Militares en el Zócalo

Las noticias no pueden ser una sumatoria de escándalos inconexos ni un registro abarrotado de acontecimientos ciegos que confundan al receptor y difundan el miedo y la impotencia entre los ciudadanos.
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Desde temprano, a través de Twitter se difunde una imagen de la Plaza de la Constitución en la que se ve un camión del Ejército mexicano y a varios soldados vestidos de civil con sus mochilas. Para la tarde de ese 20 de noviembre se espera en el Zócalo una gran manifestación ciudadana por los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, así que se generan todo tipo de especulaciones sobre lo que hace ese grupo de militares en el lugar.

Un medio online recoge la imagen y la publica junto con otras en las que se ve a miembros del Estado Mayor Presidencial en la zona de Campo Marte (Paseo de la Reforma y Anatole France) para un acto encabezado por el presidente de la República. “Los usuarios sospechan que son infiltrados militares dispuestos a reventar la gran marcha convocada hoy”, dice la nota; sin embargo, no se verifica la veracidad de las imágenes a las que se da categoría de denuncia ciudadana y el rumor toma mayor vuelo en tanto hay otros medios dispuestos a hacer eco sin confirmar.

La versión de los supuestos reventadores en el Zócalo era fácilmente contrastable. Sobre la azotea del Gran Hotel de la ciudad de México, una cámara que transmite imágenes de la plaza 24 horas al día permitía confirmar que no solo no había ningún vehículo sobre la Plaza de la Constitución, sino que ni siquiera había existido presencia militar visible en todo el día.

En uno de los programas vespertinos de W Radio, incluso una locutora advirtió al menos en dos ocasiones de “la cantidad de sardos vestidos de civil que descaradamente son transportados hasta en camiones del ejército”. Por encima del término peyorativo contra los elementos militares, la locutora cooperaba en dar validez a rumores de violencia; la foto y el ánimo incendiado como prueba de conjura. Según ella, las fotos exhibían (obviedad) que cualquier miembro del ejército o de la policía podía andar vestido de civil y remataba: “aunque traigan su suetercito rojo y verde, el casquete corto los descara”.

A pesar de que existía un llamado a salir sin miedo a las calles a reclamar la aparición de los desparecidos y exigir a las autoridades acciones ante el problema, las imágenes de los camiones militares seguían saliendo de cuentas de simpatizantes con el movimiento, acompañadas de otras fotografías sin fecha ni contexto que alertaban de soldados atrincherados “en el estacionamiento de Palacio Nacional” y de “francotiradores” sobre el techo del edificio, falacia que seguía siendo repetida por algunos asistentes a la manifestación.

Se equivocaron. Por la tarde, miles de personas marcharon sin incidentes y se manifestaron sin que nadie reventara el desarrollo de la protesta. (La violencia posterior al acto vino de un grupo de provocadores, no de los asistentes a la jornada, y se magnificó debido a los abusos cometidos por los cuerpos policiacos que debían garantizar que el orden se mantuviera).

Ha costado décadas enteras que en nuestro país los medios de comunicación operen con la libertad de acción más amplia posible bajo la consideración de que esa libertad resulta en bien del régimen democrático. Desgraciadamente los mismos medios alimentan el miedo y la desconfianza cuando se conducen sin estándares mínimos de profesionalismo en su responsabilidad con la audiencia. Se valida sin trámite cualquier conclusión obtenida con los ánimos exaltados, pero que encaja con las narrativas de complot y victimismo, donde solo hay bandos.

Los resultados de esta conducta no se hacen esperar: el periodista que no insinúe una escalada de violencia y represión desde el Estado o que no vea militares infiltrados en fotos borrosas es un mentiroso, un vendido.

Como lo explica uno de los fundadores de Medios para la paz en el libro La palabra desarmada, “las noticias no pueden ser una sumatoria de escándalos inconexos ni un registro abarrotado de acontecimientos ciegos que confundan al receptor y difundan el miedo y la impotencia entre los ciudadanos. De este bombardeo irresponsable no sale sino una visión caótica de la realidad, un acercamiento confuso a los hechos”.

Tenemos, pues, medios y periodistas que profesionalmente se exigen menos de lo que le demandan a su vida política, poseedores de una retórica combustible, pero incapaces de dudar de lo que llega a sus manos antes de transmitirlo. Los que tomaron las calles también los derrotaron a ellos.

 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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