Octavio Paz en la inauguración de la Expo Estampa Japonesa 1954

Octavio Paz, diplomático en Japón

Del 5 de junio al 29 de octubre de 1952 Octavio Paz se desempeñó como encargado de negocios de la Embajada de México en Japón. Aquí un recuento de esa estancia.  
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La labor diplomática de Octavio Paz es una faceta poco estudiada pero esencial de la trayectoria vital de uno de los miembros más conspicuos del Servicio Exterior Mexicano. Su carrera diplomática no es una parte menor de su biografía. Lo escribió hace años Christopher Domínguez Michael al reseñar Andar fronteras, el libro de Froylán Enciso que se ocupa del desempeño diplomático de Paz en Francia: “Paz fue quien fue, en buena medida, por haber culminado su formación en el clima intelectual francés de la posguerra, en cuyas polémicas, glorias y miserias se acabó de forjar el siglo”.[1] Podríamos añadir que Paz tampoco sería quien finalmente fue si más adelante no hubiera conocido la realidad de la India y, desde el espejo lúcido de esa realidad distante, no hubiera observado con otros ojos Occidente. Y es claro que no habría vivido esos decisivos años de formación en la Francia de la posguerra ni habría conocido la plenitud solar de su madurez en la India de Nehru e Indira Gandhi sin su pertenencia al cuerpo diplomático.

Pero no sólo eso. Al abordar, en sus informes diplomáticos, asuntos como la formación de la Cuarta República Francesa, la naturaleza de los organismos multilaterales, la reconstrucción de Europa durante el Plan Marshall, la invención y las consecuencias de la Guerra Fría, el conflicto entre el comunismo y la democracia liberal, o el cisma que dividió a De Gaulle y los grandes partidos ante el dilema entre diseñar una república parlamentaria o una presidencialista, Octavio Paz se ejercita ya en “el dibujo mayestático y dramático de las circunstancias históricas” que caracterizará sus ensayos de mayor aliento. Quizá tenga razón Christopher Domínguez en pensar que, aunque orientada por las reflexiones morales de Albert Camus, la perspectiva de Paz le debe más a la visión panorámica, “un tanto displicente y un poco a la manera del Gran Siglo” de Paul Valéry en Miradas sobre el mundo actual(1933), libro entonces de cabecera para Paz. Así y todo, es dable suponer que, al redactar esas páginas, ajenas al corpus de su obra literaria publicada, pero sobre las que tenía la conciencia de que sobrevivirían en los archivos y serían más pronto que tarde sacadas a la luz por los investigadores, Paz advertiría sobre el hombro las miradas de Alexis Leger y de Talleyrand mientras atendía, más literalmente, a la de José Gorostiza, con quien redactó durante algunos años los borradores de los informes y discursos que firmaba el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Padilla Nervo[2].

En suma, es indudable que el estilo del magnífico ensayista político que fue Paz, formado primero en la urgencia de la crónica periodística, se templó y solidificó en el ejercicio de una informada prosa diplomática en la que precisión y reticencia van necesariamente de la mano. A la experiencia de observador informante le debe no poco, además, su perspectiva de ensayista político historiador del presente. Pero es un tema por estudiar.

Entrevistado por Claudio Isaac[3], Octavio Paz dijo alguna vez que sus ascensos en el servicio diplomático habían sido lentos y su carrera, larga y mediocre. Los tres términos son relativos: dependen de con qué rasero se midan. Paz nunca tuvo, desde luego, ni las aspiraciones burocráticas ni el espíritu institucional de Genaro Estrada, Jaime Torres Bodet o José Gorostiza, tres escritores que encabezaron la Secretaría de Relaciones Exteriores, fueron sus ideólogos y se sentían todavía inspirados por una visión fundacional del Estado mexicano surgido de la revolución de 1910; ni tuvo, por lo mismo, una influencia decisiva como la de ellos en la política exterior mexicana. Pero tampoco puede decirse que su carrera haya sido, comparada con la media, ni excepcionalmente larga ni mediocre. La mayoría de los miembros del SEM no culminan su carrera con el grado de embajador. La mayoría tampoco tienen iniciativas con frutos perdurables. Paz las tuvo, aunque de su carrera diplomática lo que se recuerde sea su renuncia. 

En esa carrera de 23 años (de 1945 a 1968), el periodo del que me ocupo aquí es brevísimo: se extiende poco menos de cinco meses, del 5 de junio al 29 de octubre de 1952. Ese lapso en que se desempeña como encargado de negocios de la Embajada de México en Japón no es, con todo, insignificante en la hoja de servicios de Paz. Fue, para emplear sus propios términos, su primera comisión de responsabilidad: la de instalar una embajada en Tokio que relevaba, elevándola, la legación cerrada casi exactamente diez años antes, el 28 de mayo de 1942, cuando México, al declararle la guerra a las potencias del Eje, rompió relaciones con Japón. El expediente de Octavio Paz en el Archivo de la SRE, que guarda telegramas, cartas personales y otros documentos, está, lamentablemente, incompleto, pues no recoge ninguno de los cuatro oficios a los que hace referencia el que el jefe del Departamento de Cancillería de la Dirección del Servicio Diplomático le dirigió el 5 de julio de 1952.[4] Es posible que esos oficios incluyeran informes políticos y sería deseable que aparecieran, porque el periodo que le tocó vivir en esa adscripción fue interesantísimo. Tras haber firmado el Tratado de Paz con Estados Unidos unos meses antes (con lo que la Segunda Guerra se daba oficialmente por terminada), Japón acababa de recobrar su independencia e iniciaba, de mano del primer ministro Shigeru Yoshida, un despegue económico asombroso. Pero Paz estuvo como encargado de negocios apenas un par de meses. Una vez llegado el nuevo embajador, Manuel Maples Arce, la correspondencia de la Embajada saldría con su firma y las gestiones de la misión tendrían su crédito. En los últimos años se ha publicado alguna correspondencia de Paz escrita desde Japón, sin embargo, en pocas cartas hay referencia a las labores diplomáticas. En los otro estudios y fuentes disponibles abundan los errores, unos debidos al descuido y otros a la mala fe y la fantasía. A continuación resumo el contenido del expediente de Paz y aclaro algunos errores de Guillermo Sheridan, Froylán Enciso, Helena Paz Garro y Christopher Domínguez Michael.

En el oficio 5021027 del 4 de febrero de 1951, el secretario de Relaciones Exteriores Manuel Tello Barraud comunica al embajador de México en Washington, Rafael de la Colina, el interés del gobierno del presidente Miguel Alemán por reanudar las relaciones diplomáticas con Japón. El gobierno japonés responde el 18 de marzo su deseo de hacerlo apenas entre en vigor, el 28 de abril de 1952, el Tratado de Paz entre las Fuerzas Aliadas y Japón, firmado el 8 de septiembre de 1951 en San Francisco, aunque aclara que, a diferencia de México, no estaría en condiciones de designar de inmediato a un embajador extraordinario plenipotenciario. Pero antes de esa fecha, el 2 de abril, un boletín de prensa divulga una declaración de la SRE de México y la Cancillería japonesa, en el que se manifiesta la común voluntad de ambos gobiernos de restablecer las relaciones. Tres semanas después, el 8 de mayo, el secretario de Relaciones Exteriores Tello Barraud le pide al director general del Servicio Diplomático que “el C. Lic. Octavio Paz, Segundo Secretario del Servicio Exterior adscrito a nuestra Misión Diplomática en Nueva Delhi, India, se traslade a la ciudad de Tokio, en donde quedará acreditado con el carácter de Encargado de Negocios ad interim ante el Gobierno del Japón”. El mismo día, la SRE informa de lo anterior al encargado de Negocios ad interim de Japón en México, Koh Chiba (quien luego sería el primer embajador de su país en México). Y al día siguiente, la Dirección General del Servicio Diplomático telegrafía a la Embajada de México en Nueva Delhi su decisión de que el segundo secretario Paz se traslade “a Tokio en donde quedará acreditado como encargado de negocios ad interim hasta designación nuevo embajador”.

Cuando recibe la orden de trasladarse a Tokio, Octavio Paz tiene seis meses en la India. Había llegado en noviembre de 1951, como parte del equipo enviado para abrir, al mando del embajador Emilio Portes Gil, la embajada de México en ese país que acababa de conquistar su independencia. No es difícil imaginar las razones por las que se decidió enviar a Paz: estaba relativamente cerca de Japón, acababa de adquirir experiencia en los trámites de apertura de una misión y era, de los dos diplomáticos que acompañaban a Portes Gil (junto con dos cancilleres), el de menor rango y, por lo mismo, el más prescindible. En términos burocráticos, el traslado implica un reconocimiento, puede verse como una promoción, y es natural que el segundo secretario Octavio Paz, abrumado en su primer paso por la India, reciba la noticia de buen grado. El 13 de mayo le escribe a Alfonso Reyes:

Dentro de diez días salgo para Tokio. Voy como Encargado de Negocios a.i. Es mi primera comisión de responsabilidad. Estoy muy contento y procuraré hacerlo bien […] Ya sólo espero el ascenso para completar mi felicidad burocrática. Me pongo a sus órdenes en Tokio. Ya le escribiré desde ahí una carta ordenada y con menos disparates. Estoy tan excitado que escribo casi sin pensar lo que digo. […] Le escribiré del Japón (¡qué raro suena!) dándole mi dirección. He pensado varias veces en Tablada: ¿estuvo allá?[5]

No fueron diez sino veinte días los que pasaron hasta su partida, pues sólo el 2 de junio se recibe en México el aviso telegráfico de que “ayer salió Tokio secretario Paz”. No sabemos cuál hayan sido el itinerario, pero no llega hasta el 5 de junio a Tokio, según un telegrama que da como “dirección provisional” la del Hotel Imperial que sería en realidad durante varios años la sede de la Embajada, y pide por primera vez y con infructuosa urgencia el envío de sellos, instructivo, escudo, etc. Dos días después, el 7 de junio, con una celeridad que lo sorprende, lo recibe el ministro Asuntos extranjeros, “quedando así instalada Embajada México”.

El Hotel Imperial en 1952

El 8 de junio, no habiendo recibido el instructivo para clasificar la correspondencia oficial, Paz le envía al secretario de Relaciones Exteriores Tello Barraud “una carta personal, no un oficio”, no sin excusarse por esa “leve, y obligada, infracción a las reglas”. En seis páginas apretadas, luego de confirmar que llegó el día 5 e informar que lo recibieron en el aeropuerto dos funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores, un funcionario de la Legación de Suecia, una delegación de la Sociedad de Amigos de México en Japón y el traductor de la Embajada, Hideo Furuya[6] (grupo considerable para un segundo secretario), da cuenta de su entrevista con el ministro de Asuntos Exteriores, Katsuo Okazaki.

A Paz le sorprende que el ministro de Asuntos Exteriores, a través de los funcionarios que acuden al aeropuerto, haya manifestado su disposición a recibirlo casi de inmediato: dos días después de su llegada, el 7 de mayo. La premura es explicable, dado que a ojos del Ministerio, la Embajada, con la presencia del encargado de negocios, se daba por instalada. También le llama la atención a Paz que la entrevista dure más de media hora, lo que según le dicen es inusual. Pero mi experiencia —fui durante cinco años funcionario de la Embajada de México en Tokio— me dice que los japoneses subrayan a todos lo excepcional del tratamiento que se le da a cada uno.

El ministro le comunica a Paz lo previsible en las circunstancias: en suma, que el gobierno de Japón tiene el más vivo interés no sólo en restablecer plenamente las relaciones diplomáticas con México, sino en intensificarlas en todos los órdenes, especialmente en el económico y comercial. Le explica, además, las dificultades para encontrar un buen embajador que enviar a México.

“El señor Okazaki es una personalidad viva, inteligente y dinámica”, anota Paz. Es poco decir. Katsuo Okazaki (1897-1965), en su juventud un atleta que había representado a Japón en la carrera de cinco mil metros en los Juegos Olímpicos de París de 1924, fue una figura destacada de la política japonesa. Cónsul general en Nanking luego de la ocupación japonesa y durante la masacre, años después fue uno de los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores que se reunieron en secreto en Manila para definir, con Douglas MacArthur, los detalles de la rendición formal de Japón, el inicio de la ocupación y otros asuntos que detallaba la “General Order No, 1”,[7] firmada por MacArthur y llevada de Manila a Tokio por Okazaki en un avión que se quedó sin combustible cerca de la costa y aterrizó a tumbos. A fines de 1951 dejó el puesto de Secretario en Jefe del segundo gabinete de Shigeru Yoshida para negociar, como Secretario de Estado sin cartera, el Acuerdo Administrativo que fijaba los términos del fin de la ocupación militar norteamericana[8]. Y poco más tarde, en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores (1952-1954), firmó el Tratado de Asistencia Mutua con Estados Unidos. Como el primer ministro Shigeru Yoshida, que en su segundo periodo lo llamó a su gabinete, Okazaki fue un político importante en el Japón Imperial, en la ocupación y en la posguerra. Habida cuenta de la maestría de Paz en el retrato a pluma, no puede uno sino lamentar que en este caso no se haya demorado más en el personaje. Pero es de suponer que, recién llegado, había acudido a la entrevista sin mayores antecedentes.

Tokio 1952

Más adelante Paz comunica sus primeras impresiones de Tokio, en donde apenas dos meses antes había terminado la ocupación norteamericana:

Mis primeras impresiones son muy favorables. Me ha sorprendido la cortesía y gentileza de los funcionarios del Ministerio de Negocios Extranjeros. También el estado —acaso aparente— de prosperidad general. No se ven mendigos. La gente parece sana y alegre. Contra lo que esperaba, no he percibido rencor contra los norteamericanos. Esta impresión puede ser superficial, pues los incidentes del primero de mayo[9] parecen demostrar lo contrario. Pero no creo equivocarme al afirmar que he encontrado un estado de espíritu muy distinto al de Europa, especialmente al de Francia: ni amargura, ni resentimiento. No se percibe odio al extranjero, ni se ven los rostros cansados o crispados tan frecuentes en las ciudades europeas. Tampoco nada que recuerde la atroz miseria de la India —ni la reserva y desconfianza, casi siempre enmascaradas de autosuficiencia, de la burocracia hindú—. La juventud, por lo que he visto en las calles, se encuentra muy “americanizada”. En ningún país es tan visible la influencia de las maneras y costumbres de nuestros vecinos. […] En fin, no puedo ni quiero extenderme sobre esto, pues corro el riesgo de hacer juicios prematuros y temerarios. Lo que no me impide repetir: mi primera impresión es muy grata; y me ha sorprendido la salud, la limpieza, la alegría y el dinamismo de esta ciudad.

El resto de la carta —tres páginas de seis— hace notar el elevado costo de la vida en Tokio, “la ciudad más cara del mundo”, y detalla los problemas de instalación de la Embajada.[10] Dada la desmesura de las rentas de las oficinas, a Paz le parece más viable alquilar una casa para la que de cualquier modo habrá que comprar muebles. Más urgente es la compra de muebles y útiles de oficina, así como la de un coche. Y más aun el envío, desde México, de sellos, formas y el instructivo para cifrar la correspondencia. También pide que se le reembolse el pasaje de su hija, y un sobresueldo, porque no le alcanza el dinero. Por último, deja saber su incomodidad porque ha sido a través de la cancillería japonesa como se ha enterado del nombramiento de Manuel Maples Arce como embajador, y manifiesta que su gestión, a su parecer, ha de limitarse a recibir los asuntos que han estado a cargo de la Legación de Suecia, a buscar casa, oficina, si se le autoriza, y a comprar útiles.

Sobre esa carta del 8 de junio hay tres “extractos” del 13 de junio, sin firma ni crédito de la oficina que los hizo. Curiosamente en el primero, al resumir la entrevista con Okazaki, se afirma que el ministro “le manifestó que deseaba enviar lo antes posible un Embajador a México”, lo que es inexacto.

El 13 de junio Paz le escribe por segunda vez a Tello Barraud. Da cuenta de su entrevista con el ministro de la Embajada de Suecia y con un funcionario, Hultmark, encargado de entregar los bienes, depósitos y documentos mexicanos de los que esa misión se había hecho cargo desde el rompimiento de las relaciones entre México y Japón: “Negocios de exportación e importación, facturas, legalización de firmas, etc. Asimismo, numerosas solicitudes de visado (turismo y visitantes especialmente), provenientes de japoneses y de nacionales de los Estados Unidos”. Vuelve a solicitar que se le envíen sellos, circulares y tarifas de formas en materia consular, para atender la tramitación normal de la sección consular. Detalla sus averiguaciones sobre la posibilidad de eximir de impuestos una donación de azúcar y leche en polvo hecha por el presidente de la República a las Misiones Eucarísticas. Informa que sigue buscando casa para la Embajada, sin éxito, y que le han dicho que es más barato comprar o construir una casa. Insiste en la necesidad de un coche. Añade que asistió a una cena ofrecida por el embajador de Francia al primer ministro Shigeru Yoshida, y al ministro de asuntos extranjeros, Kasuo Okazaki, en la que conversó “largamente” con el subsecretario Shibusawa, quien conoce y se interesa por México. En el párrafo más interesante de la carta, Paz anuncia un futuro informe (que no se encuentra en el expediente) y comunica una decisión de orden político sobre las relaciones de la Embajada con otra representación:

Espero poder enviar a usted en breve un primer informe con mis observaciones, tanto en lo político como en lo económico y social. Desde ahora puedo decirle que el Tratado de Paz y Comercio con la India, la búsqueda de mercados para los productores japoneses (especialmente en México, Brasil, Argentina y Sudasia), la visita del Mariscal Alexander, las negociaciones en Pan Mun Jom y los incidentes de Koje, la agitación con motivo de la Ley contra las Actividades Subversivas y la especial situación de la Misión soviética, constituyen los hechos más salientes de esta quincena. Por lo que toca a esto último, creo haber obrado correctamente al no comunicar a la Misión soviética la instalación de la Embajada, en virtud de que no solamente no está acreditada ante el Gobierno Japonés, sino de que, como consecuencia de la disolución del Consejo Aliado en el Japón, tampoco tiene personalidad oficial. La tesis del Gobierno Japonés es que los miembros de la Misión soviética residen en Japón, desde la disolución del Consejo Aliado, como simples particulares. —La tesis soviética se basa en la “ilegalidad de la disolución del Consejo Aliado, fruto de un acto unilateral de los Estados Unidos” y en la “ilegalidad del Tratado de Paz”.— Mucho le agradeceré que se sirva decirme si mi actitud le parece acertada.

Tello Barraud responde el 12 de agosto —¡dos meses después!— a las cartas de Paz del 8 y el 13 de junio. Aclara que no lo había hecho porque trató con Maples Arce los asuntos mencionados por Paz, pero no dice nada sobre los apremios económicos ni sobre  la solicitud de ayuda. Tampoco sobre los comentarios de Paz relativos a la situación política. Paz debe de haber resentido particularmente el desdén a sus empeños de observador, que reducía su encargo a una función subalterna.

No sólo a Tello (y a Alfonso Reyes, su mentor en la Secretaría) acudió Paz para intentar paliar sus penurias económicas. El 11 de junio, en una carta en que le agradece a Eduardo Espinosa y Prieto, subdirector general del Servicio Diplomático, el envío de un libro de su autoría,[11] repite: “Una de las sorpresas que me aguardaban en Tokio —acaso la única desagradable— es la carestía de la vida”, y pregunta si se le han autorizado y remitido gastos de sostenimiento. La respuesta de Espinosa y Prieto, el 17, es desalentadora y poco simpática. Le comunica que espera los comentarios de Paz sobre su libro; pero, sobre la carestía de Tokio, escribe una frase que no podía sino molestar a quien había estado ya en dos representaciones mexicanas en el extranjero: “Me da mucha pena saber que Tokio esté tan caro como usted lo describe, pero debo decirle que actualmente esa es la regla general en los puestos en el servicio”. Confirma que “ha sido asignada una partida de gastos de sostenimiento para la Embajada en Tokio cuyo monto es de Dls. 500.00”, que recibirá “a partir de junio en curso”. Tampoco debe haberle agradado a Paz el aviso de que “por correo recibirá usted la noticia de que hemos pedido el beneplácito” para Maples Arce”, de la que ya sabía por los japoneses, ni la aclaración de que “veo con pena que se pasaron unos días sin que se le enviara a usted este aviso y hoy he dado instrucciones de que se le mande inmediatamente”. Dos veces le da pena a Espinosa y Prieto, dos veces se habrá irritado Paz.

Pero las estrecheces económicas y los escollos burocráticos no lo son todo y Paz disfruta las primeras semanas en su nueva adscripción. El 30 de junio le escribe al poeta francés Jean-Clarence Lambert[12]:

Estoy muy contento en Japón —por razones contrarias a las que me hacían fascinante e irritante la India— pero durante este mes he tenido que abandonar totalmente mi trabajo (si es que puede llamarse “trabajo” a lo poco que escribo). […] Los pocos días que he pasado fuera de Tokio […] me han hecho vislumbrar un país muy hermoso y un pueblo admirable, cortés, alegre y para el que poesía, pintura y vida no constituyen mundos aparte. En todo caso, el haber dejado la India produce una sensación de alivio. Allá la presión es terrible. Aquí todo parece fácil y la sonrisa adquiere un nuevo brillo. Creo que los occidentales no saben sonreír. Tampoco los hindúes. Pero por donde ha pasado el budismo resplandece la sonrisa.

[…] ¿El Japón cerrado a los extranjeros? Jamás he visto pueblo más cortés y acogedor.

Lo “poco que escribo” fue al cabo de veras poco: Paz escribió en Japón un solo poema desesperanzado: “¿No hay salida?”, que cierra La estación violenta. Aunque se abre con la expresión “en duermevela”, es un poema de insomnio, dictado por una conciencia que da vueltas en el vacío y topa a cada instante con el sinsentido. El título es una pregunta, pero esa pregunta angustiada es casi una certeza y su peso es asfixiante. Es tan negro que en sus líneas Tokio no aparece por ningún lado. No deja de llamarme la atención la semejanza entre el título de poema de Paz y el de un poema de Paul Claudel, el poeta francés que fue embajador en Japón y bête noire de los surrealistas: “La muraille intérieure de Tokyo”. Sospecho que no es mera coincidencia. Aunque la muralla de Claudel es real y simbólica mientras que la de Paz es interior, hay semejanzas en la forma versicular de ambos poemas. Y Paz, de quien en esos meses se publica en Francia una Anthologie de la poésie mexicaine [13]presentada precisamente por Paul Claudel, no debe de haber dejado de leer a un poeta que con tanta simpatía y penetración escribió sobre Japón.

Como sea, Paz no dejó de ocuparse de su obra, revisándola y corrigiéndola y tramitando su publicación en revistas y antologías. Para una de éstas le escribe, en la misma carta que acabo de citar, a Jean-Clarence Lambert:

Mi biografía (?) es bastante estúpida, como la de la mayoría de los hombres. (Y la otra, la parte maravillosa, también como la de la mayoría de los hombres, no se puede contar. La poesía —es decir, lo que llamamos “poesía” y que no es sino el poema (escrito, pintado, hablado o convertido en acto, por ejemplo en el amor, el suicidio, el heroísmo, la mística, etc.)— sirve para expresar esa parte maravillosa. Así, mi verdadera biografía son mis poemas. El resto es la banalidad, la no-vida.) De todos modos —y a sabiendas de que es inútil— le daré algunos “datos”. Nací en 1914. Estudié en escuelas burguesas (Colegio Francés y Colegio Inglés), luego en la Universidad. A los 14 años me expulsaron de todas las escuelas. Una huelga estudiantil y un cambio de autoridades hizo (sic) que al año siguiente pudiese volver a la escuela. En mis años de estudiante participé vagamente en la política (estuve una vez preso, durante una manifestación popular). Leí con fervor. Uno de mis mejores amigos se suicidó —algo que me afectó mucho—. Me enamoré profundamente. La guerra de España representa algo capital en mi vida y me marcó para siempre: descubrí una posibilidad para el hombre y entreví que ahí se perdió algo que tardaremos siglos en reconquistar (ese algo es la tradición revolucionaria no-marxista —en el sentido actual de Lenin, Trotsky y Stalin— de la que habla Camus en la última parte de su libro). En España descubrí también el Mediterráneo —que es una de mis pasiones y una de las raíces de mi ser—. (La sensación que experimenté, en plena guerra española, en la costa mediterránea, la volví a sentir en Nápoles —“Himno entre Ruinas”— y, el año pasado, en diciembre, en Eleusis.) Volví a México. Me ocupé en trabajos literarios (fundé una revista, que publicó, por primera vez en español, la Temporada de Infierno de Rimbaud, las Poesías de Lautreamont, algunos olvidados poetas del XVII español, etc.). En 1942 escribí un texto en prosa que, dentro de mi evolución personal, tiene cierta importancia: “Poesía de Soledad y Poesía de Comunión” (mi libro sobre la poesía no es sino una ampliación de ese texto). En 1943 me marché a los Estados Unidos, país al que, contra la opinión general, no profeso ninguna antipatía y al que le debo muchas cosas. Después, estuve seis años en Francia (Breton y Péret), luego en la India y ahora en el Japón. Hace nueve años que no voy a México (algo así como un exilio voluntario). Y eso es todo. Libros publicados: Luna Silvestre (poesía, 1933); Raíz del Hombre (poesía, 1937); Bajo tu Clara Sombra (poesía, 1937); Entre la piedra y la flor (poema, 1941); A la Orilla del Mundo (poesía, 1942); Libertad bajo Palabra (poesía 1949); El Laberinto de la Soledad (1950, ensayo sobre México); ¿Águila o Sol? (poesía, 1951). Este año publicaré un libro sobre la poesía (aún sin título). Tengo listo otro libro de ensayos que saldrá el año que viene, también aún sin título (se trata de ensayos y artículos sobre poetas, pintores y artistas mexicanos. El ensayo sobre Tamayo y la nota sobre Buñuel forman parte de ese libro). Algún día terminaré las X Vigilias ( que serán X y estoy a la mitad). Algún día escribiré una pieza de teatro para María Casares ( que la heroína será una divinidad subterránea y solar). He escrito muchos artículos dispersos. ¿Y qué más? Ya sabe usted lo que me interesa y cuáles son mis aficiones profundas. Entre ellas, la amistad. Un abrazo,

Octavio

Aunque no tiene que ver con sus afanes diplomáticos, he transcrito entera la carta porque da muy bien cuenta de la imagen que se hacía Paz de sí mismo y de su obra en ese momento, y permite vislumbrar su estado de ánimo. Hay, en el espíritu enfático de la carta, la sombra de una profunda exasperación. Lo que no tardaría en cambiar. Un mes más tarde, el 30 de julio le escribe Paz a Reyes: “Don Alfonso: ¿podría usted hablar con Tello y explicarle que no me alcanza el sueldo? Ahora me defiendo con la famosa Encargaduría, pero cuando llegue Maples Arce —y llega dentro de unos veinte días— sencillamente no podré vivir”. Dos meses después, el 29 de septiembre, le escribe a Lambert:

Atravieso por uno de los momentos más duros de mi vida. Helena está gravemente enferma. Aquí no veo la manera de curarla. Hemos pedido el cambio a Suiza, donde deberá hospitalizarse inmediatamente (se trata de algo en la columna vertebral y en el nervio de la espina). Aguardo sin muchas esperanzas la respuesta de México. Vivimos en un hotel y la vida no puede ser más desagradable y angustiosa. Pero basta de quejas.

El 19 de septiembre el doctor Fukase le había diagnosticado a Elena Garro mielitis y  recomendado que se atendiera en Suiza. Al día siguiente, el embajador Maples Arce le envía un telegrama al respecto al presidente de la República. Ese telegrama le cuesta un regaño de Tello Barraud, que responde el 23 de septiembre:

Esa Secretaría estaba informada desde los primeros días de junio de la difícil situación por la que atraviesa el personal de la Embajada de México en Japón, y de manera particular el Secretario Paz. Ahora bien, a mis solicitudes se respondió —resolución que comprendo y justifico— que por el momento era imposible resolver el problema […] me parece conveniente añadir que la situación del señor Paz requiere una solución urgente, ya que está viviendo en un hotel con su familia, en un cuarto, sin poder dar a su esposa los cuidados necesarios, gastando sumas superiores a sus medios y tropezando con toda clase de obstáculos y dificultades de orden material y moral.

La última frase me hace pensar que el borrador de la carta fue escrito por el propio Paz. Nadie mejor que él para exponer la situación, y no habría sido extraño que el embajador se lo pidiera. En todo caso, la orden de traslado no es dictada por Tello Barraud sino 10 días después, el 2 de octubre. Y se hace efectiva casi un mes más tarde, el 29.

Del 5 de junio al 29 de octubre hay exactamente cuatro meses y 24 días, no los “seis meses y una semana” que dice Guillermo Sheridan en su Poeta con paisaje,[14] libro imprescindible pero que en las pocas páginas que dedica a la estancia de Paz en Japón incurre en varios errores. El primero es poco importante. Dice Sheridan que “un amigo le presta una pequeña casa de papel en Kaziguara, a una hora de Tokio, donde se refugia los fines de semana para escribir”. El recuerdo proviene de una conversación con Octavio Paz, el 18 de febrero de 1993, en el restaurante Petit Cluny de San Ángel. Como yo estaba también a la mesa ese día, sé que fue el propio Paz quien recordó mal el nombre del pueblo: se trataba de Karuizawa. Que no es cualquier pueblo. Karuizawa fue el primer lugar de veraneo de extranjeros en Japón, desde 1886, y ya en 1889 eran un centenar los que se refugiaban ahí del calor extremo de Tokio. Pronto atrajo a los diplomáticos, luego a aristócratas japoneses y, en fin, a la familia imperial. En 1932, más de mil extranjeros poseían casas ahí. Durante la guerra fue campo de concentración de diplomáticos y otros residentes extranjeros, y después de la guerra volvió a ser el pueblo afrancesado de antes. En las canchas de tenis de Karuizawa conoció en 1950 el príncipe heredero Akihito a la futura emperatriz Michiko. Quien le prestó la casa a Paz no fue un amigo, sino un amigo de un amigo: el traductor de la Embajada, Hideo Furuya. En suma: Paz pasa sus días de asueto no aislado en un pueblito típico japonés sino entre diplomáticos en un pueblo afrancesado (en el que Elena Garro se entretiene jugando al tenis con el embajador de Francia, si hemos de creerle a las Memorias de Helena Paz). Más adelante apunta Sheridan que en esos meses Paz acude en peregrinación a ver “la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji, cerca de Kioto”. En esta última frase, que es una cita de Paz, también confunde el nombre, pues se trata del templo Konpuku-ji (que no está cerca sino dentro de Kioto). Pero se refiere a una visita realizada en 1984, cuando volvió como invitado de la Fundación Japón.

Froylán Enciso, siguiendo a Sheridan, dice en su muy meritorio pero harto discutible Andar fronteras (Siglo XXI, 2008):

Pasó poco más de seis meses en la misión de reabrir relaciones con Japón, episodio que tomó tintes de novela. Con la economía japonesa hecha pedazos, no tenía los mismos recursos que en Francia. Ante las carencias, tuvo que instalar la oficina en el hotel donde se hospedó. La falta de los insumos más básicos, como papel membretado, lo irritaron hasta la desesperación, por lo que escribió a México para solicitar que le enviaran más dinero. Poco tiempo después, llegó su familia, lo que complicó las cosas. Tuvieron que instalarse en la misma habitación y, al poco tiempo, encontraron que bien podrían negociar que los sacaran de Japón, para lo que dijeron que Elena Garro se había enfermado gravemente. Sus solicitudes de más dinero no recibieron respuesta.[15]

No fueron más de seis meses, como ya vimos; no fueron ni siquiera cinco. Tampoco puede decirse que Paz los haya dedicado sobre todo a “reabrir relaciones con Japón”, pues la mayor parte del tiempo se dedicó infructuosamente a la búsqueda de instalaciones para la misión. No sé si el episodio tenga tintes de novela, pero es claro que la falta de recursos no se debió al estado de la economía japonesa, sino a la naturaleza de la burocracia mexicana. Y, en fin, en el malestar profundo de Paz pesaron, tanto o más que las carencias, las dificultades de su relación con Elena Garro, cuya enfermedad, como hemos visto, fue diagnosticada por un médico. No hay ningún indicio de que, como sugiere Enciso, haya sido un invento. De los temores de Paz al respecto da testimonio la carta ya citada a Jean Clarence Lambert del 29 de septiembre.

Más errores, y de más grave explicación, son los que transmiten las Memorias de Helena Paz Garro. Doy algunos ejemplos. Según la hija de Paz, el día que llegaron su madre y ella a Tokio, apenas habían entrado en su habitación del Hotel Imperial, su padre “recibió una llamada del embajador francés (al cual él aún no conocía): ofrecían una cena en mi honor en la embajada de Francia […] Así, de un plumazo —literal— le fui útil a mi padre en su carrera, pues no conocía a nadie en Japón”.[16] Pero Paz ya se había entrevistado con Okazaki y había asistido a una cena en la Embajada de Francia, no en honor de su hija sino del primer ministro Shigeru Yoshida, y el mismo ministro de asuntos extranjeros Katsuo Okazaki. Según Helena, eso ocurrió cuando Paz tenía ya “tres meses de estancia” en Japón. Pero entonces debió ser a principios de octubre, cuando Paz ya había solicitado su traslado a Suiza.

“Como casi todos los occidentales que vivían en Japón”, dice más adelante Helena, “él odiaba a los japoneses”. La afirmación, en la que insiste a lo largo del libro, contradice la admiración y la simpatía que expresa Paz en su correspondencia personal y diplomática de esos mismos días y en ensayos de años posteriores. Lo más asombroso es la explicación que da Helena: “Ahora supongo —dice— que fue porque durante la guerra estaba de parte de Alemania”. Es inútil preguntarse qué bases tenía la hija de Paz para afirmar eso, porque no había ninguna, y sus propósitos no son asunto de estas notas. No tendría más, en cualquier caso, que las que tuvo para afirmar que Paz “de manera insistente, mandaba telegramas a Relaciones Exteriores, quejándose. // Hasta que el secretario Tello […] le escribió para aconsejarle que se mudara a una pensión japonesa barata”. No hay ninguna comunicación de Tello Barraud en ese sentido.

Un último ejemplo. No se refiere a la estancia en Tokio, pero sí con la vida diplomática de Paz y su relación con Japón. Hacia el final de sus Memorias, Helena Paz Garro escribe que su padre

…había propuesto a la embajada del Japón traducir a Bashô, el gran poeta japonés. La embajada se puso feliz y le mandaron al agregado cultural. Resultaba cómico, pues los japoneses no están dotados para los idiomas. El agregado cultural, muy educado como todos los japoneses, no hablaba español, pero sí un pésimo inglés. Y mi padre se enfurecía con él, pues, en esas circunstancias, le era muy difícil la traducción, ya que él tampoco sabía japonés. Le gritaba de una manera terrible al pobre hombre, pues los orientales de carne y hueso lo seguían irritando. Idealmente no. Había cambiado de gusto completamente, cosa que me alegraba mucho.

A veces, entraba al cuarto donde estaban trabajando y me salía para no morirme de risa delante de ellos. El resultado fue una traducción pésima, pero que, en aquellos días, le dio fama de orientalista. Nunca olvidaré la cara de felicidad del japonés cuando la terminaron y se despidió cortésmente de mi padre. La embajada japonesa no se volvió a comunicar con mi padre en aquel entonces. Pero sus propósitos se habían cumplido, México le daba el título de joven orientalista.[17]

Es desconcertante que alguien pueda hilvanar tantas mentiras en tan pocas líneas. Como ha contado en más de una ocasión Eikichi Hayashiya, la decisión de traducir Oku no hosomichi la tomaron Paz y él después de barajar otros títulos. También ha contado cómo se realizó la traducción: desde luego no entre intemperancias y groserías. Hayashiya, además, no era el agregado cultural —ese cargo no existía entonces en la Embajada—, sino un segundo secretario que había sido enviado a México entre otras cosas porque, contrariamente a lo que afirma Helena Paz Garro, hablaba perfectamente la lengua española. La había estudiado en la Universidad de Estudios Extranjeros de Osaka, donde se graduó en 1941, y luego en la Universidad de Salamanca, de 1941 a 1944. Después permaneció en España, pues su primer puesto diplomático fue el de agregado a la Legación de Japón en ese país, de septiembre de 1944 a enero de 1946. Además de traducir al español con Octavio Paz, el libro de Bashô, Hayashiya ha vertido al japonés, entre otras cosas, la versión de Adrián Recinos del Popol Vuh, las Cartas y el Diario del primer viaje de Cristóbal Colón, la Relación de las cosas de Yucatán, de Diego de Landa.[18].

Ante la deformada visión de la realidad que es evidente en cada página de las Memorias de Helena Paz Garro no queda sino pensar que no fueron solo las estrecheces económicas sino sobre todo el ahogo del círculo familiar lo que provocó el profundo desasosiego de Paz y lo empujó a salir de Japón. Pero esos pocos meses fructificarían en los años siguientes tanto en su obra literaria como en su labor diplomática. Entre 1954 y 1957, los años en que se desempeña como Director de Organismos Internacionales en la SRE, su relación con Japón es constante. Concibe y redacta con Eikichi Hayashiya el primer Tratado de Intercambio Cultural entre México y Japon, que se firma en 1955; gestiona el viaje a México de una gran exposición itinerante de grabado japonés financiada por la UNESCO (la primera había sido organizada años antes por José Juan Tablada) y para acompañarla organiza un ciclo de conferencias sobre cultura japonesa. Emprende además, con el mismo Eikichi Hayashiya, la primera traducción occidental de Sendas de Oku, el clásico de Matsuo Bashô, y escribe su ensayo sobre “Tres momentos de la literatura japonesa”. Organiza, con Donald Keene y Victoria Ocampo, un número de la revista Sur dedicado a la literatura japonesa… De manera que, si la comisión de instalar la Embajada se cumplió más o menos rápidamente, la labor diplomática de Paz relacionada con Japón se prolongó más allá del breve periodo que pasó en Tokio. La frecuentación de la literatura japonesa, que dejó huellas en su obra desde por lo menos Semillas para un himno (1943-1955), es perceptible en Piedra de sol y La hija de Rappacinni y en muchos de los poemas breves de Ladera Este, fue determinante para la concepción de Viento entero, Blanco y El mono gramático, y está en el origen de muchos poemas de Árbol adentro, lo mismo que de algunos de los pocos poemas que escribió después. Pero de eso me ocupo en otras páginas.

 

 

 

 

Estas páginas aparecieron en 2014 en un número especial de la la Revista Mexicana de Política Exterior y, con algunos cambios, forman la primera parte del prólogo de Japón en Octavio Paz (FCE, 2014).



[1]   Christopher Domínguez Michael, “Paz en Francia”. Letras Libres, 2 de abril de 2009: http://www.letraslibres.com/blogs/paz-en-francia (fecha de consulta: 31 de julio de 2014).

[2]   Un día Paz me confió: “Durante algunos años, los oficios que firmaba el canciller Padilla Nervo los redactaba yo, los corregía Gorostiza y los firmaba Padilla Nervo. Es fácil comprobarlo, porque en cada página figuran las iniciales op/jg”. Sin embargo, el expediente de Padilla Nervo en el Archivo Histórico de la SRE está vacío. Cuando quise consultarlo no encontré sino una tarjeta sin fecha que informaba: “Expediente prestado al mencionado señor y no devuelto”.

[3]          En El lenguaje de los árboles, documental de 1983.

[4]          Archivo personal de Octavio Paz en el Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

[5]   En el volumen de Correspondencia. Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939-1959) editado por Anthony Stanton. FCE / Fundación Octavio Paz, 1989.

[6]   Furuya había trabajado desde 1920, siendo estudiante, en el Consulado de México en Yokohama, como empleado externo. En 1925 se convierte en escribiente auxiliar de la Embajada, miembro del Servicio Exterior Mexicano, del que fue forzosamente separado en 1941. Había sido nombrado traductor oficial apenas el 1º de junio por el canciller Tello Barraud, a cuyas órdenes había trabajado en 1930 en el Consulado de Yokohama. Ignoro cuál sea la relación entre este Furuya y el que sirvió a las órdenes del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, cuando se desempeñó como cónsul general en Yokohama, entre 1937 y 1940. Cf. “Gomenasai: Tres años en el Japón” en El volcán y el colibrí (Autobiografía) de Jorge Carrera Andrade; Editorial José M. Cajica Jr., México, 1970. El libro es difícil de encontrar pero el capítulo puede leerse en http://www.afese.com/img/revistas/revista11/gomenasai.pdf

[7]   “Then and Now; Katsuo Okazaki, Bearer of Occupation Instructions to Japan, Has Passed up Politics for Business”, The New York Times, 28 de agosto de1955.

[8]   Yoshida, en The Yoshida Memoirs (The Riverside Press, Cambridge, Mass, 1962) señala a Okazaki como un hombre decisivo en la transición.

[9]   Se refiere a los disturbios provocados por los comunistas, en una manifestación de entre doscientas y trescientas mil personas, que dejó dos muertos y muchos heridos y destrozos.

[10] Según Paz, sería imposible mantener la Embajada en el Imperial, pero lo cierto es que estuvo ahí más de tres años, hasta septiembre de 1955, en que se trasladó al edificio de Reader’s Digest, cerca del Palacio Imperial. Cf. Hideo Furuya, Memoria del Servicio Exterior Mexicano en Japón, México, Archivo Histórico Diplomático Mexicano-SRE (Obras Documentales, 19), 1985, p. 49.

[11]Se trata sin duda de Eduardo Espinosa y Prieto, Una desorientación occidental, México, Fondo de Cultura Económica (Tezontle), 1951, sobre su experiencia como encargado de Negocios en Shanghái, donde estuvo del 22 diciembre 1941 al 1 de noviembre 1942.

[12] Las cartas a Lambert están recogidas en Octavio Paz, Jardines errantes. Cartas a Jean-Clarence Lambert 1952-1992. Seix Barral, Madrid, 2008.

[13]Anthologie de la poésie mexicaine, edición de Octavio Paz, traducción de Guy Lévis Mano, presentación de Paul Claudel. Nagel, Collection Unesco d’œuvres représentatives. Série ibéro-américaine. París, 1952.

[14]Guillermo Sheridan, Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, México, Era, 2004.

[15]Froylán Enciso, Andar fronteras: el servicio diplomático de Octavio Paz en Francia (1946-1951), México, Siglo XXI, 2008, p. 138.

[16]Helena Paz Garro, Memorias, México, Océano, 2003.

[17] H. Paz Garro, ibid.

[18]Véase “Curriculum Vitae de Eikichi Hayashiya” (fecha de consulta: 5 de agosto de 2014).

 

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