Podemos y la transversalidad perdida

Podemos ha firmado un pacto con Izquierda Unida que lo aleja de los votantes del PSOE.  
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En las pasadas elecciones del 20 de diciembre Podemos cosechó un éxito sin precedentes para un partido que concurría por primera vez al Congreso. Obtuvo 42 escaños, 69 con sus confluencias, y más de cinco millones de votos, quedando a poco más de un punto del PSOE. Con frecuencia, escuchamos a los partidos rivales y los medios de comunicación hostiles hablar de Podemos como una formación de extrema izquierda que puede oscilar entre el leninismo de cara amable o el populismo bolivariano, según a quien se pregunte. Pero lo cierto es que en España no hay cinco millones de votantes que suspiren por los huesos de Hugo Chávez o reivindiquen un plan quinquenal para recuperar la economía.

El éxito de Podemos hay que buscarlo en la llamada transversalidad que sus dirigentes pusieron de moda. Pablo Iglesias y Errejón consiguieron atraer a un buen número de electores que se sentían defraudados por los viejos partidos. Cuando sus competidores trataron de arrinconar a Podemos en la izquierda del eje ideológico, ellos supieron cambiar el marco de referencia al eje viejo-nuevo. Así, congregaron a la mayor parte de los electores jóvenes y se presentaron como una opción especialmente atractiva para clases medias urbanas.

En contra de lo que muchos esperaban, Podemos no se convirtió en el nuevo feudo de la clase obrera. Hay un debate abierto y muy interesante sobre si el votante de Podemos es o no el perdedor de la crisis. Por un lado, como señala Pepe Fernández-Albertos, encontramos que la formación de Iglesias obtiene mejores resultados en las mesas electorales de los distritos más desfavorecidos o golpeados por la recesión. Por el otro, como ha apuntado Pau Marí-Klose, el votante de Podemos es el que cuenta en mayor medida con estudios superiores y proviene de los hogares con ingresos más altos.

Ambas cosas son ciertas. El votante de Podemos no es de extracción social humilde. El voto obrero y con un nivel de cualificación menor se ha mantenido razonablemente fiel al PSOE. Pero esto no significa que a Podemos no le hayan votado los perdedores de la crisis. Muchos de sus electores son los hijos de las clases medias urbanas para los que la crisis cayó como una losa sobre sus expectativas económicas y laborales. Sus padres habían vivido mejor que sus abuelos, y ellos esperaban vivir al menos tan bien como sus padres. Pero de repente se vieron fuera de la universidad con una carrera, un máster y la imposibilidad de encontrar un empleo o de conseguir un contrato indefinido. Sin una cierta seguridad en el empleo, cosas tan normales como tener independencia económica, trazar un proyecto de vida o formar una familia se hacen tremendamente complicadas.

Así, el éxito de Podemos fue el de saber canalizar la frustración de expectativas de toda una generación y movilizarla electoralmente. El principal damnificado fue el PSOE, al que hizo un agujero en su izquierda, y que obtuvo los peores resultados de su historia. La buena noticia para los socialistas es que, según el barómetro del CIS de abril, actualmente la transferencia de votantes del PSOE a Podemos es de un 1%. De hecho, el PSOE estaría recogiendo ahora mismo un flujo de votantes de Pablo Iglesias, que el CIS estima en un 7%, descontentos con las decisiones tomadas por su partido en los últimos meses. Estos datos hay que tomarlos con cautela porque corresponden a un trabajo realizado con una muestra modesta y elaborado entre enero y marzo, antes de que se constatara la repetición electoral y se sellara el acuerdo IU-Podemos de cara a las elecciones del 26 de junio.

Pero todas las encuestas coinciden en señalar que Podemos baja, y además es el partido que más baja. Parece que su caladero de votos hacia el centro se está agotando y ya no es capaz de conquistar a nuevos votantes del PSOE. Su esperanza para dar un salto cualitativo en escaños que le permita sobrepasar a los socialistas pasa por el acuerdo con IU. Pablo Iglesias cuenta con que su alianza con Alberto Garzón le granjeará varios cientos de miles de votos más y, sobre todo, el favor del sistema electoral. Sin embargo, debemos ser cautos. Una parte importante de los votantes de Podemos se sitúa ideológicamente en las posiciones 4 y 5 del espectro. Es posible que muchos de ellos no vean con buenos ojos una alianza con un partido viejo y en el que aún resiste el PCE.

Y lo mismo sucede con el votante de IU. Se trata de un elector que ya tuvo la oportunidad de votar a Iglesias el 20D, pero que por algún motivo prefirió mantenerse fiel a la formación de Garzón a pesar de saber que obtendría escasa representación. Hay un gráfico estupendo de Kiko Llaneras donde se explica que la mayor parte de los electores de Podemos (un 22%) se define como progresista, mientras que la mayoría de los votantes de IU (un 21%) se dice comunista. Estas diferencias no nos permiten inducir que el próximo 26 de junio el resultado que obtengan las dos fuerzas que ahora concurren juntas vaya a ser una mera suma agregada de los votos que obtendrían por separado.

En líneas generales, atendiendo a la tendencia que dibujan las encuestas y la transferencia de votos hacia y desde el PSOE, parece que la transversalidad de Podemos está agotada. Si la repetición electoral no sirve para materializar el anhelado sorpasso a los socialistas, las opciones de Iglesias de convertirse en la referencia y la alternativa de gobierno a la izquierda se verán muy menguadas. La gran batalla de estos comicios va a librarse entre la socialdemocracia y la nueva izquierda.

Mientras tanto, el PP espera que el fantasma del populismo le baste para volver a ganar. Por su parte, Ciudadanos continúa siendo la fuerza que más crece en las encuestas. El 20D, un 16,9% dudó entre votar a Rajoy o a Albert Rivera. Pero a menudo se olvida que un 18% (8,4% para el Podemos y 9,6% para PSOE) dudó entre votar a una formación de izquierdas o a Ciudadanos. Además, un 25% de los electores de C’s se declara progresista o socialdemócrata. Hay, por tanto, un margen importante de crecimiento para Ciudadanos en el centro-izquierda. El PSOE no debería cometer la torpeza de asumir que Rivera compite solo en el centro-derecha. Transversalidad lo llaman.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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