Lo que Yes, Minister nos explica sobre el Brexit

El clásico de la BBC nos da una moraleja, una paradoja y una advertencia.
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Tras el resultado del referéndum británico algunos vídeos de la mítica serie ‘Yes, Minister’ están siendo compartidos profusamente en Internet. La sitcom de la BBC (1980-88) nos dejó grandes diálogos para la posteridad entre sus dos protagonistas: Jim Hacker, ministro de asuntos administrativos del Reino Unido y el inefable secretario permanente (funcionario) del ministerio Sir Humphrey Appleby. Tras la victoria de los partidarios del Brexit me atrevo a esbozar una moraleja, una paradoja y una advertencia en base a las conversaciones entre ambos en la serie.

Una moraleja: El pragmatismo sin ideales no es suficiente a largo plazo.

Apelar únicamente al interés propio y al cinismo para justificar una decisión que no eres capaz de defender con una mínima pasión no es una actitud sostenible de por vida. En el debate público británico prácticamente nadie defendió al proyecto europeo más allá del mero utilitarismo económico.  Solo políticos no en activo como Gordon Brown, John Major o Andrew Duff han contribuido con mensajes nítidamente pro-europeos. El primer ministro Cameron solo se decantó por la permanencia tras chantajear a sus socios europeos y obtener concesiones. Esto es lógico si pensamos que fue el propio Cameron quien propició la salida de los tories del Partido Popular Europeo para crear junto a un grupo variopinto de partidos euroescépticos la Alianza de los Conservadores y Reformistas Europeos. El líder de La Muy Leal Oposición de Su Majestad, Jeremy Corbyn, ha sido duramente criticado por miembros de su propio partido, el laborista, por la falta de pasión a la hora apoyar a la campaña por la permanencia. Tampoco habría sido creíble lo contrario dada la amplia hemeroteca contra la UE con la que cuenta (“totally brutal organisation”), presentando el proyecto europeo como un plan neoliberal, antagonista de la izquierda. Ya Corbyn votó en contra de la permanencia del Reino Unido en las Comunidades Europeas en el referéndum de 1975.

Nadie discute que el europeísmo es tóxico en la política británica, pero curiosamente tras el Brexit Cameron se ha visto forzado a renunciar al cargo y Corbyn podría tener que someterse a una moción de confianza presentada por dos diputadas laboristas. Por su parte, las instituciones europeas y los líderes de los Estados miembro de la UE estuvieron ausentes en campaña ya que “restaban votos”. Desde Bruselas se dio la consigna de que la mejor forma de apoyar a la campaña por el Bremain era mantener un perfil bajo en casa y no pisar el Reino Unido. Analizando los datos era la estrategia adecuada pero ¿qué tipo de club es una Unión no es ni siquiera capaz de defender sobre el terreno con argumentos la pertenencia de una de sus partes? Los matrimonios de conveniencia no son para siempre en una sociedad postmoderna. 

Una paradoja: Lleva cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir.

Tradicionalmente los distintos gobiernos británicos han sido grandes defensores de ampliar al máximo la UE hacia el este, los Balcanes o Turquía. Ya sea con la intención de frenar la integración política, ampliar el mercado único o incrementar su influencia Londres ha sido clave para la ampliación de la UE. Ello contrasta con el hecho de que la inmigración desde Europa oriental y, en menor medida, una supuesta ampliación hacia Turquía hayan marcado la campaña. Todo se reducía a que los votantes se acercaran a las urnas con la mente puesta en preservar la economía (Remain) o frenar la inmigración (Leave). Sin duda, la inmigración ha centrado la campaña y ha sido probablemente el factor principal a la hora de decidir el voto por la salida de la Unión. Así, nos encontramos con la paradoja de que, mientras que el Reino Unido fue uno de los grandes impulsores de la gran ampliación hacia Europa oriental en 2004, ha sido la demonización del fontanero polaco la que ha generado el Brexit. Todo ello en un país con una tasa de paro de alrededor del 5%. Más allá, el Reino Unido fue uno de los pocos Estados miembros (junto a Irlanda y Suecia) que decidieron no poner en práctica un periodo de transitorio de hasta siete años de restricción a la libre circulación de trabajadores procedentes de los Estados miembro de Europa oriental que se incorporaron en 2004. 

Mucho ha llovido desde entonces. El debate acerca de la inmigración ha dejado de ser tabú y multitud de informes que concluyen que el impacto fiscal para el Reino Unido de los inmigrantes de la UE es positivo han sido desoídos por completo. Curiosamente las zonas con menor inmigración son las que más han apoyado el Brexit. La campaña por el Leave ha sabido aglutinar a nacionalistas (especialmente ingleses) y a ‘perdedores de la globalización’ asimilando a la UE con los aspectos negativos de la globalización. De hecho centrar el debate en la UE ha permitido hacer más presentables para la opinión pública argumentos xenófobos y aldeanos. Frente a estos el establishment británico no ha sabido defender un proyecto que no siente como propio.

Una advertencia: la basura periodística no es inocua.

El éxito de Trump o el auge de los populistas han lanzado el debate de si nos acercamos hacia una post-fact democracy o post-truth politics. Las posibilidades que nos brindan el avance tecnológico y la proliferación de proyectos de fact-checking contrasta con el creciente descrédito de los expertos y el uso de propaganda delirante en campaña. Debate ejemplificado por las declaraciones del Ministro de Justicia Michael Gove: ‘people in this country have had enough of experts‘. Así, las previsiones económicas para el post-Brexit del Treasury, universidades o consultoras fueron desdeñadas por gran parte del electorado. Los tabloides vaticinaron una adhesión de Turquía a la UE que ni está ni se le espera y podría ser vetada por cualquier Estado miembro, incluido el Reino Unido. El exalcalde de Londres Boris Johnson ha recorrido el Reino Unido con un bus de campaña que llevaba la siguiente leyenda: “Estamos enviando a la UE 350 millones de libras cada semana, en vez de eso mejor lo invertiremos en el NHS [sistema nacional de salud]”. Tras la conclusión del recuento Nigel Farage (UKIP) solo tardó unos minutos en admitir en Good Morning Britain que dicha promesa fue ‘un error’. No es razonable pensar que Boris Johnson, culto, con padre eurodiputado, breve formación en la Escuela Europea de Bruselas y un lustro de experiencia como corresponsal europeo para el Daily Telegraph, desconoce que se trata de una afirmación descabellada. Nada raro para alguien que ha sido despedido en dos ocasiones por deshonestidad, incluyendo la invención de una cita en un artículo.    

Nada de esto es nuevo en lo que respecta a la información sobre la UE que proporcionan los tabloides británicos. Los tres diarios más vendidos en el Reino Unido son aficionados a esparcir mitos sobre la UE, desde la prohibición de los plátanos curvos (bendy bananas) o la restricción de prendas escotadas para las camareras. Según estos tabloides la UE ha sido una amenaza para condones, teteras, pepinos, gaitas, buses de doble piso… Pese al desdén con el que las élites intelectuales han tratado estas informaciones a ambos lados del Canal de la Mancha la realidad es que estas noticas han contribuido a asentar un gran recelo en la sociedad británica hacia la legislación europea. La Comisión Europea ha luchado contra estos bulos desde la web Euromitos, desmontando en torno a 400 falsas noticias publicadas en medios británicos. Sin embargo, la audiencia de esta web se cuenta en decenas o centenares de lectores mientras que la de los tabloides se hace en miles. Según YouGov, 2/3 de los votantes que abandonaron la escuela a los 16 años se decantaron por la salida de la UE. Parece poco probable que sean lectores asiduos de la web Euromitos. La UE tiene grandes problemas de gobernanza, gestión de crisis, etc., pero no debemos perder de vista la necesidad de una nueva narrativa para el proyecto europeo y un profundo cambio de la comunicación que alcance al ciudadano de a pie. Tal vez lo que la campaña por la permanencia necesitaba era “muchos Johns Olivers”.

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es politólogo e investigador en Quantio y ECFR.


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