorcidos de muchos me recordaron la frase de James Schlesinger, encargado de la ingrata tarea de de negociar una reforma energética en los Estados Unidos en los años setenta: “Hay tres tipos de mentiras –las mentiras, las malditas mentiras y las mentiras energéticas” (energy lies).

Una buena vía para evitar estas últimas y tener una visión más objetiva de lo que está en juego con la reforma energética es la prensa extranjera. En especial la anglosajona, más pragmática y menos dada a alimentar dogmas idiosincráticos. Medios como el Financial Times y The Economist le han dado justo carpetazo a la “carga emocional” y a las “sensibilidades” mexicanas que han convertido a Pemex en símbolo de nuestra soberanía, porque el desarrollo y el funcionamiento eficaz de la industria petrolera en cualquier país del mundo es cuestión de números, no de mitos.

Las cifras que sustentan la necesidad de una reforma energética de amplio alcance son aplastantes. México es hoy por hoy el séptimo productor de hidrocarburos del planeta, pero su producción –y su capacidad exportadora– se ha desplomado 20% en una década. El país ha pasado de ser un exportador neto a importar cantidades crecientes de hidrocarburos. Esta sangría de recursos que nos obliga, además, a pagar por gas un precio seis veces más alto que el consumidor norteamericano es, a primera vista, inexplicable. México tiene inmensas reservas estimadas de petróleo: 115,000 millones de barriles. Una riqueza equivalente a la de Kuwait. Sin embargo, no hemos podido ni siquiera explotar las reservas probadas de petróleo (más de 10,000 millones de barriles) ni las de gas natural (17.22tn pies cúbicos). Importamos gas, cuando Lakach, un solo campo situado a 50 millas de la costa veracruzana, podría –subrayaba el Financial Times*– satisfacer las necesidades de gas del Reino Unido por 16 años.

La industria petrolera mundial es dinámica y flexible. Las grandes empresas de antaño, como El Aguila en México, se ganaron a pulso su mala fama. Dueñas de la tierra y el subsuelo que abarcaba, entregaron por décadas migajas de sus ganancias a los países huéspedes. Sin embargo, cuando los países productores de petróleo transitaron de equilibrar las ganancias provenientes del petróleo a expropiar las concesiones e instalaciones de las grandes petroleras, las compañías se resignaron a lo inevitable. Dejaron de imponer su voluntad a los países exportadores hace mucho tiempo. A diferencia de México, países como Arabia Saudita mantuvieron sus lazos con las empresas petroleras que habían sido dueñas de sus hidrocarburos y empezaron a firmar contratos a modo con ellas cuando necesitaban su know how en la explotación o mercadeo del petróleo.

Pemex se convirtió en un fósil en este mundo cambiante y dinámico. Para modernizarse necesita reformas internas: acabar con la corrupción, adelgazar su planta laboral y que el Estado deje de ordeñarla. Pero sólo una gran reforma que convierta a la empresa en protagonista internacional puede solucionar dos de los más graves problemas que padece ahora: la escasez de recursos (para explotar las reservas probadas y satisfacer la demanda interna, Pemex necesita invertir anualmente por décadas más del doble de lo que invirtió en 2013) y de tecnología (la empresa no tiene el know how para explotar depósitos en aguas profundas y en lutitas.) Esos recursos sólo pueden venir del exterior.

Y para atraer a las grandes empresas privadas que si tienen recursos y tecnología es indispensable adoptar el régimen contractual mixto con el que funciona la empresa brasileña Petrobras, y muchas otras: los llamados APSs-acuerdos para compartir ganancias,donde toda la producción va al Estado huésped- y proyectos de alto riesgo donde lo que se comparte es la producción. A fin de cuentas,concluía un experto entrevistado por el Financial Times, todo dependerá del tipo de contratos que se ofrezcan y no de un ideal platónico. Si se aplica la reforma que Pemex necesita, tal vez nos podamos escapar del epitafio con que cerraba el analista: “Todo lo que Noruega hace funciona bien;todo lo que Brasil hace funciona mas o menos;y todo lo que México ha hecho hasta ahora no ha servido para nada.”

*Energy reform stirs Mexico’s deepwater prospects, noviembre 26, 2013

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

 

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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