Mi Kindle y Yo

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MI ESPOSA ME REGALÓ un Kindle DX amazónico. Muchas gracias. Me sentí obligado a verlo con desconfianza, como a un riñón crudo, como un artilugio maldito diseñado por la secta de los Illuminati para acabar con los libros, esos benefactores de la humanidad, y lo encendí con aspavientos de asco para dejar constancia de mi lealtad al papel.

Un kindle (“encender”, “iluminar”, “provocar una lucecita” en inglés) es “un lector portátil de e-books”, es decir, de libros-e; y un e-book, según el Oxford Dictionary of English, es “la versión electrónica de un libro impreso”. (Lamento recurrir al dominante inglés de los inventores, pero el Diccionario de la Real Academia no define kindle ni libro-e, aunque sí “teneduría de libros”.)

Bueno, un libro-e se lee gracias a la tinta-e (e-ink) que inventaron unos alquimistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). La tinta-e consiste en un montonal de bolsitas llenas de titanio (prima materia) que flotan en el infierno (gel) esperando que llegue Shakespeare. Las bolsitas estas “encarnan” o “reencarnan” según sea que Shakespeare les aviente un protón positivo o uno negativo. Si el protón es positivo, las bolsitas de titanio se alborotan, se ponen blancas (albedo) y suben a la superficie del cielo, que es la pantalla; si el protón es negativo, se ponen negras (nigredo) y se caen al suelo del infierno. Cuando Shakespeare quiere que aparezca, por ejemplo, la letra equis, las bolsitas de titanio negro se ponen de acuerdo y hacen una equis, mientras que las blancas hacen una como camita para que se acueste la equis negra y ponerse a coger (mysterium coniunctionis). De este modo, cada letra forma palabras que forman frases y, de pronto, en la pantalla se lee un verso orgásmico de Shakespeare: “Titania duerme parte de la noche.” Este ayuntamiento entre Titania y las bolsitas de titanio es lo que se llama “encarnación” (unio mystica).

Pero… ¿de dónde vino Shakespeare? Este es un misterio que no he logrado desentrañar. El kindle tiene una pantalla que dice “comprar en la tienda”. Una vez ahí, se escribe “Shakespeare” y aparecen 2 mil 400 libros que tienen su nombre en el título. Gracias. El primero es las obras completas, incluidas las de atribución dudosa y los poemas, con los comentarios del Dr. Johnson, Hazlitt y Coleridge. Se oprime el botón “comprar” (aunque es gratis) y un minuto después llega Shakespeare, se convierte en “memoria” y se alista para encarnar.

Al parecer, Shakespeare entró ahí gracias a una cosa llamada whispernet (“red susurrante”). Esta red susurrante fue lanzada por el kindle a un océano donde nadan 2 y medio millones de libros-e y pescó a Shakespeare. Ignoro cómo le hace la red susurrante para capturarlo y traerlo prisionero al kindle, pero a fe mía que lo consigue. Ignoro también la ubicación de ese océano, si es como el subterráneo de Verne o si es una aqua permanens que duerme en un alambique por California, o algo, pero sospecho que más bien debe estar “arriba”, un “mar de cielo” como los de Owen o Huidobro: un flotante mar aéreo, un mar magritte. Esto obedece quizás al uso actual del verbo “bajar”, que denota el acto de transferir información de arriba a una pantalla abajo. La cosa es que en algún sitio existe un océano de plasma digital, cuyo oleaje es de impulsos eléctricos y cuyas mareas son dígitos binarios, donde la tal red susurrante pesca legibles huachinangos instantáneos.

En ese mare prácticamente aeternum flotan 2 y medio millones de títulos. El kindle imita hogareñamente a ese mar, como una pecera, pues tiene memoria para hospedar 3 mil 500 volúmenes, suficientes para llenar una vida. El nombre técnico de esta memoria es “bodega papa frita no volátil” (non-volatile storage chip). Si le digo que deseo leer a Nietzsche baja sus obras completas a cambio de un dólar –que el mismo kindle va a pescar a otro océano (donde flota el crédito) y se lo envía a un señor que es el dueño del amazonas–, aunque muchas veces no cobra nada, sobre todo si a uno le da por leer escritores que dan voz a las minorías oprimidas, como Apuleyo o Plutarco. Hay casi dos millones de libros gratuitos en ese mar no amargo, como www.sacred-texts.com.

Es muy agradable el tal kindle. Su pantalla no genera luz. Recuerda dónde me quedé en cada lectura. Si coloco un cursor ante una palabra, la define instantáneamente, en todas sus acepciones y con su etimología. Si Nietzsche menciona el gai saber, kindle va a la internet y llena la pantalla de teorías provenzales. Si estoy leyendo la novela de Novalis y se me olvidó quién es Hans Studebaker, kindle pone en la pantalla todas sus apariciones en el texto. Si quiero subrayar algo o apuntar un comentario, kindle lo hace. Es muy cómodo y se lee a gusto en la cama, en el regazo y en todo lugar.

Lo único malo es que desde que utilizo el kindle me siento coautor intelectual de la masacre de librerías. Aunque, por otro lado, colaboro a ahorrar agua y árboles… A Borges, “el paraíso bajo la especie de una biblioteca” que se figuraba lo excluía por su ceguera: kindle puede convertir las bolsitas de titanio en voz, simulacro de la humana. ¿Le habría gustado? El paraíso –qué remedio– ahora pesa 500 gramos.~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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