Desenlaces que resultaron trayectorias paralelas

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Maria Alzira Brum, La orden secreta de los ornitorrincos, México, Aldus / Universidad Veracruzana, 2014, 120 pp.

Colocar La orden secreta de los ornitorrincos dentro del terreno de la literatura experimental sería la manera más sencilla de tratar la novela de Maria Alzira Brum (São Paulo, 1959). Partiendo de esa premisa podríamos decir –por ejemplo– que nos encontramos ante un objeto exótico, peculiar, atípico: una obra sin precedentes que escapa a toda clasificación. Para luego destacar la genialidad de sus artificios, la multiplicidad de sus personajes y la admirable capacidad de la autora para tramar historias. Y en todo eso habría algo de verdad, pero no de justicia. Estaríamos encomiando sus hallazgos en tanto hallazgos, ignorando su incidencia en la realidad y la cultura. Cuando Paul Ricoeur escribió su monumental teoría narrativa fue muy claro al decir que no lo hacía por un puro interés en los trucos y artimañas que encontraba en las nuevas maneras de narrar, sino por su valor vital. Después de las Guerras el mundo cambió, ya no se podía dar cuenta de la realidad de la misma manera que antes, porque la vida era otra y había que encontrar nuevas rutas para hablar de esa otredad; fue entonces cuando surgió por primera vez la pregunta: “¿cuántas convenciones, cuántos artificios son necesarios para escribir la vida, para componer por la escritura su simulacro persuasivo?” La respuesta alcanza, irremediablemente, nuestro presente: “hoy es la presunta incoherencia de la realidad la que exige el abandono de todo paradigma”.

Una realidad dislocada e incoherente –aunque nunca carente de sentido– es la que configura la obra. Desde el principio aprendemos a desconfiar de las voces que componen La orden secreta de los ornitorrincos, pues las afirmaciones son en todo momento contradictorias, incluso las identidades de los personajes llegan a negarse y sobreponerse al grado de desdibujar sus vidas. Lo que se afirma en un capítulo se niega páginas más adelante, los personajes mudan de nombre y de destino, los hilos argumentativos quedan inconclusos. Y es que no podemos hablar de un argumento en la novela –la narradora la llama “texto transgénero”–, pero sin embargo sí de una trama. Un tramado muy sólido hecho de ambigüedades, ante las cuales nosotros decidimos qué camino tomar. De esa manera cada lector puede construir su propio argumento de la novela. Sí: algunas constantes cruzan la obra, pero las podemos acomodar a nuestro antojo. Una madre, una pelirroja, una mujer gorda de vestido azul adicta a las golosinas, un científico ermitaño, un zapatero que se va de la ciudad, el estribillo de una canción, dos únicas corrientes de pensamiento, la Orden. Pistas, insinuaciones, datos aislados son los que ayudan al lector a construir su versión muy personal de La orden secreta de los ornitorrincos. De hecho, es la misma autora quien nos revela, al interior del texto, su voluntad por crear una obra en la que cada interpretación que se tome condiciona la lectura de las siguientes acciones, un complejo laberinto que arroja al lector a una suerte de investigación policiaca. La indeterminación conduce el texto a través de un extraño mecanismo científico, un experimento mental: “se tiene una narrativa. En ella hay una madre, un narrador y un dispositivo con una dosis de cáncer, angustia y dolor de cabeza. Cuando el narrador se encuentra en un estado X, acciona el dispositivo y mata a su madre. Cuando se encuentra en un estado Y, no acciona el dispositivo y su madre continúa viva. El narrador, según una teoría científica, puede describirse como una mezcla de los estados X e Y. Sin embargo, en el momento en que la historia –esté sobre el papel o en la pantalla– se lee de corrido, el lector o editor solo puede ver ‘narrador en estado X/madre muerta’ o ‘narrador en estado Y/madre viva’”.

No obstante, este engranaje casi matemático que mueve La orden secreta de los ornitorrincos apela, sobre todo, a la imaginación. La estructura de la obra no responde a una lógica racionalista, sino que nos exige otro tipo de esfuerzo, nos exige pensar con la inteligencia del delirio. Los episodios son rara vez consecutivos, lo que sucede es un ir y venir por historias aparentemente incomunicadas del resto, que en algunas ocasiones tienen algo de narración redonda y otras de digresión sin fin. Relatos cerrados en sí mismos, piezas idénticas que encajan en cualquier sitio (o en ninguno); personajes que cuentan hasta dos o tres veces un acontecimiento, aunque siempre en versiones diferentes. Es decir, cada relato puede ser contado por diferentes voces, pero incluso la misma voz puede contar algo con argumentos muy distintos. El cambio imprevisto es una constante que parece negarnos la posibilidad de un centro. Comenzamos con una tesista en busca de un investigador retirado y terminamos en otra Era, en la Tierra, sí, pero con seres que ya no son humanos; entretanto, en el camino tropezamos con Gasparín y el mayor Nelson tratando de introducirse en alguna de las historias. Si en la literatura se ha hablado de que el escritor debe correr riesgos, en el entramado construido por Maria Alzira Brum no solo quien escribe se pone en apuros, sino también quien lee tiene esa sensación de pasmo, peligro e indefinición. En este sentido, el título del libro resulta apropiado inclusive revelador, pues ¿qué es un ornitorrinco?

Ornitorrinco: m. mamífero semiacuático del tamaño aproximado de un conejo, de cabeza casi redonda y boca semejante a la de un pato, con pies palmeados y cuerpo cubierto de pelo gris muy fino; a pesar de que pone huevos, sus crías chupan la leche que derraman sus mamas, las cuales carecen de pezón (!).

La incertidumbre que nos produce una descripción de esta naturaleza resulta una buena analogía de las contingencias que debe enfrentar el lector si pretende interpretar lo que se produce al interior del manuscrito.

Y después de esto “¿piensas que ser lector es fácil?”, se nos pregunta hacia el final del texto. Si partimos del supuesto de que la Orden es una amalgama entre magia, ciencia y poesía que sostiene la indisociabilidad del mundo, un hibridismo entre naturaleza y cultura, entonces entendemos que la pregunta no va hacia el contenido, sino hacia la realidad misma. Un presente demasiado complejo como para ser explicado no cabe en un libro, pero paradójicamente es la lectura de los libros la que nos puede ayudar a entenderla; a ensayar su complejidad y sus dolorosas contradicciones. No se puede seguir jugando a la separación de saberes, pues la humanidad comienza a extinguirse, mientras continúa extinguiendo al mundo. En La orden secreta de los ornitorrincos el ser humano, tal y como lo conocemos, desaparece, en su lugar surge una especie de post-humanos superdesarrollados llamados “gobda”, quienes afirman ser la única especie viva sobre la Tierra (ahora llamada Gobda): “Actualmente, Gobda está compuesto por multillones de aparatos ópticos, satélites de comunicación, ondas de imagen y sonido, residuos de toda clase y mensajes”. Los nuevos habitantes tienen una inteligencia superior y tecnologías de primer nivel y, sin embargo, siguen en busca de “La Cosa Perdida”, la cual es, quizá, tanto para nosotros como para ellos, el sentido de la vida. Lo peor tal vez sea que estas historias parecen cada vez menos lejanas, que “casi no tengan nada de ciencia ficción”.

 

 

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