Naipaul: La distancia ambivalente

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V. S. Naipaul, el indiscutible candidato del Caribe, ya tiene su Nobel, una decisión que sin duda ha alegrado y enojado a similar número de personas. Naipaul ha sido bendecido con dos dones: el de escribir con una fuerza y elegancia encomiables y el de granjearse más enemigos que el peor demonio. Paul Theroux lo considera
uno de los autores más importantes de la literatura británica y no duda en reconocer la influencia del caribeño en sus primeras obras, también Rushdie ha elogiado su prosa; sin embargo, autores caribeños de prestigio como George Lamming o John Hearne lo acusan de "renegado" y de mostrarse ridículamente avergonzado de sus orígenes; algunos van más allá y Rob Nixon lo tilda de "mandarín colonial". La polémica ha sido una constante en su vida, incluso sus primeras declaraciones tras recibir la noticia del premio suscitaron el enfado entre sus compatriotas, con independencia de sus intereses intelectuales. Mencionó la India e Inglaterra, pero nunca su Trinidad natal, como si negara implícitamente cualquier relación con Port of Spain, la ciudad donde nació y acontecen sus novelas mejores y más populares, y rompiera definitivamente cualquier lazo afectivo con su patria.
     Porque con Naipaul, en lo referente a Trinidad, ocurre como con Joyce en lo tocante a Irlanda. Los dos abandonaron sus respectivos países de origen y huyeron de lo que consideraban un ambiente claustrofóbico de asfixiantes convenciones y una pobreza intelectual aberrante, en busca de nuevos territorios desde donde escribir con la libertad que confiere la distancia. Una distancia física, que no anímica o espiritual, pues ninguno de los dos supo ni pudo nunca alejarse de las costumbres o modos de su patria. Dublineses y Miguel Street, obras tempranas de estos dos autores, mantienen interesantes coincidencias. En ambos casos se trata de libros de relatos, todos ellos independientes pero que adquieren plena identidad dentro del conjunto y cuyo denominador común es acontecer dentro de la misma ciudad —Dublín y Puerto España— y efectuar un recorrido desde la infancia hasta la madurez. Pero las similitudes que interesa resaltar trascienden los aspectos puramente formales. En ambos casos su ciudad natal se convierte en epicentro de la vida de unos personajes que no tendrían razón de ser fuera de ese entorno. Hat es uno de los personajes de Miguel Street (1959) que se ganan la vida vendiendo leche. Es detenido por la justicia por añadirle "demasiada" agua, un comportamiento que entiende natural y de acuerdo a la picaresca propia de sus compatriotas: "Edward, hablas como si Trinidad fuera Inglaterra. ¿Alguna vez oíste que la gente diga la verdad en Trinidad y consiga Hawai? En Trinidad, cuanto más inocente eres, más te meten en la cárcel, y cuanto más sobornas más tienes a repartir". Críticos como Harry Levin o Roland McHugh consideran Dublín y la religión católica el ineludible marco referencial de Ulises; Naipaul escribe en "Leer y escribir": "Un día, sumido en una depresión casi continua, empecé a ver cuál podía ser mi material: la calle de la ciudad de cuya vida mixta nos habíamos distanciado, y la vida rural anterior a eso, con las costumbres y modales de una India recordada. Una vez descubierto, parecía sencillo y evidente; pero tardé cuatro años en descubrirlo." No es mi intención comparar a Naipaul con Joyce, sino subrayar la compleja y obsesiva —enfermiza dirían algunos— relación que ambos han mantenido con su patria. Ésta es una premisa imprescindible para entender la actitud crítica, beligerante en ocasiones, provocativa siempre, de Naipaul con cuanto tenga que ver con el Caribe, que se traduce en el rechazo que sienten hacia él muchos de sus compatriotas, sobre todo los más ilustrados. Pero es precisamente esta compleja relación de amor y odio, de rechazo y magnetismo, el germen de donde surge su narrativa y, al mismo tiempo, el motivo que provoca la tensión argumental de sus novelas. En El enigma de la llegada se plasma esta idea de forma explícita: "Que mi calle de Puerto España, que de niño había estudiado con tanta atención, pudiera servirme de material surgió ante mí como una iluminación en 1955, cinco años después de haber llegado a Inglaterra, cinco años después de Noche de fiesta, Vida en Londres, Angela y otras tentativas de escritura metropolitana. Aquella iluminación seguía acompañándome, en cierta medida. En mi escritura continuaba desarrollando todas las consecuencias del descubrimiento".
     Trinidad, como el resto de islas del Caribe, es un gigantesco rompecabezas de culturas, razas y religiones, pero a diferencia de otros lugares similares no se ha producido el efecto crisol, como en los Estados Unidos, ni la sistemática exclusión o marginación de un grupo determinado, como en Sudáfrica. No se trata del paraíso terrenal, pero los conflictos entre negros, blancos británicos o de cualquier otra nacionalidad, hindúes, criollos, chinos, cristianos, musulmanes…, nunca han alcanzado los tintes trágicos de otras naciones. El incidente más grave tras la independencia de 1962 fueron los cuarenta muertos de los disturbios protagonizados por radicales musulmanes en 1990. También a comienzos de los 70, el grupo conocido como Black Power llevó a cabo una serie de revueltas, analizadas por Naipaul en "The Killings in Trinidad", que posteriormente serviría de inspiración para Guerrillas (1975). Qué duda cabe, el origen hindú de Naipaul ha tenido un gran influjo en su narrativa, pero más importante que sus orígenes religiosos y nacionales es su pertenencia a una casta determinada, la de los brahmanes, la más alta dentro de la jerarquía hindú, que determina su concepción de la sociedad y el individuo. Este aspecto trasciende los límites de la simple anécdota y permea tanto su actitud existencial como su actividad artística.
     En Naipaul se han conjugado toda una serie de factores, de circunstancias, que han actuado como una reacción química. Cuando Vidiadhar Surajprasad Naipaul —Vidia, como le llaman su amigos— nació el 17 de agosto de 1932, en Chaguanas, a las afueras de Port of Spain, Trinidad era una colonia británica. El primero en emigrar fue su abuelo, que en su juventud viajó desde la India para trabajar como sirviente. Ya entonces Trinidad era un mosaico de razas. Perteneciente a España hasta 1797, pasó entonces a manos británicas. También los franceses se asentaron en 1781, en Tobago, y sustituyeron el cultivo del tabaco por el de caña de azúcar. En 1802 los franceses vendieron su parte y toda la isla pasó a ser posesión británica. La abolición de la esclavitud en 1839 motivó la emigración del subcontinente indio para reemplazar a los trabajadores de las plantaciones y, a caballo entre el XIX y el XX, se experimentó una notable emigración de comerciantes chinos. Quedaba así configurada la composición étnica de la isla. Su padre era periodista, pero su verdadera vocación era la de escritor, incluso llegó a publicar algunos relatos. Supo trasmitir a sus dos hijos, Vidia y Shiva, el amor por la literatura (también Shiva fue escritor). Las recomendaciones del padre, tal como revela su correspondencia, no dejan lugar a dudas: "No temáis ser artistas. D. H. Lawrence fue un artista de cuerpo entero; y, por el momento al menos, deberíais pensar como Lawrence. Recordad lo que solía decir: 'El arte por mí'". En 1948 obtuvo una beca para proseguir sus estudios en el University College de Oxford, y allí viajó Naipaul en 1950. Pero la formación universitaria no era su interés primordial, tenía claro que iba a seguir los consejos de su padre y convertirse en escritor. Y eso es lo que ha hecho, aunque también ha trabajado en ocasiones como presentador de un programa televisivo para la BBC, Caribbean Voices, colaborador de la revista literaria The New Statesman, e impartiendo clases universitarias.
     Ya en su primera novela, El sanador místico (1957), encontramos una perfecta simbiosis entre lo que significa la experiencia colonial y la realidad cultural de su raza y religión. El protagonista, Ganesh Ramsumair, es un hindú de origen humilde obsesionado por el éxito y el reconocimiento social: "Estaba tan avergonzado de su nombre indio que durante una temporada fue contando que en realidad se llamaba Gareth". Sus primeras actuaciones tienen que ver con el microcosmos hindú —siempre en Trinidad—, su vida en el colegio hasta llegar a ser profesor, su matrimonio con Leela según la más estricta tradición hindú —si bien originalmente se había opuesto a los matrimonios concertados aunque ello supusiera el rechazo de su padre—, hasta convertirse en una suerte de santón, de "sanador místico". Ya tiene el reconocimiento que buscaba, ahora necesita el poder y para ello inicia una carrera política, que le llevará a conseguir la Orden del Imperio Británico. Y el arma de Ganesh no es otra que la palabra. Ése es todo su aval, su capacidad para seducir, para engañar en último extremo, con el verbo fluido y la demagogia de un charlatán de feria. Parecido al verbo de su amigo Indarsingh, que le sirvió para obtener una beca para Inglaterra: "A ojos de Ganesh, Indarsingh había conseguido algo que superaba toda ambición".
     Entre las variopintas actividades de Ganesh está escribir. En su libro Los años de culpa, plasma esta reflexión: "Todo ocurre para bien. Si, por ejemplo, mi primer libro hubiera tenido éxito, es probable que ahora fuera un simple teólogo, que escribiera interminables comentarios a las escrituras hindúes. Por el contrario, encontré mi verdadero camino". Cualquier apreciación sobre la carrera literaria de Naipaul en el caso de que esta primera novela hubiera sido un éxito es una mera conjetura. Lo cierto es que su vocación artística ya estaba claramente definida, tal vez desde aquella primera novela escrita cuando tenía 18 años y que fue rechazada por los editores, y no cabía la posibilidad de volver atrás. Aquel "Art for my sake" de Lawrence se convertiría en algo más que su lema, sería la fuerza vital que necesitaba para escribir.
     La aproximación de Naipaul a la realidad literaria tiene más que ver con una necesidad de autoconocimiento, primero, y autodescubrimiento, después, que con un deseo de denuncia social. En carta a su hermana, comenta a propósito de la fotografía que hubo de enviar para su ingreso en Oxford: "No sabía que mi rostro fuera gordo. La foto así lo declaraba. Contemplé al asiático de la imagen y pensé que un indio de la India no podía parecer más indio que yo… Esperaba enviar una pose sorprendentemente intelectual a la gente de la Universidad, pero mira lo que han recibido." La respuesta al interrogante "¿Quién soy yo?", motivo recurrente en literatura, se trasforma en un resbaladizo "¿Qué soy yo?". Tan es así que al analizar el conjunto de su producción toda ella se nos muestra como un intento de responder a esta pregunta. Aun más, la visión irónica de la sociedad que trasmiten sus obras se antoja más un ejercicio de autodefensa que de sistemático ataque o condena gratuita de unas costumbres y modos de vida.
     Algunos estudios, de manera algo arbitraria, suelen reagrupar sus tres primeras obras, las dos citadas de El sanador místico y Miguel Street y The Suffrage of Elvira (1958), a modo de trilogía iniciática, excluyendo su cuarta obra, Una casa para el señor Biswas (1961), pese a que las características de todas ellas, la estructuración y articulación argumental, son similares. Se trata de escritos con un claro contenido social, donde la intención primera es mostrar unos tipos, unas costumbres y una sociedad concretos. Todo gira en torno a los modos caribeños, y cuantos recursos constituyen el universo narrativo en el que se desarrolla la acción terminan convergiendo en un mensaje escéptico, pesimista, en el que la imaginación es sistemáticamente desterrada en el anhelo de dotar de la mayor verosimilitud posible a lo narrado. Su experiencia poscolonial apenas se parece a la de otros autores caribeños como Walcott o Philips. Naipaul no encuentra, o tal vez no lo desee, el equilibrio entre la herencia colonial y la realidad actual. Lo que digo no es necesariamente negativo, pues en buena medida es a partir de esta premisa de donde surge el ímpetu de sus novelas. Las circunstancias personales de sus personajes tienen tanto que ver con la cotidianeidad, con la realidad social en la que viven, anárquica e incongruente, como con su intimidad trascendental. De igual forma que se vive en una sociedad corrupta, también los personajes, como Bolo en el relato "Trickery", se mueven en un terreno donde la ética se rige por valores radicalmente opuestos a los convencionales. Bolo intenta emigrar ilegalmente a Venezuela, pero es engañado y en vez de llevarlo al continente lo desembarcan en otro paraje de la isla. La reacción de Bolo al descubrir la farsa es de enojo, pero no por la ilegalidad de sus intenciones ni por la irresponsabilidad del traficante, sino por no haber planeado correctamente la fuga. Es la irresponsabilidad de su razonamiento lo que le convierte en un personaje tan trágico como patético, en una ridícula parodia de sí mismo.
     La lectura de estas historias provoca cierta intranquilidad. Parece como si el autor no suscribiera las más elementales reglas del contrato entre escritor y lector. Naipaul demoniza todo tipo de convencionalismos, incluso los más básicos, como pueden ser el amor natural a su gente y su tierra, la piedad, la comprensión… Pulveriza sistemáticamente los principios sobre los que tradicionalmente se asentó la denominada "literatura étnica", etiqueta que no en vano lleva implícita una carga de paternalismo y marginación. Los cimientos de la literatura poscolonial, en lo referente a las antiguas posesiones del imperio británico, o de las minorías norteamericanas, se han nutrido del enfrentamiento entre dos culturas, entre dos comunidades, la anglosajona y la nativa. Las reglas estaban claras para autores como Jean Rhys o Scott Momaday, sin olvidar a Wole Soyinka e incluso Doris Lessing: la interrelación entre los grupos era siempre antagónica y la peor parte siempre la sufrían los mismos, los nativos que eran sistemáticamente explotados y marginados. La narrativa de Naipaul se aproxima a esta realidad desde el ángulo contrario. En un intento, creo, de ser objetivo, rechaza la retórica victimista y propugna un modelo de integración de sus personajes en la adversidad, pues sólo así podrá él escapar de los fantasmas que le acechan.
     Esta filosofía existencial y a la postre narrativa se revela con toda su fuerza y crudeza en Una casa para el señor Biswas, su obra de mayor calado. Una vez más, la historia se nutre de sus propias experiencias, en este caso de su padre y sus años de juventud. El señor Biswas encarna el arquetípico personaje naipaulino: "Acostado en la habitación, junto a la de Shama, en perpetua oscuridad, el señor Biswas dormía, se despertaba y volvía a dormirse. La oscuridad, el silencio, la inexistencia del mundo le envolvían y le reconfortaban. En una época remota había sufrido una terrible angustia. Había luchado contra ella. Después se sometió, y el sometimiento le trajo la paz."
     El pasado, el recuerdo, siempre pende con la inestabilidad de una espada de Damocles sobre los personajes. Se trata de una visión fúnebre de la realidad en la que encontramos a tipos alienados, moviéndose en un laberinto del que sólo se puede salir huyendo. Huida física en mucho casos, como la del mencionado Bolo, pero también "dejación" de las obligaciones derivadas de su condición. Lo mismo Ganesh en El sanador místico que el señor Biswas son de origen humilde y tienen deseos de prosperar, sus actuaciones y la forma en que son descritas resultan tragicómicas, incluso llegan a trabajar en el mismo oficio de periodistas; pero el nexo más importante entre ellos es que ninguno está dispuesto a regir su vida por los derroteros para los que parecían estar predestinados. No se trata tanto de una radical oposición al naturalismo, ni de una filosofía antideterminista o antifatalista, sino de una actitud rebelde y contestataria, más una reacción que una acción. Estos dos personajes, como los del resto de sus obras, son llevados por una fuerza centrífuga que provoca el rechazo sistemático a lo establecido. Desde luego que éste es el motor de un sinfín de novelas y relatos, pero en el caso de Naipaul resulta especialmente singular al movernos dentro de una cultura, la hindú, de modos y actitudes predeterminados.
     El epicentro de su literatura siempre se ha situado en su Trinidad natal y en la cultura hindú en la que se crió, pero progresivamente los argumentos de sus obras se han ido alejando de aquel espacio narrativo. Desde luego que continúan siendo los referentes irrenunciables, pero su presencia es más espiritual que física. El punto de inflexión se perfila en Mr. Stone and the Knights Companion (1963), cuya acción se sitúa en Inglaterra, pero será en An Area of Darkness (1964) donde se sistematice el cambio.
     No voy a negar la calidad y fuerza de Una casa para el señor Biswas, también me cuento entre quienes la tienen por su mejor obra. No obstante, la verdadera complejidad de Naipaul, tanto en su vida como en su narrativa, la encontramos en una obra de claro sesgo memorialístico, más una autobiografía que una novela, como normalmente se la considera. Me refiero a El enigma de la llegada (1987). Naipaul mismo, en "Leer y escribir", subraya este punto: "Así, a medida que se ampliaba mi mundo, trascendiendo las circunstancias personales inmediatas que generaban la narrativa, y que se ampliaba mi percepción, las formas literarias que empleaba fluían juntas y se apoyaban mutuamente, y no podía decir que una fuera superior a la otra."
     El enigma de la llegada no surge de forma espontánea. Ya en The Mimic Men (1967) el tema del autoexilio es el generador de la acción, y más tarde resurge en A Bend in the River (1979). Dejando de lado sus libros de viajes, la frontera entre sus primeras obras y estas tres novelas es determinante. En sus obras iniciáticas nos cruzamos con personajes deseosos de abandonar la isla; en estas tres los protagonistas ya han emigrado. Ralph Singh, en The Mimic Men, abandona su patria Isabella (¿Isla Bella?) como un fracasado social y personal. En la metrópoli busca una salida para su existencia, o, para ser más precisos, intenta iniciar una nueva vida. Salim, en A Bend in the River, es un comerciante indio que decide marcharse al este de África, donde pasó su infancia y juventud, en busca de mejores oportunidades. Algo similar le ocurre al protagonista de El enigma de la llegada al experimentar la sensación de lo que significa volver a aprenderlo todo, como un recién nacido, cuando vive en Inglaterra. "También estaba tocando a su fin mi época allí, mi época en la casa solariega, y en aquella zona concreta del valle: mi segunda infancia para ver y aprender, mi segunda vida, tan alejada de la primera."
     Resulta absurdo negar los excesos dialécticos de Sir V. S. Naipaul, pero no es menos cierto que su literatura, sus tramas y personajes, nos enfrentan a una serie de cuestiones, en lo personal y en lo social, que nos inquietan e incomodan: la distancia ambigua de su voz narrativa es convincente en la medida en que nos incita a replantearnos algunas de nuestras convicciones más profundas. –

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