Jacobo Zabludovsky: el poder del silencio

Durante muchos años el poder que personificó Zabludovsky no emanó de lo que dijo, de las noticias que dio o de los boletines que leyó, sino de lo que calló.
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La semana pasada murió Jacobo Zabludovsky, figura emblemática del México del siglo XX. Los que crecimos en ese país tan distinto al que es hoy, recordamos su semblante inexpresivo, su tono de voz monocorde, sus anteojos de pasta, su corbata invariablemente negra y los desproporcionados audífonos con los que leía las noticias del día. El noticiero “24 Horas” era, junto con “En Familia con Chabelo” y “Siempre en Domingo” de Raúl Velasco, la trinidad inamovible del Canal 2.

Muchos artículos se han dedicado estos días a hacer un balance de la larguísima carrera de Zabludovsky y, como bien lo ha calificado José Merino, esta ha sido una “muerte introspectiva” por los recuerdos que ha liberado en cada uno de nosotros. El Jacobo de mis memorias es el de esos tristísimos días de septiembre de 1985. A mis nueve años, luego de los terremotos, entendí quién era Jacobo Zabludovsky al escuchar con mi familia su sentida narración sobre la destrucción que los sismos dejaron en el centro de la ciudad, y su comparación de los daños con los de un bombardeo. Su voz entrecortada, al ver tanta pérdida de vidas y tantos edificios emblemáticos completamente destruidos, incluyendo “su casa”, Televisa, era sobrecogedora. Su narración le dio sentido y magnitud a lo que pasaba en la ciudad en su hora más dolorosa y triste.

Lo que no sabía ni Jacobo, ni el gobierno, ni nosotros, era que ese desastre natural marcaría el inicio del largo camino de desmantelamiento del sistema político autoritario del que él fue vocero tantas décadas. Tres años después del terremoto, en 1988, el descontento de la gente ante las crisis económicas y la corrupción se manifestó con las primeras elecciones que amenazaron a la “dictadura perfecta”. El gobierno enfrentó una álgida competencia electoral, e hizo todo para evitar que esta triunfara. Tanto el candidato del PAN a la presidencia de la República, Manuel Clouthier, como el del FDN, Cuauhtémoc Cárdenas, eran inexistentes para Televisa y su anchorman. Desde entonces, el decente y cercano “Jacobo” del sismo se volvió el nefasto “Zabludovsky” en mi casa y en la de muchos mexicanos que se rehusaban a seguir viendo pasivamente apologías a gobiernos cada vez más incompetentes y corruptos.  “No veas 24 Horas porque oculta la verdad”, era el mensaje del PAN de Clouthier que se repetía por toda la ciudad en calcomanías y volantes. Recuerdo que mi padre compraba religiosamente los domingos la revista Proceso, y al hojearla comencé a darme cuenta de que el país que nos contaba Jacobo no era el mismo en el que los demás vivíamos. Nada de lo que ahí se decía se mostraba en la televisión de ese entonces.

Diez años después, en 1998, terminó 24 Horas y Jacobo Zabludovsky comenzó lo que muchos han llamado su “conversión” a la libertad de expresión y al periodismo crítico del poder.

En 2013, convertido de nuevo en un popular conductor de radio, Zabludovsky recibió la medalla al mérito cívico “Eduardo Neri” de parte de la Cámara de Diputados. En esa tribuna, dio un discurso, tal vez el más importante que haya dado,que hizo honor a su historia, a su estilo y esencia, a su ethos. Se trata de un texto políticamente correcto, bien redactado, con citas, frases y referencias elevadas, salpicado de nombres de grandes intelectuales, muchos de los cuales fueron sus amigos. Al escucharlo, no quedaba duda del hombre culto y cosmopolita que era Jacobo Zabludovsky, del personaje de trato fino muy apreciado por sus amigos. Pero si consideramos al orador y el evento, ese discurso tiene una falla crucial: no reconoce que su audiencia, y el público en general, tiene una opinión dividida sobre su persona y trayectoria. Una regla del discurso dice que, cuando te diriges a una audiencia neutral, debes tratar de persuadir y convencer para ganar más adeptos a tus ideas, pero cuando tu audiencia está dividida, o es hostil, tus palabras deben apuntar a ganarse su respeto. Y eso se logra reconociendo respetuosa y explícitamente la postura de los que tienes en contra y haciendo alguna reflexión sobre tu punto de vista al respecto.

Eso no ocurrió. En su discurso, como lo hacía en “24 Horas”, Zabludovsky hizo una reflexión universal y abstracta, nunca nacional y concreta, sobre el papel de los medios. No hubo una reflexión personal de hechos específicos del pasado vistos por uno de sus observadores más cercanos. No hubo una autocrítica sincera, así fuera leve, que le diera más valor a su propia transformación como periodista. Muy lejos estuvo el discurso de ser la confesión y la disculpa que algunos, tal vez ingenuamente, quisieron escuchar.

En es discurso, lleno de lugares comunes, Zabludovsky dijo que “la palabra es poder”. Y es muy cierto. Pero en su caso, durante muchos años el poder que personificó no emanó de lo que dijo, de las noticias que dio o de los boletines que leyó, sino de lo que calló. En momentos clave para la nación, su silencio, y ciertamente el de la gran mayoría de los medios de comunicación, le dio fuerza y vida a la “dictadura perfecta”.

Hoy, si yo tuviera que redactar una elegía de Zabludovsky, diría que México ha sufrido mucho por los demagogos, que han hecho de la palabra un instrumento de engaño y control. Pero también sufrió por quienes manejaron durante años, y con eficaz frialdad, el enorme poder del silencio. Esos tiempos deben quedar definitivamente atrás.

 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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