Grabado de Doré

¿Hubo un Quijote arábigo?

En el fichero de una  biblioteca se encontró una ficha “documentadora” de una edición del Quijote escrito por el tal Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes le habría copiado el argumento de la novela inmortal.
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En una de sus eruditas cartas mi amigo Mateo Diego, académico e investigador de Literaturas Laterales en la Universidad de Miskatonic (Arkan, Providence, EUA), me dice que en el fichero de la biblioteca de esa institución encontró una ficha “documentadora” de una edición del Quijote escrito por el tal Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes le habría copiado el argumento de la novela inmortal.

“Tuve esa ficha en las manos —dice Mateo Diego— y estaba a punto de pedir el libro cuando sonó el campanilleo avisador de que la biblioteca iba a cerrar en unos minutos y tuve que devolver la ficha a su lugar sin poder leer más datos. Hace unos días la ficha ha desaparecido, pero recuerdo al menos estos datos: ‘Benengeli Cide Hamete: El azañoso caballero don Alonso Quijano,/ conocido por la fama como Don Quixote de la Mancha, traducción del morisco al español por el bachiller Alvaro Carrasco, Toledo, 1547’. ¿Qué le parece? Ahora vendría a resultar que el autor de la mejor novela de todas las literaturas habría copiado, por no decir plagiado, al ‘arábigo’ Benengeli, y que encima se habría burlado de él, apodándolo ‘Berenjeni’ por boca de Sancho Panza.”

Le he respondido a mi amigo profesor: “Por lo visto en librerías y bibliotecas abundan los libros fantasmas, como aquellos de los que he tratado en mi libro Libertades imaginarias (Aldus, México, 2001)”. El profesor me pregunta: “¿Qué es un libro fantasma?”, y le respondo: un libro que ha sido inventado en otro libro que lo alude o cita o dizque copia, como el Kubla Khan soñado por Coleridge, que sólo pudo retener en la vigilia algunos versos, como El acercamiento a Almotasim que Borges inventó para colar en la revista Sur una admirable “reseña bibliográfica” y que algunos, como Emir Rodríguez Monegal, pidieron a famosas librerías inglesas; como los libros del autor fantasma Sebastian Knigth que Nabokov menciona y extensamente cita en una novela; como el fantasmal Necronomicon del también fantasma Abdul Alzhared, del que se encontró una ficha bibliográfica en el fichero de la parisina librería La Mandragora (y ¿quién redactó la ficha?, ¿tal vez Lovecraft, soñador de Alzhared y su mitología de aterradores dioses arcaicos?).

En cuanto al Quixote arábigo diré que el “descubrimiento” del amigo profesor me hace evocar gustosamente al tal Cide Hamete Benengeli requerido por Cervantes para poner en pie a su Caballero de la Triste Figura.

Ya se sabe: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no es solamente un libro acerca de la tragicómica pasión caballeresca, de la emocionante amistad entre dos hombres muy diferentes, del divorcio de la realidad y el sueño y de otros asuntos tan existenciales como novelescos. También es un libro acerca de otros libros: las novelas de caballería allí parafraseadas y parodiadas.

El Quijote, aparte de mirar hacia los libros de caballería para matarlos y resucitarlos en un nuevo caballero andante, postula un libro virtual, pues Cervantes, declarándose “segundo autor”, hace derivar la mayor parte de su novela de una Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, cuyos sueltos folios y cartapacios habría hallado por casualidad en una sedería del Alcaná o barrio de mercaderes de Toledo, y que, a cambio de dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, le habría traducido algún “morisco aljamiado” (es decir morisco hispanoparlante).

Tanto el libro oportunamente hallado como el autor, e incluso el traductor, son fantasmas. Fantasmas a su vez derivados de otros fantasmas, pues, anota el académico Martín de Riquer, en los libros de caballerías es frecuente “que los autores finjan que los traducen de otra lengua o que han hallado el original en condiciones misteriosas”. Así, el texto de Las sergas de Esplandián “por gran dicha paresció en una tumba de piedra, que debajo de la tierra, en una ermita, cerca de Constantinopla, fue hallada, y traído (el texto) por un húngaro mercader a estas partes de España, en letra y pergamino tan antiguo que con mucho trabajo se pudo leer por aquellos que la lengua sabían”. Y estos fantasmas son también los padrinos adecuados para la historia cervantina que dialoga y combate precisamente con ese mundo espectral, toda esa novelería de la caballería andante que ya estaba considerablemente demodé y ya lo leían pocos cuando el Quijote se escribía. De modo que héroes fantasmas, hazañas fantasmas y novelería fantasma se enfrentarían, a través del Caballero de la Triste Figura, a esa realidad rugosa de la Castilla pobre y polvorienta, de los caminos fatigosos, del hambre y del olor a ajo.

El libro fantasma de Cide Hamete Benengeli lo habría imaginado Cervantes para propiciar en el lector la “suspensión de la incredibilidad” e invitarlo a entrar en el juego de la ficción. Como si dijera con un guiño y una sonrisa: “Todo esto es verdad porque ya había sido escrito antes de mí”. Y ¿no podría ser que el burdo Quijote apócrifo del tal Avellaneda y a este mismo los hubiera también inventado Cervantes como contrapartida y contrautor de su gran obra, o sea un Antiquijote?

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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