Contra los críticos sin imaginación

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William Rowe, Hacia una poética radical. Ensayos de hermenéutica cultural, México, FCE, 2014, 356 pp.

 

La crítica no debe ser nunca un puesto de comodidad y privilegio, pues una lectura que no corre riesgos es una lectura que se encuentra fuera del mundo. Mundo es eventualidad y ajetreo. Por lo que comprenderlo significa darle un giro, explorarlo con imaginación. Solo a través del imaginario podemos aprehender el signo, la realidad que se escapa al escrutinio ensayado. Las miradas institucionalizadas solo pueden conducirnos al totalitarismo, al absoluto, al monopolio de las ideas. Posiciones peligrosas que anulan la capacidad que tienen la crítica y la literatura de incidir en las sociedades para cambiar a los individuos. Prestando atención a lo anterior, no resultan hiperbólicas las preocupaciones de Rowe en torno a la situación actual de la crítica. Cierto, Hacia una poética radical puede parecernos por momentos un libro provocador; de hecho, tal vez lo es en su totalidad. No obstante, su provocación nunca carece de rigor y entrega, podemos o no estar de acuerdo con las interpretaciones que nos ofrece, por demasiado cerebrales o demasiado sensibles (en Rowe ocurren las dos cosas), pero finalmente eso no interesa, pues no se trata de celebrar cada uno de los ensayos ni mucho menos legitimar el canon personal del autor. Lo verdaderamente importante al interior del texto es su propuesta de abrir el mundo. Cuando se nos dice que aprender a leer es ir contra lo establecido, rechazando la interpretación directa y el estudio asegurado, se nos está recordando algo fundamental, se nos está recordando la emoción que produce el tomar un libro para enfrentarlo con desconocimiento (que no es inocencia ni ignorancia), se nos está devolviendo la posibilidad de no encontrar la otra orilla. Pues es en el naufragio donde se cifra el secreto de la lectura. En este sentido Rowe nos enseña a leer, pero no porque nos muestre qué ver o nos señale a qué debemos prestarle atención, sino porque su apuesta insiste en lo radical, lo violento, lo propositivo. Es decir, la parte activa del lector, aquella que lee con imaginación, que lee con los textos, pero también contra ellos. Rowe nos recuerda que amar la Literatura es saber cuestionarla.

Hacia una poética radical le da un carpetazo a los viejos métodos de lectura, mas nunca para instaurar nuevas formalidades, pues su rechazo es precisamente contra el dogma que vuelve a la crítica algo prescriptivo y programático. Aquí, radicalizarse significa salir “en busca de…” sin saber hacia dónde dirigirse. Aquí, lo radical carece de centro porque entiende que un universo en expansión no puede poseer tal sedentarismo. “Sin la imaginación sólo habría la reproducción infinita”, por lo tanto, son los estudios propositivos, innovadores e incluso descabellados los que responden más apropiadamente a esa lógica de crecimiento acelerado. Interpretamos desde el mundo y el mundo es variante e infinito. Esa condición que lo hace diferente cada vez es la que obliga al lector a improvisar su mirada. Rowe propone una interpretación que no considere únicamente al espacio físico, ya que una obra es también su campo cultural y su momento histórico. Aún más: en ella se cifran el olor, la humedad, la temperatura, el gusto. Como lectores críticos debemos considerarlo todo, pero sin confundir ese deseo de inclusión con síntesis o unidad. Se trata de hacer recortes de la totalidad que se complementan con otros, pero sin sobreponerse. No hay centros, ni márgenes: “en la cultura todo afecta a todo: no hay puntos de partida privilegiados”. Por este camino, descentrar significa recomponer el campo cultural de la experiencias para hacerlo más dúctil.

A través de los estudios que componen Hacia una poética radical, Rowe plantea la destrucción como la forma de la imaginación mediante la cual es posible crear un nuevo ritmo, “disconforme y abierto”. Composición como desarticulación de lo conocido. Ojo: no se trata de meras ocurrencias, sino de recortes provisionales e imprevistos: “Los límites de un campo dado serán provisorios y capaces de revisión, de expansión de lo que se sabe hacia lo desconocido”. El quid es seguir el relato más allá de su textualidad. De ver de qué mundo provienen y hacia qué mundo se dirigen. Aprender a leer es aprender a escuchar lo que los textos dicen, pues sólo a través de esta práctica podemos devolverles su potencia. Los relatos y los poemas representan nuestro último puesto de resistencia frente a una sociedad que se cae a pedazos, a través de ellos es posible combatir la desmemoria y la amnesia colectiva de la que ha sido infectada la posmodernidad. Quien olvida está condenado a repetir los errores del pasado, está condenado a sufrir el descalabro inminente de la Historia. Seamos críticos: reconsideremos los textos bajo miradas diferentes, pues no se trata de revisar los textos para escribir tesis y conseguir títulos; si el estudio y el ensayo no nos entregan algo nuevo, si no nos revelan nuevas perspectivas, posibles soluciones, ¿para qué sirve un análisis literario?

Ahora bien, aunque por todo lo dicho arriba se podría pensar que Hacia una poética radical es un libro esencialmente teórico, en realidad solo lo es en la medida en la que el autor decide introducirse en los textos. De hecho, tal vez valdría decir que Hacia una poética radical es un libro, sobre todo, práctico. Sus ensayos lo comprueban. Fuera del primer apartado –el cual ocupa menos de la tercera parte del libro– en el que se dedica a hacer un recorrido filosófico, histórico y sociológico del análisis de los textos y los estudios culturales en Latinoamérica, el resto del libro está consagrado a la puesta en práctica de sus convicciones en torno al análisis de los textos; mirándolos, ante todo, con imaginación. Así, a esa primera parte de teoría y análisis cultural se le agrega un apartado sobre novelistas y otro sobre poetas. Vargas Llosa, Roa Bastos y Donoso componen el primer grupo; mientras que Vallejo, Westphalen, Juanele, Nicanor Parra, Carmen Ollé, Raúl Zurita y, en una pequeña proporción, Diego Maquieira, componen la segunda. Cada uno de los autores es abordado por Rowe de una manera muy distinta, aunque siempre dejando claros los lugares de enunciación de los que provienen, pues es a través de ellos que se esclarece la realidad que construyen: cada lectura es síntoma de su tiempo, sin embargo hay algunas que “requieren el paso del tiempo para que se reciban en su plenitud; se escapan de una época determinada, iluminan otro tiempo”. Rowe propone redireccionar esa luz e iluminar nuestro siglo.

 

 

 

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