Niall Ferguson: Las instituciones y la moral

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Niall Ferguson (Glasgow, 1964) es un historiador popular y polémico. Varios de sus libros –El imperio británico, El triunfo del dinero y el más reciente, Civilización, todos ellos en la editorial Debate– han sido convertidos en exitosas series de televisión en Gran Bretaña, y además de académico, ahora en Harvard, es también comentarista político y financiero. Ha recibido críticas por sus opiniones de halcón sobre el imperialismo y el papel de Estados Unidos en el mundo –“¡Soy un viejo conservador!”, me dijo entre risas durante nuestra conversación, aunque yo más bien diría que es un nuevo tipo de conservador–, pero por encima de todo se ha ganado muchas animadversiones por su defensa cerrada del modelo de capitalismo occidental, que explica en Civilización. En esta conversación repasamos el libro y comentamos la crisis financiera, el futuro de la Unión Europea y la moral necesaria para que el liberalismo funcione.

 

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Tradicionalmente se ha creído que el progreso de las naciones depende de su situación geográfica, o su cultura y su religión, pero en Civilización. Occidente y el resto usted afirma que, aunque esas cosas son importantes, no son definitivas. Lo que es realmente determinante son las instituciones. ¿Por qué?

Se podría pensar que los resultados económicos y el funcionamiento político están relacionados con el clima, la geografía, el carácter o la cultura nacionales. Desde Montesquieu hasta Max Weber hay toneladas de libros que sostienen el argumento cultural o el climático. El problema es que si mira bien, atendiendo a casos específicos, uno se da cuenta de que estas teorías no se sostienen. Mi ejemplo favorito es un experimento natural. Tomemos a los alemanes: los dividimos en dos grupos, a un grupo le dimos instituciones comunistas y al otro instituciones capitalistas democráticas. En un corto espacio de tiempo, sus comportamientos cambiaron. Otro caso parecido fue el de Corea del Norte: antes de la partición, el norte era la parte más rica de la península; ahora el surcoreano medio es diecisiete veces más rico que el norcoreano. La primera prueba es la divergencia entre unos alemanes y otros, unos coreanos y otros, que es rápida y no se puede explicar por el clima ni por la cultura nacional, que eran los mismos. Cinco siglos antes, estaba la cuestión de Europa después de 1500. Europa sigue en el mismo sitio, sigue teniendo el mismo clima, tiene el mismo ADN, tiene una cultura similar desde la Reforma, pero a esta Europa le va mucho mejor que a la Europa del milenio anterior. Algo tiene que haber cambiado. Weber creía que era la Reforma, y le daba al protestantismo este papel especial. Pero ya en la época de Weber estaba claro que el judaísmo podía ofrecer los mismos resultados, y en ocasiones incluso mejores. A mi modo de ver, la diferencia estriba en las instituciones. Y no estoy solo: en poco tiempo han aparecido muchos libros en esta línea, como Why Nations Fail, de Daron Acemoglu y James Robinson, y The Origins of Political Order, de Fukuyama. Todos cuentan historias similares. Hay un resurgimiento del institucionalismo, pero en realidad no es una idea nueva. Ya está en Adam Smith.

 

Partamos del siglo XV, del que arranca su libro. Hasta entonces China parecía el país que iba a dominar el mundo. Pero, a partir del siglo XVI, quien lo hace es Europa, que hasta entonces no parecía ni remotamente capaz de hacerlo. La razón que da es que los chinos no tenían competencia en su esfera, y por lo tanto no se veían obligados a innovar.

Los cambios en las instituciones y la emergencia de la competencia en la vida económica y política europeas no estaban planeados. En cierto modo, fue una consecuencia no premeditada de un fracaso: el intento de unir Europa, de crear un imperio comparable al otomano o el Ming. Este fracaso produjo consecuencias terribles y muchos conflictos. Con todo, una de las consecuencias no premeditadas de estos conflictos fue que los Estados eran bastante débiles y había muchos que debían competir entre sí. Y eso tiene sentido para mí, como historiador, porque es un resultado contingente. Podría no haber sucedido. Si Carlomagno o Carlos V hubieran tenido más éxito, Europa se habría unido. En cierto sentido, tuvimos la suerte de tener mala suerte, de que Europa estuviera fragmentada en monarquías débiles obligadas a competir. Pensemos en Inglaterra, que era, en términos políticos, un desastre. Había conflictos dinásticos, una guerra con Francia empantanada, por no mencionar Escocia. No era un país muy prometedor, y Londres parecía un basurero comparada con Nankín. Pero este caos dio pie a la creación del ayuntamiento de Londres como una corporación autónoma, y la competición entre Inglaterra y Francia produjo significativas innovaciones. Tuvimos suerte.

 

Otro de los elementos que contribuyeron a reforzar Europa como un todo fue la competencia militar. Los Estados se veían obligados a invertir en ciencia e investigación para ser militarmente más poderosos que los demás.

Benjamin Robins, un cuáquero, escribe su libro New Principles of Gunnery a principios del siglo XVIII. Y al cabo de poco todos los ejércitos europeos tienen ese libro y la artillería se vuelve precisa. Los europeos hacen la guerra como la hacen todas las sociedades del mundo, pero la hacen científicamente. Lo singular no es que los europeos tengan imperios, porque por aquel entonces todo el mundo tiene imperios o trata de tenerlos, es que los tienen de esta manera nueva. Y esto es analíticamente muy importante. No puedes explicar el dominio de Occidente en términos de imperialismo y violencia, porque todo el mundo se dedica al imperialismo y la violencia. Los turcos tenían un imperio, los chinos tenían un imperio. Pero si se hace un análisis comparativo, uno se da cuenta de que lo relevante no es la violencia, sino la ciencia que está detrás de la violencia. Si tienes una artillería precisa, vas a ganar todas las batallas. Esa es la razón por la que Occidente conquistó el resto del mundo desde el siglo XV. Si tú le das a tu objetivo y los demás disparan a ciegas, está claro quién va a ganar.

 

Otro hecho relevante para este auge son los derechos de propiedad. Usted compara los derechos de propiedad en Estados Unidos, cuando aún era una colonia británica, con las colonias españolas en América del Sur. Las diferencias son abismales y explican en parte la decadencia del Imperio español y el dominio del mundo anglosajón.

Sí, casi resulta increíble. El dato más revelador es que en lo que hoy son los Estados Unidos, entre el setenta y el ochenta por ciento de la gente poseía tierras, mientras que en Centroamérica y Sudamérica, solo el tres por ciento, excepto en Argentina, donde el porcentaje tampoco era comparable al del norte. Conocer esos datos fue una revelación para mí. Aún hoy tienen consecuencias, y aunque en muchos países latinoamericanos estamos viendo una mejora significativa en esta materia, sabemos que los acercamientos populistas a la reforma agraria van mal porque no se tiene economías de escala ni derechos de propiedad seguros. Por otro lado, si empiezas con grandes estructuras como las haciendas o los latifundios, que se mantienen durante largos periodos de tiempo, cuando hay que reformar tienes que violar los derechos de los descendientes de los conquistadores. Es difícil, y no estoy seguro de que haya una respuesta fácil para eso.

 

Han transcurrido siglos, pero todavía puede afirmarse que esto tiene consecuencias en las calidades de las democracias. Lo normal es que primero existan los derechos de propiedad y luego venga la democracia, no al revés.

Sí, es muy raro que suceda al revés.

 

Por eso opinó desde el principio, y salto a otros continentes y a otro siglo, que la llamada “revolución árabe” no iba a funcionar, porque no se daban las condiciones.

Sí. Es muy difícil que la secuencia sea la inversa. En esencia, la democracia es un artículo de lujo que uno se puede permitir una vez tiene el estado de derecho, la sociedad civil y un gran nivel de formación, científica y de todo tipo. Creo que tratar de llegar a la democracia mediante atajos es increíblemente difícil. Parece que mis miedos sobre la primavera árabe estaban fundamentados. Dije que los islamistas serán los beneficiarios de esto, sin importar quién lo inició. Y esa es la tragedia de Egipto. Deberían estar discutiendo sobre el estado de derecho, pero parece que acabaremos con el imperio de la charia. Y si los salafistas se salen con la suya, la van a imponer de manera muy estricta. Por supuesto el mayor problema de todos es que, con la charia, la mitad de la población, las mujeres, son ciudadanos de segunda clase. Soy pesimista.

 

Los países no occidentales, en muchas ocasiones, han intentado adoptar las instituciones de Occidente. Pero si miramos al mundo árabe, y en cierta medida a Latinoamérica, la historia parece ser una lucha entre quienes quieren asimilarlas y quienes quieren mantenerse ajenos a ellas y mantener su singularidad.

Se puede tener instituciones que funcionan y mantener la identidad cultural propia. No creo que sea un gran problema. Se puede ser un africano en Botsuana y tener buenas instituciones y seguir siendo africano. Los japoneses siguieron siendo japoneses después de occidentalizar sus instituciones. Eso está bastante claro. Sin embargo, hay otro problema. Aunque llamábamos a la Unión Soviética la Europa del Este, en realidad era parte de Occidente, solo que en otra versión, la versión de Marx, ideada en Londres. Si eras un líder asiático, africano o latinoamericano a mediados del siglo XX, ¿qué elegías? ¿El estado de derecho del liberalismo democrático basado en instituciones? Probablemente no, porque en ese momento eso era mucho menos atractivo que el comunismo o el fascismo. En el siglo XX había tres versiones distintas de la civilización occidental, y dos de ellas eran terribles, pero las tres eran occidentales.

 

Usted identifica otras dos razones para la superioridad occidental: el consumismo y la ética del trabajo. ¿No se ha producido un desequilibrio en favor del primero frente a la segunda?

Sin duda. En la explicación de Weber, la ética protestante es una ética del trabajo y una ética del ahorro. Y todo eso está muy relacionado, porque el capitalismo requiere acumulación de capital, y solo se puede acumular capital si uno ahorra y luego invierte. Si consumes el cien por cien de tus ingresos, olvídate del capitalismo.

 

Hasta que llegó esta crisis, no era tan raro consumir el ciento diez…

Bueno, si te endeudas, si decides consumir el futuro ahora, no solo creas problemas para el presente, sino que cargas a las futuras generaciones, lo cual es moralmente indefendible. Mi opinión es que la sociedad de consumo de Occidente se vino abajo cuando el ahorro dejó de ser una parte ética de él. Y de eso no hace tanto. Si nos vamos a la década de 1950, cuando Estados Unidos llevó la sociedad de consumo a una nueva expresión, aunque había crédito en el sistema y algunos bienes duraderos se pagaban a plazos, no era habitual, y la deuda personal se mantenía en unos niveles muy bajos. La gente solo pedía dinero prestado para comprarse una casa. Solo en los últimos veinte años, la sociedad occidental ha decidido volverse loca en términos de deuda, privada y pública. Y el resultado es esta gran crisis de nuestra civilización, que es mucho más profunda que la deuda o las cifras del PIB o los bancos quebrados: es una crisis de instituciones y valores, y esa es una de las razones por las que el libro cuenta una historia sobre el presente. Afirmo que tenemos que comprender esta crisis no solo en estrechos términos económicos, sino que debemos darnos cuenta de que estas deudas son consecuencia de un profundo giro en nuestras instituciones que las aleja del concepto de una sociedad de consumo con una ética del trabajo. No podemos olvidar ciertas verdades básicas.

 

Así pues, usted, a la luz de la historia, interpreta la crisis en términos tanto morales como institucionales.

Sin duda. En términos morales. Y también institucionales, en el sentido en que permitimos que las instituciones del sistema financiero funcionaran mal. Nos convencimos de que las autoridades monetarias solo tenían una función, que era anclar las expectativas inflacionarias. Todo lo demás parecía irrelevante. Una serie de falsedades persuadieron a las autoridades económicas de que esta vez era distinto, pero no lo era. Hay que entender esta crisis como una crisis de las instituciones y en consecuencia como una crisis moral. Las consecuencias financieras solo son síntomas. Lo vemos en España hoy: se puede hablar en términos de balances bancarios o deuda pública, pero en realidad es algo mucho más profundo que eso. Las burbujas inmobiliarias han sucedido antes en la historia, y han sucedido por razones conocidas y fáciles de comprender. Pero si miras Occidente como un todo, a ambos lados del Atlántico, y analizas los comportamientos que nos llevaron a este caos, desde Nevada hasta Navarra, es básicamente lo mismo, y no creo que nuestros abuelos se hubieran comportado de esta manera.

 

Afirma en su libro que las civilizaciones pueden quebrar muy rápidamente, que en contra de lo que se suele pensar normalmente no se producen largas decadencias, sino que el fracaso se concreta en poco tiempo. No es agradable para un europeo preguntar esto ahora, pero ¿podría ser nuestro caso?

Podría. Creo que está muy cerca. Sin embargo, yo creo que Europa no se vendrá abajo porque hay suficiente interés, incluso en Alemania, en mantenerla en marcha para evitar ese escenario. Pero seguimos teniendo problemas. No hemos dejado atrás, ni mucho menos, las penalidades. Quienes tienen que tomar las decisiones claves en Berlín piensan en términos de “¡oh, necesitamos años de reformas estructurales para que los españoles se parezcan más a los alemanes!”, pero no se dan cuenta de que, en realidad, las crisis así se deciden en cuestión de meses. Todavía temo que las cosas vayan demasiado lentas en algunos aspectos. La posibilidad de una desintegración sigue siendo real si Grecia abandona la Unión; eso tendría inmensas consecuencias. La gente que habla de eso infravalora lo dramático que sería.

 

Muchos europeos opinan que las instituciones estadounidenses están en decadencia, que la política estadounidense es un circo. Probablemente suceda también al revés, y muchos estadounidenses opinen que la Unión Europea es una pesadilla burocrática ineficiente. ¿Cree que es así?

Como decía Churchill, yo creo que Estados Unidos hará lo correcto una vez haya agotado todas las demás opciones. Lo que están haciendo ahora es agotar esas opciones. Pero, ahora en serio, para hacer frente a la crisis, a nivel institucional, Estados Unidos está a años luz de la Unión Europea porque tiene instituciones federales, y eso lo hace todo más fácil. El problema de la deuda pública no está solucionado en Estados Unidos. Y no está claro que las instituciones establecidas en la Constitución de 1789 puedan solucionar ese problema, porque no fueron diseñadas para un gran Estado federal, una gran serie de funciones y una gran cantidad de dinero. Sin embargo, soy más optimista con respecto a Estados Unidos que con respecto a Europa.

 

¿No cree que la Unión Europea está teniendo ahora los problemas que tuvo Estados Unidos a finales del siglo XVIII, antes de la Constitución?

Por supuesto. Totalmente. Europa está, por decirlo en términos estadounidenses, en la década de los ochenta del siglo XVIII, entre los artículos de la Confederación y la Constitución. Tenemos exactamente los mismos problemas. La deuda es demasiado grande y hay una enorme diferencia institucional y cultural entre el norte y el sur. No es fácil, tampoco lo fue para Estados Unidos entonces. Los europeos se olvidan de lo duro que fue conseguir que se ratificara la Constitución, fue una pesadilla política. Y ahí estamos. Si me preguntas qué es más probable, si una Europa federal o la disgregación –porque solo hay esas dos opciones–, diría que aún tenemos un 75% de tener una Europa federal. El coste de la desintegración sería muy elevado, disolver la unión monetaria costaría trillones de euros, y países como España, Italia y Grecia sufrirían una inmensa depresión.

 

Es interesante lo que dice. Para The Economist, elFinancial Times o usted mismo, el euro fue una mala idea, carente de un diseño institucional sólido, pero ahora les parece peor aún que desapareciera.

En los años noventa, yo estaba muy en contra y me opuse a la entrada británica. Gracias a dios que no entró. Y en este momento tengo todo el derecho del mundo a decir: “Os lo dije.” Pero ahora hay que ser un poco más responsable. El problema con la unión monetaria es que implicaba una organización institucional federal; esa era parte de la razón por la que Helmut Kohl la apoyó, porque quería una Europa federal. Y ahora tenemos que seguir por ese camino, y si no lo hacemos el coste sería astronómico. Incluso para Alemania. De hecho, parte del problema es que los alemanes no sienten el dolor. Su economía está creciendo y tienen pleno empleo. Pero lo que sucede es que gracias al euro tienen un tipo de cambio bajo, lo que explica un ochenta por ciento de su éxito. Si miras las opciones, sería mejor no haber tenido el euro, ahora estaríamos mejor si la idea hubiera sido desechada. Lo creo de veras. Pero ahora que existe, uno debe reconocer las extraordinarias dificultades de desmantelarlo. De modo que tenemos que hacerlo funcionar. Yo creo que una Europa federal es la mejor salida. Pero eso implica también una Europa más pequeña, porque no creo que Gran Bretaña forme parte de ella.

 

Civilización es un libro de historia, pero también contiene una advertencia: está acabándose el tiempo de la gran divergencia, la gran separación que hizo que a partir del siglo XV Occidente dominara el mundo frente a las potencias orientales. China o India se están poniendo a la altura de Occidente. ¿Cree que eso significa que Occidente está en decadencia o simplemente que en el futuro el mundo será más complicado porque lidiarán en él más fuerzas que pretenden ser hegemónicas?

Yo creo que la gran divergencia ha terminado y que estamos al principio de la gran reconvergencia. Creo que eso puede explicarse por dos fenómenos muy distintos. Uno es que China ha adoptado soluciones occidentales y ahora está trabajando a un ritmo más cercano al de su potencial, aunque todavía tiene un gran trecho que recorrer porque no tiene estado de derecho, y sin estado de derecho lo que puedes conseguir es muy limitado. El otro fenómeno es que en Occidente nos estamos deteriorando. Estamos olvidando muchas cosas que sabíamos hacer. Y eso me preocupa mucho más. Le deseo lo mejor a los brasileños, los chinos y los indios, me encanta ver cómo en todo el mundo hay gente que sale de la pobreza gracias a instituciones mejores, pero lo que está pasando en Estados Unidos y en Europa es peligroso, porque si no reformamos nuestras instituciones, si no reconocemos el problema y no nos enfrentamos a él, la siguiente generación va a ser más pobre que la existente, y los problemas de gobernanza en Europa van a ser más difíciles. Si el libro tiene algún mensaje, es un mensaje para Occidente: refórmate, reforma tus instituciones, vuelve a tus principios básicos, a lo que nos hizo exitosos, cree en la competencia, cree en la ciencia, cree en el estado de derecho, haz de la sociedad de consumo lo que fue en el pasado, un poderoso y viable motor de mejora, trabaja, ¡intenta trabajar, aunque sea para variar! Cuando veo lo duro que trabaja la gente en Asia y vuelvo a Europa, me asombra.

 

Usted cree que China no puede convertirse en una potencia hegemónica en términos militares o económicos sin la libertad individual y el estado de derecho, que fueron claves del triunfo de Occidente.

El gran beneficio de las instituciones occidentales es que produjeron libertad individual. Casi como una consecuencia imprevista. El estado de derecho, que quizá fuera una consecuencia de los derechos de propiedad, se extendió a todos los ámbitos, incluido lo que hoy llamamos derechos humanos. El mayor reto de China es subordinar el Partido al estado de derecho del mismo modo en que la monarquía inglesa fue subordinada al estado de derecho en 1688. ¿Puede hacerlo? ¿Puede el Partido abandonar la corrupción o el derecho a expropiar, los elementos que engrasan las ruedas de la política china? Es un camino largo. Pero creo que ese es el gran debate ahora mismo en China. No sobre la democracia, sino sobre el estado de derecho. Si en los próximos años China entiende esto y se extiende el imperio de la ley, no hay límites para lo que puede conseguir. Si no lo entiende y sigue siendo un Estado de partido único corrupto, probablemente topará con su techo muy pronto. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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