Periodismo desde el silencio

El buen periodismo, efectivamente, no es el trabajo de un héroe solitario que pone su firma, sino la decisión de un colectivo de profesionales.
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A punto de cumplir los 23 años, un joven aficionado del Alianza Lima, fue asesinado el 24 de septiembre de 2011 por hinchas del equipo adversario, quienes después de darle una golpiza, lo arrojaron desde un palco del Estadio Monumental de Perú. La violencia sin control en el futbol obligó a las autoridades a asumir medidas, a los dueños a suspender la actividad de la liga local, mientras que a los medios les exigía involucrarse.

El 13 de octubre, un diario deportivo, El Bocón, salió a la calle no solo con una portada en blanco, sino con una edición sin noticias de futbol, con varias páginas interiores y espacios vacíos, y una leyenda: "Continuar con la violencia solo hará que el futbol desaparezca".

Parte de la responsabilidad social del periodismo consiste en dar a los ciudadanos la posibilidad de participar en los asuntos de interés público. Javier Darío Restrepo veía en la profesión una indiscutible fuerza de liderazgo en el que se apoya la ciudadanía, justamente porque ve en el periodismo un bien público; “lee los hechos con los ojos del periódico”.

Paradójicamente, el diario peruano logró enviar un mensaje enérgico a partir del silencio. Dejar fuera las reacciones del medio futbolístico tras la derrota de la Selección Nacional en Chile o las incidencias del torneo local no significaron nunca rendirse a la violencia. En el caso del tiroteo ocurrido en 2011, iniciado por grupos criminales durante un juego de futbol  en las inmediaciones del estadio de Torreón, no había alternativa posible; por la naturaleza de la violencia los medios solo tenían como opción informar.

Fuera del ámbito deportivo, dejar de informar es capitular. En los años ochenta, el diario El Espectador de Colombia perdió a su director, cuatro colaboradores y parte de sus instalaciones en ataques del Cártel de Medellín; por algunas semanas el espacio destinado al editorial fue dejado en blanco de manera simbólica por el riesgo que significaba ejercer el periodismo en el país. La pregunta que el propio medio se ha planteado es válida: ¿Qué hubiera sido de Colombia si sus medios hubieran negociado con los capos de la mafia, las guerrillas o los paramilitares? Como advertía Restrepo, sobre el silencio atemorizado de la prensa el único discurso que se levantará será el del violento para defender sus actos.

En México hay, quizá, un solo hecho significativo en ese sentido. La noche del 30 de julio de 2010, la periodista Denise Maerker apareció en la pantalla de Televisa para anunciar que  esa noche que la emisión de su programa Punto de partida sería suspendida tras el secuestro de tres reporteros en Gómez Palacio Durango. “No estamos dispuestos a salir y fingir que no está pasando nada. Sí está pasando”, dijo antes de enviar la señal a negros.

La banalización de la violencia ha hecho más difícil advertir las pérdidas de un ambiente descompuesto en el que los comunicadores también hemos tenido responsabilidad; los medios han sido incapaces de mostrar que la información que ofrecen todos los días “constituye el elemento básico para el ejercicio razonable y razonado de la libertad” en todos los ámbitos porque el periodismo sigue siendo visto como un trabajo de heroísmo individual.

Recientemente, Luis Miguel González, director editorial de El Economista, reconocía que “nos fascina la figura del periodista que lucha en solitario frente a las diversas formas de adversidad, como la censura, la opacidad, las limitaciones económicas y la estulticia”. Sin embargo, son las decisiones diarias de los equipos editoriales en conjunto las que aportan valor y contexto a hechos que se han vuelto tan cotidianos como la violencia; ahí es donde se piensa sobre la responsabilidad con los lectores y puede reconocerse cuando incluso el silencio o la página en blanco aportan profundidad, se trate de futbol o de los crímenes de la delincuencia organizada. El buen periodismo, efectivamente, no es el trabajo de un héroe solitario que pone su firma, sino la decisión de un colectivo de profesionales que trabajan la mayoría de las veces en anónimo.

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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