La discípula supera al maestro

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Cynthia Ozick

Cuerpos extraños

Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino,

Barcelona, Lumen, 2013, 336 pp.

La relación que establece con textos y autores clásicos es una seña de identidad de la narrativa de Cynthia Ozick. Porque a esta autora judía norteamericana nacida en 1928 en Nueva York no es la ruptura con lo “antiguo” lo que la motiva para escribir sino la herencia selectiva, que la golpea y la obliga a empezar una vez más, a darle otra vuelta de tuerca al enigma de la literatura, como reconoce en el ensayo “Pear Tree and Polar Bear: A Word on Life and Art”(1985), incluido en el volumen Metaphor & Memory (1991).

Cynthia Ozick establece vínculos con la antigua tradición judía en los relatos recogidos en The Pagan Rabbi and Other Stories (1961) y Bloodshed (1976) y en las novelas Levitation (Levitación, 1977) y The Puttermesser Papers (1995), que trata de los intentos de un golem femenino por reformar la ciudad de Nueva York. Con la más cercana tradición judía representada por el Bruno Schulz de Las tiendas de color canela en la más popular de sus novelas, The Messiah of Stockholm (El mesías de Estocolmo, 1988), cuyo protagonista Lars Andemering cree ser hijo del escritor judío polaco asesinado en 1942 por un agente de las ss en una calle de su ciudad natal. Con el realismo decimonónico de Dickens, Trollope, las Brontë, George Eliot y, sobre todo Jane Austen, en Heir to the Glimmering World (2006), titulada The Bear Boy en el Reino Unido y traducida al español como Los últimos testigos, sobre la familia de un especialista en caraísmo refugiada en la Nueva York de los años treinta, durante la Gran Depresión.

Y junto a estas tradiciones, Henry James: por encima de ellas, subyacente o explícito, reconocido o escondido tras las frases musculadas a las que aspira y a las que tanto le cuesta dar el visto bueno en tanto que “escritora de frase por frase”. Henry James desde sus orígenes como escritora, pues sobre James es su tesis de graduación en la New York University y en Henry James está inspirada la primera novela que publicó, Trust (1966), acerca de los conflictos de identidad de la joven Alegraa y la búsqueda identitaria del secreto de su nacimiento. Henry James también como escritora octogenaria pues a él le rinde homenaje en Dictation (2008), novela en que imagina un encuentro providencial entre las secretarias de James y Joseph Conrad. Henry James siempre, como inspiración y modelo, talismán de una concepción narrativa en que la literatura prevalece sobre la experiencia vivida. Henry James, autor de la novela Los embajadores (1903), adquirida cuando tenía ocho años y hasta el día de hoy conservada a modo de talismán en su escritorio.

En “James, Tolstoy, and My First Novel”, incluido en la recopilación de ensayos The Din in the Head (2006), Cynthia Ozick reconoce deberle más a Henry James que al ángel de Jacob del Génesis, “por la mundanidad de sus personajes, la brillantez de sus escenas, la velada inocencia de sus personajes femeninos, la sutileza de sus conjeturas morales […] porque lo que James sintió a causa de su adoración a Balzac es lo que siento a causa de mi debilidad por James”. Del mismo modo que no “puedes tener a Philip Roth sin Franz Kafka, y, a su vez, no puedes tener a Kafka sin el soñador José”, no es posible acercarse a Cynthia Ozick sin tener en cuenta a su maestro.

Y como muestra, el último botón, de momento, de una exquisita colección: la novela Cuerpos extraños, escrita a modo de homenaje directo y explícito a Los embajadores, que fue considerada por el autor la más lograda de sus obras y por Cynthia Ozick la máxima expresión de la técnica de introspección que lo distinguió de otros escritores de fines del XIX y comienzos del XX.

Como el protagonista de Los embajadores, Lewis Lambert Strether que, desde la puritana Massachusetts, viaja a París en busca del joven Chad, supuestamente en malas compañías, Beatrice Nightingale, protagonista de Cuerpos extraños, recibe el encargo de su hermano Marvin de viajar a la capital francesa en busca de su sobrino Julian, que lleva tres años en la ciudad sin haber dado señales de vida. Corre la década de los cincuenta y la capital francesa rebosa de extranjeros, muchos de ellos norteamericanos fascinados por las leyendas existencialistas y las historias de Hemingway y Gertrude Stein. Y, como a Lewis Lambert Strether, la visita parisina le cambiará la vida a la tía Beatrice, una profesora de instituto con una vida aparentemente anodina en la ciudad de Nueva York.

La trama de Cuerpos extraños gira en torno a los viajes de Beatrice a París, en busca de Julian, y a Los Ángeles, donde se encuentra con la esposa de Marvin, recluida en una institución psiquiátrica de lujo, y su regreso a Nueva York. Pero, como por casualidad, se cuela un pequeño detalle: el sonido de una tecla de piano que la hermana de Julian, Iris, toca en casa de su tía cuando ha hecho escala antes de viajar, a su vez, a París en busca de su hermano. Una nota al azar que desencadena toda clase de turbulencias en la memoria de Beatrice: “La misma violencia que Iris había provocado inocentemente con un dedo titubeante –un único aullido débil y agudo–, la había descargado ella con todo el peso vengativo de sus hombros.” Una nota que terminará por resolverse con la sinfonía que compone el exmarido de Beatrice, tras deambular durante años como compositor por los estudios de Hollywood.

La protagonista indiscutible de Cuerpos extraños es sin duda Beatrice Nightingale, una mujer que, como el protagonista de Los embajadores, posee una vida no vivida. Pero esa experiencia aparentemente ausente la conecta de un modo eficaz y humilde con el resto de personajes. Directamente, con sus díscolos sobrinos, Julian e Iris; con su hermano Marvin, un nuevo rico que ha olvidado sus raíces judías en aras de un matrimonio de conveniencia; con la recién estrenada esposa de Julian, Lili, una madura refugiada rumana; con Margaret, la desequilibrada cuñada cuya vida termina trágicamente; con su exmarido Leo Coopersmith, un fracasado de Juilliard que acabará por componer la sinfonía La espina del ruiseñor. Capítulo a capítulo, Cynthia Ozick despliega todo su saber narrativo para aproximarse a ellos, breve y pausadamente, haciendo partícipes a los lectores no solo de los puntos de vista que los distingue sino de las historias que acarrean.

Y, como no podía ser de otro modo, la literatura dentro de la literatura, pues no hay personaje en Cuerpos extraños que en un momento u otro de la historia no se vea afectado por la literatura. No porque esta se imponga a modo de exhibicionismo retórico, sino porque forma parte de sus vidas y, por ende, de la de su creadora. En Beatrice, en primer lugar, en tanto que profesora de literatura y heredera de un padre que se escondía para leer a George Meredith y a Henry James en el trastero de su ferretería. De Leo, su joven marido, abrumado por la lectura de Nietzsche, Huxley, el Doctor Fausto de Goethe. Julian e Iris, en tanto que actualización de los personajes del cuento, Hansel y Gretel. La proustiana Por el camino de Swan, que acompaña a la protagonista en uno de los viajes a París, y una antología de relatos populares judíos. Shakespeare y el Dickens de la Historia de dos ciudades, que leen los alumnos durante su ausencia. El Kierkegaard por el que se siente tocado el inquieto Julian, al que, en última instancia, la tía Beatrice quiere proteger del padre.

Cuerpos extraños cuenta con una prosa magnífica, diáfana, sin artificio retórico, nada farragosa en comparación con la de Henry James en Los embajadores. Cynthia Ozick no solo consigue la actualización de la técnica introspectiva de James sino que lleva a cabo un homenaje conceptual, temático, existencial y literario a su maestro. Y logra una novela que, enfrentada cara a cara con la de su maestro, vence y convence. ~

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(Barcelona, 1969) es escritora. En 2011 publicó Enterrado mi corazón (Betania).


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