Desorden y progreso

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Jed Rasula

Dadá: el cambio radical del siglo XX

Traducción de Daniel Najmías

Barcelona, Anagrama, 2016, 392 pp.

El movimiento más internacional de las vanguardias históricas, el que no nació como respuesta a ningún otro en particular, tiene ahora su biografía de casi cuatrocientas páginas a cargo del historiador y profesor estadounidense Jed Rasula. Dividido en trece capítulos, una introducción y un epílogo, el ensayo de Rasula lleva al lector de viaje por capitales Dadá como Zúrich –la que lo vio nacer en 1916–, Berlín, París y Nueva York. Y todo ello de la mano de los principales artistas vinculados a este “microbio virgen”, como Tristan Tzara, uno de sus fundadores, lo definió.

En las últimas líneas de la introducción, Rasula afirma contundente que “sin Dadá, la vida moderna tal como la conocemos tendría un rostro muy, muy diferente; de hecho, difícilmente podría calificarse de moderna”. Aquí el lector no puede hacer otra cosa que seguirle, aunque sea para comprobar si es cierto que este movimiento, o más bien actitud ante el arte, fue de tal importancia en generaciones posteriores de artistas y, a juzgar por la canonización de sus integrantes, que supuestamente detestarían saber que hoy figuran en las colecciones de museos “oficiales”, la respuesta es afirmativa. Aunque el huracán Dadá, que fue tan ubicuo como fugaz, si algo perseguía era, en palabras de Rasula, “el enriquecimiento de la capacidad de percepción del individuo, no el servilismo a las faltriqueras del mercado del arte”.

Rasula inaugura su ensayo recreando verbalmente la noche inaugural de Dadá en el Cabaret Voltaire de Zúrich, cuyo centenario se celebra este año. Habría sido fácil optar por un relato idealizado de este evento fundacional en el que se interpretó música de Liszt y Saint-Saëns, se bailaron coreografías de Rudolf von Laban y se balbuceó un poema para tres voces escrito en distintas lenguas, pero, afortunadamente, el ensayista emplea un tono desmitificador comparando aquel espectáculo con un “micrófono abierto” de hoy, e intuye que “en el momento en que alguien empezaba a leer, todos los presentes se esforzaran por disimular su bochorno”.

Esta recreación minuciosa de los acontecimientos más significativos para el grupo, como la inauguración de la Primera Exposición Internacional Dadá de Berlín, la Dada-Messe, o el accidentado estreno de la Ursonate de Schwitters en 1925, donde los asistentes estallaron en carcajadas tras varios minutos de incómoda tensión, es uno de los puntos fuertes del ensayo. Al ser el autor historiador y académico, el texto tiene cierta vocación de catálogo, pero el alarde archivístico de Rasula es una herramienta eficaz para proporcionarnos minuciosos retratos verbales de algunos de los más carismáticos integrantes del movimiento, como Hugo Ball, Kurt Schwitters, Hannah Höch o Francis Picabia, así como para permitirnos completar de una vez por todas el mapa de iconos que el dadaísmo ha popularizado, entre los que suele destacar el mingitorio de Duchamp.

El ensayo se desarrolla cronológicamente, lo cual permite a su autor poner en diálogo sucesos relevantes, tanto artísticos como políticos, que tuvieron lugar en paralelo, así como mostrar las conexiones entre los dadaístas y otros artistas e intelectuales coetáneos, lo que dio lugar a vínculos inesperados y, por supuesto, a chismes bien documentados gracias al material impreso de la época que maneja Rasula. De este modo nos enteramos de que en 1922 era habitual encontrar artículos sobre Dadá en las páginas del Vanity Fair, y de cómo Walter Benjamin intentó adquirir una de las obras de la serie de Picabia titulada Hija nacida sin madre, pero, al no lograrlo, finalmente acabó adquiriendo el Angelus Novus de Klee.

Otro momento exitoso de este estudio se encuentra en la sección que aborda el devenir transatlántico de Dadá en Estados Unidos. Rasula se plantea –al igual que hicieron varios artistas en torno a la Primera Guerra Mundial– si existió en Nueva York un Dadá avant la lettre, y la respuesta se halla en la exploración que lleva a cabo en las páginas centrales del libro, que se inicia con el viaje de Freud a Nueva York junto a Carl Jung en 1910 y con su comentario tan premonitorio al divisar Manhattan a lo lejos desde el barco: “no saben que les traemos la peste”, refiriéndose al psicoanálisis. Así, dentro de esta sección, Rasula también aborda extensamente las conexiones entre Dadá y esa otra palabra de cuatro letras surgida en Estados Unidos por aquel tiempo: el jazz.

En resumen, Rasula ordena el galimatías dadaísta organizándolo por ciudades, y devuelve a la vida a estos contradictorios individuos a los que el tiempo ha convertido en personajes históricos. Si bien el libro no sufriría si perdiese unas cuantas páginas, el lector agradece en cualquier caso la exhaustividad y el goteo de nombres de artistas del canon occidental del siglo XX que entran y salen por las fiestas, orgías, salones y exposiciones descritas en estas páginas, así como las numerosas referencias que le orientan para profundizar más sobre estos protagonistas de una época convulsa que no parece tan distinta de la nuestra, o esa es la conclusión a la que llegamos al terminar el ensayo y al recordar la pregunta que el pintor y caricaturista alemán George Grosz planteó en 1919: “Los disparos continúan; el hambre no cesa, ¿por qué todo ese arte?” ~

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