“Fidel, ¿por qué no desapareces?”

Conocí al intelectual, revolucionario, periodista, escritor y poeta cubano Carlos Franqui (1921-2010) en mayo de 2008, cuando fui a Puerto Rico para realizar varias entrevistas. Me dio tantos contactos entre los líderes exiliados del Movimiento 26 de Julio que terminé haciendo cinco viajes más en el transcurso de un año. En su casa, conversando con sus amistades y esposa, siempre carecía de tiempo para hacerle una entrevista a profundidad. En octubre de 2008, lo invité a ofrecer unas conferencias íntimas para mis alumnos de historia en la Universidad de Yale. Todas las mañanas le llevaba un termo de café cubano junto a unas tacitas finas y servilletas bordadas para hacer tertulia dondequiera. Entre seminarios y conversaciones privadas, Franqui y yo desarrollamos una lista de temas que queríamos tocar en su entrevista, la última antes de morir. Compartíamos la preocupación de iluminar los espacios oscuros y romper los silencios impuestos. Amable, caballeroso, preciso y pícaro, Carlos Franqui fue un gran maestro de la verdad y la ética para mí. Lo es todavía para cualquiera que tiene el privilegio de leer sus libros y conocer su visión revolucionaria.
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Usted siempre se ha preocupado por eliminar los grandes silencios de la historia de la Revolución. ¿Por qué se suele anular el papel de los activistas clandestinos del Movimiento 26 de Julio frente a la guerrilla de Fidel Castro en la Sierra Maestra?

Los chinos dicen que una imagen vale más que mil palabras y este axioma se puede aplicar a la lucha contra Batista. Las imágenes que existen –cinematográficas, televisivas o de cámara fija– son casi siempre de la Sierra, porque allí se reunieron periodistas que hicieron una serie de entrevistas, principalmente a Fidel Castro. Los actos clandestinos, por su naturaleza, no se podían filmar. Las acciones de la clandestinidad no se ven. Esto creó un gran desequilibrio entre el papel de la ciudad, que sería decisivo en la lucha, y el de la Sierra. Estos factores contribuyeron a que Fidel Castro se apoderara de la imagen de toda la lucha contra Batista. Por otro lado, los documentos más conocidos de esta lucha son los que hablan de democracia y la restitución de la Constitución de 1940, la carta de la Sierra y La historia me absolverá, pero se desconocen otros documentos, como las cartas de Fidel Castro desde la prisión a su amante Naty Revuelta, o los conflictos de la clandestinidad con Fidel Castro por su caudillismo y los problemas con el Che Guevara por su ideología. Este desconocimiento ha hecho que persista la apariencia de que la Revolución sufrió un gran cambio como resultado de los conflictos con Estados Unidos, o quizás por otras razones. Pero esencialmente, a partir del asalto al cuartel Moncada, se dejó ver que el caudillo de la Revolución se llamaba Fidel Castro.

Cuando Fidel Castro escribió en sus cartas desde prisión que estaba estudiando El Estado y la Revolución, de Lenin, había entendido –sin decírselo a nadie– que el comunismo le iba a permitir tener un poder total, sustituir la dictadura de Batista por una dictadura mucho más perfecta y al mismo tiempo desafiar a Estados Unidos, con el apoyo de la Unión Soviética, para convertirse en un protagonista mundial. Es esto lo que le ha quitado el rol preponderante a la lucha de las ciudades, que fue la que creó la conciencia popular de cambio, la que hizo que en un momento el ejército de Batista dejara de pelear.

Usted inició su activismo contra Batista en 1952, el mismo año del golpe de Estado.

Ante la proximidad de las elecciones –donde la lógica era que el partido opositor, el Ortodoxo de Raúl Chibás, triunfaría–, nadie pensó que iba a ocurrir lo que ocurrió: que Batista diera un golpe militar y derrocara la democracia. A partir de ese momento, como era un periodista profesional, pensé que mi función fundamental era crear prensa clandestina. De inmediato creamos un periódico llamado Liberación, después hicimos otra publicación y finalmente fundamos Revolución. También reforzamos Alma Mater, el periódico de la universidad, porque en 1952 y parte de 1953 la lucha vital era la estudiantil.

Llegué a Santiago de Cuba el 27 de julio del 53 en la mañana, unas horas después del asalto del 26 de julio al cuartel Moncada. Tenía planeado hacer una manifestación con Frank País y Vilma Espín, del movimiento de la Universidad de Oriente, pero, como buena parte de los cubanos –fue un ataque secreto preparado por Fidel Castro–, tenía una ignorancia absoluta de que ese asalto ocurriría. Al enterarme, inmediatamente fui al cuartel con otros periodistas y vi a jóvenes asesinados, pero también a por lo menos veinticinco guardias muertos, con mujeres que gritaban alrededor. Mi primera impresión fue que aquella era la respuesta al golpe de Batista, una respuesta que nacía con casi cien muertos, lo cual me hizo pensar que nunca podría estar con Fidel Castro. Más tarde, sin embargo, conocí en la lucha clandestina a personas, además de Frank País, que pensaban como yo, y de alguna manera eso me envolvió. En ese año inició Revolución de manera clandestina y duró hasta el fin de la dictadura de Batista. Después se convirtió en un periódico legal con el mismo nombre. Es muy sorprendente ver cómo han hecho desaparecer de la historia tantos episodios que tienen que ver conmigo y con tantos otros, a pesar de que el taller de Revolución fue sorprendido en marzo de 1957 y la maniobra culminó con mi detención y la de otros, con torturados y varios muertos.

¿A quiénes considera las figuras más relevantes de la lucha?

Aparte de Fidel Castro, hay dos: Frank País y José Antonio Echeverría, líder estudiantil y mártir del heroico y fracasado asalto al Palacio Presidencial de marzo de 1957. Curiosamente José Antonio era católico y Frank, bautista. Fueron dos personas profundamente religiosas, otro aspecto a menudo desconocido. Una característica de Fidel Castro es que aceptaba y usaba a todo el mundo mientras le convenía. Castro no podía mantener la Sierra sin el respaldo de la clandestinidad, la razón es muy sencilla: el 30 de noviembre Frank País tomó Santiago de Cuba. Tomó dos estaciones de policía, quemó una tercera –con saldo de tres muertos– y conservó las armas. Fidel llegó dos días más tarde con el Granma, que naufragó, y después hubo una desbandada en Alegría del Pío. Ahí Fidel se refugió con Faustino Pérez y Universo Sánchez y estuvo huyendo por los cañaverales una semana; lo salvaron los campesinos organizados del 26 de Julio –del grupo de Frank País– con la ayuda de Celia Sánchez. ¿Cómo esta guerrilla, este grupito, se iba a mantener si no hubiera tenido el apoyo del 26 de Julio? Durante 1957, la clandestinidad envió a la Sierra hombres, armas, parque, dinero y periodistas, como Herbert Matthews. Al menos hubo cuatro envíos de hombres armados para fortalecerlos. La clandestinidad fue fundamental para el mantenimiento de esa guerrilla que estaba en Sierra Maestra. El propio Che Guevara lo reconoce en sus crónicas.

Al mirar la historia descubrimos que ninguna personalidad importante –si implicaba una posibilidad de sustitución de Fidel Castro– se ha mantenido viva o dentro de Cuba. En el caso de Frank o de José Antonio murieron durante la época clandestina, pero también están todos los demás: Humberto Sorí Marín, José Abrantes, Arnaldo Ochoa, Huber Matos, Camilo Cienfuegos, etcétera. El 30 de junio del 57, Josué País, el hermano de Frank, fue asesinado en Santiago y en los días siguientes Frank le escribe unas cartas a Fidel Castro donde le habla de la persecución terrible que había en Santiago.

En la clandestinidad se tenía la conciencia de que no se podía abandonar la ciudad, que era el frente del verdadero peligro, y por ello Frank tomó la decisión de quedarse. Fidel Castro tenía la potestad de ordenarle a cualquiera que se fuera, pero no lo hizo. Y así, indirectamente, murió Frank. El comandante Manuel Fajardo contó en un testimonio que incluí en El libro de los doce (1967), mi único libro publicado en Cuba, que cuando se dio la noticia de la muerte de Frank País por radio, la guerrilla, que tenía hambre y guardaba un lechón asado ofrecido por un campesino, perdió el apetito. Todos menos Fidel, que se comió el lechón entero. Cuando muere una persona, bien sea un amigo, colaborador o alguien que manda fusilar, a Fidel no se le quita el apetito. Hay que partir del hecho de que Castro no es una persona que ingresó en el Partido Comunista porque pensara que el comunismo era una manera de acabar con las injusticias del capitalismo, de crear una sociedad igualitaria o terminar con todas las desigualdades que existen en el mundo, no. Fidel Castro es el hijo de un latifundista rico, que estudió en un colegio de jesuitas y que fue tremendamente influido por su época: la guerra en España y la Segunda Guerra Mundial. Tanto es así que La historia me absolverá es un título de Hitler y que la marcha de La Habana está copiada de la marcha sobre Roma de Mussolini. Fidel Castro dijo que informar era compartir el poder y toda la Sierra aparecía con crucifijos, medallas de la Caridad del Cobre, él bautizaba campesinos con el padre Sardiñas. Cuando llegó a La Habana dijo que tenía la misma edad que Cristo. Usó la religión en Cuba para después acabar con ella.

Vilma Espín fue quizás la única mujer con poder durante la Revolución, esposa, hasta su muerte, de Raúl Castro, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas y miembro del Comité Central del partido desde su fundación. ¿Qué impresiónpersonal tiene de ella?

Conocía mucho a Vilma porque estaba siempre con Frank País. Vilma fue muchas veces a mi casa. Estudió en Estados Unidos, procedía de una familia rica de Santiago asociada a los Bacardí. Su casa en Santiago de Cuba era el cuartel general del movimiento. Curiosamente Vilma fue antifidelista durante mucho tiempo. Entre la clandestinidad de Santiago siempre hubo conflictos con Fidel. Él llamaba a Santiago “la ciudad rebelde”, pero eso quería decir que eran rebeldes con él también. Cuando Raúl Castro abrió el segundo frente, todo Santiago de Cuba se les unió y Raúl los acogió mientras introducía a los comunistas. Vilma estuvo ahí, y desde ese momento se dio la relación con Raúl Castro y después con Fidel.

¿Qué otro papel desempeñó el pueblo en la lucha?

La quema de cañaverales no fue obra de los rebeldes de la Sierra sino de la gente de las ciudades o los escopeteros, las personas que vivían en las ciudades y por la noche se iban a quemar caña. En la tradición cubana, la quema de caña siempre fue un fin para los revolucionarios. Desde la época de la guerra de independencia. Pero además, era algo relativamente fácil: con un fósforo que tú tiraras en un cañaveral se creaba un gran incendio. Entre los sabotajes del 26, ese era uno de los preferidos. El otro era tirarle una cadena al tendido eléctrico, muy efectivo, porque de inmediato se suspendía la electricidad. El 26 hizo miles de sabotajes en todo el país, pero siempre cuidándose de que no fueran actos terroristas. No se podía afectar a gente inocente. El 26 de Julio condenaba a muerte por asesinar a inocentes.

Eventualmente usted subió a la Sierra porque era un refugio para “los quemados” de la lucha urbana. ¿Cuándo dejó de ser un refugio y comenzó a ser un frente real?

Del mismo modo que sería falso decir que la Sierra y la guerrilla fueron las que triunfaron, también sería falso ignorar la importancia de la Sierra. La Sierra es un lugar muy difícil, de montañas y bosques. El solo hecho de estar escapando, hacer un pequeño ataque y huir, implica, más allá del peligro, una vida realmente difícil. En 1957 se dio el primer combate, un combate contra un cuartelito a la orilla del mar. Después tuvo lugar un combate un poquito mayor, el de El Uvero, donde había casi treinta guardias y en el que hubo muertos. Mientras tanto se creó la segunda guerrilla del Che con el refuerzo que mandó Frank País. Durante ese tiempo, una técnica de la guerrilla era no enfrentar al ejército sino pegar y huir. La vida en esa época era dura.

Después llegó 1958 y Batista decidió hacer una ofensiva contra la Sierra. Ofensiva que fracasó por la cantidad de soldados no profesionales y por la carencia de armas sofisticadas del ejército de Batista –helicópteros, aviones, incluso carabinas–, pero también por la astucia de Fidel Castro como guerrillero, que sin duda era un hombre que conocía muy bien la Sierra y la forma de actuar del ejército. Fidel los condujo, tal fue el caso de la batalla del Jigüe, en donde el ejército mostró toda su incapacidad. Hubo casos de guerrilleros –como Braulio Coroneaux, un ametralladorista del cuartel Moncada que rechazó el asalto cuando Fidel lo atacó– que se unieron a nosotros. Coroneaux usaba las claves que habíamos ocupado para hacer que el ejército de Batista bombardeara a su propio batallón en vez de a nosotros. El batallón resistió hasta que no le quedó más remedio que rendirse. También, cuando llegué a la Sierra quedé sorprendido con el humanitarismo hacia los prisioneros y guardias. Se atendía a los guardias antes incluso que a los propios rebeldes. Uno cómo se iba a imaginar que este era el Fidel Castro sanguinario que resultó ser después. Los guardias de Jigüe terminaron pidiéndole autógrafos. A Faustino Pérez y a mí nos tocó conducirlos al cuartel de La Plata, nosotros dos desarmados y los diez guardias con pistolas. Esta batalla tuvo una gran importancia porque el ejército de Batista dejó de creer que peleaba contra sus enemigos. Después el ejército no solo no impedía la ofensiva de las columnas de Camilo Cienfuegos o del Che, sino que prácticamente todos los cuarteles se rendían. Finalmente el cuartel Columbia, con veinte mil hombres, se rindió a la columna de Camilo, con mil. Durante estos años en la Sierra el número de muertos no llegó a cincuenta.

¿Qué factores provocaron la huida de Batista?

Batista, al dar el golpe del 10 de marzo y al hacerlo sin derramar sangre, jugó a la dictablanda. Hizo un estatuto constitucional que sustituía a la Constitución, pero respetó la prohibición de la pena de muerte. Por eso te mataban y te tiraban a la calle después de torturarte, sin hacerte un juicio. En 1955 se organizó un diálogo cívico en el que Batista pudo haber hecho una transición con el apoyo de más o menos todos los partidos, pero no quiso hacerla. Después, cuando ya no tenía tiempo, en noviembre de 1958, Batista convocó a elecciones. Para sabotearlas hicimos una campaña a través de Radio Rebelde. La conciencia de malestar había crecido y el 80% de la gente no fue a votar, lo que significó una derrota para Batista y alentó la rendición de su ejército. Paralelamente también comenzaron a surgir conspiraciones militares muy importantes. En estas circunstancias Batista, que nunca fue un verdadero militar y nunca fue a la Sierra ni siquiera de visita, optó por huir y abandonar el país y a su gente en un acto de absoluta cobardía e incluso de traición a los suyos. Nosotros estábamos en Palma Soriano, en la columna rebelde número uno –que dirigía Fidel–, en donde estaba Radio Rebelde. Por primera vez en mucho tiempo había dormido en una cama, pero como soy guajiro y madrugador me desperté temprano. Salí a la calle y empecé a oír la noticia a gritos de que Batista había huido. Cuando llegué a Radio Rebelde me comuniqué con Vicente Báez y con Emilio Guede, que habían tomado la televisión y la radio en La Habana. Fidel Castro estaba lejos, no apareció sino hasta cerca de las once de la mañana, de manera que a mí me tocó dar órdenes desde Radio Rebelde de lo que había que hacer, órdenes bastante difíciles: huelga general, no sucumbir a la anarquía, la actuación correcta de las milicias… Cuando Fidel vio esto se puso muy contento, me tendió la mano y partimos hacia Santiago de Cuba. En Santiago había que nombrar presidente a Manuel Urrutia, aunque Fidel Castro no quería avalar su nombramiento, porque pensaba que había sido escogido sin conocer sus ideas; Urrutia había tenido un acto de coraje –en el juicio de los alzados de País y la gente del Granma en 1953– al decir que cuando una dictadura suprimía la Constitución el pueblo tenía derecho a rebelarse.

Fidel me pidió que le solicitara al presidente un papelito donde lo autorizara a hacer nombramientos mientras se dirigía a La Habana. A mí me sorprendió ese acto de humildad. Manuel Urrutia me dio el papel y entonces empezamos a nombrar. En esa época había una conciencia muy grande contra la corrupción en Cuba, que venía desde la época auténtica y batistiana, así que creamos el Ministerio de Bienes Malversados bajo la dirección de Faustino. El ministerio no era para quitarle riqueza a nadie, sino para revisar los casos de personas que le habían robado al Estado. Eso es algo que habría que hacer en una Cuba futura, si fuera posible, por lo menos para que los magnates fidelistas, que tienen miles de pesos y las mejores viviendas de Cuba, vivan de manera menos lujosa. Cuando anunciamos la creación de este ministerio los aplausos fueron increíbles.

¿Por qué se encargó de dirigir el periódico Revolución en vez de dirigir un ministerio?

Fidel me propuso que fuera ministro del Trabajo, pero le dije: “no sirvo para conciliar obreros y patronos, estoy con los obreros”. “Ah, ¿por qué no eres el ministro de Hacienda?” “Porque no sé nada de Hacienda”, le contesté. “Bueno, aquí nadie sabe nada de nada”, dijo al final. Esta última es una de las pocas verdades que le he oído en toda mi vida. En cambio decidí hacer el periódico. Había entrado ya a Santiago y había visto cómo la gente reaccionaba, besándonos las barbas, así que no me quise unir a la caravana de la victoria. Fui solo al cuartel de Columbia, cogí un avión y aterricé en el campamento que conocía porque había estado preso allí alguna vez. Tenía una barba extraña y un traje viejo, parecía una versión del famoso desamparado, el “Caballero de París”. Había más de veinte mil soldados con todas las armas. Todos me saludaban y se me cuadraban. Camilo había entrado antes con una columna de menos de mil hombres, porque el ejército prácticamente se había rendido. Fidel Castro organizó una marcha hacia La Habana que duró una semana. La prensa cubana lo retrató como Cristo y le creó un sentimiento de popularidad que llegó al 90% de la población y que explica gran parte de su poder posterior como caudillo.

¿Cómo fue su regreso a La Habana?

De lo más curioso: después del triunfo de la Revolución el primero que se cortó la barba fui yo, lo cual me creó varios problemas. Quería entrar al Palacio, por ejemplo, y no pude. Fidel me preguntó que quién me había autorizado a cortarme la barba. Le dije: “llegué a mi casa, hacía mucho calor, mi hijo no me reconoció… Soy un civil, no veo por qué no puedo cortarme la barba”. A esto me contestó: “no, las barbas son de la Revolución”. Le repliqué que él vería que eso iba a terminar, y que la única barba que quedaría sería la suya. Lo cierto es que pronto muchas personas querían convertirse en barbudos sin ser barbudos. Solamente Faustino, alguno más y yo nos cortamos la barba en ese momento.

¿Por qué el Movimiento 26 de Julio se disolvió en marzo de 1959?

Al llegar al poder, Faustino Pérez, David Salvador, Manuel Ray, todos, empezamos a reclamarle a Fidel reuniones, que nunca hacía. Finalmente convocó una reunión para discutir la creación de un partido. ¿Qué hizo Fidel? En vez de convocar a la dirección del 26 de Julio, que éramos seis o siete y los comandantes, convocó a unas cincuenta personas. La convirtió en otra cosa. Fue ese día en el que se dio el famoso incidente entre Raúl y Fidel. Raúl estaba furioso porque Fidel no quería hacer la revolución que él quería; le dijo públicamente a Fidel que aquello era una mierda. Fidel lo insultó y Raúl, típico de él, empezó a llorar. Entonces cogí el micrófono, un poco por ironía, y me puse a tirarle la toalla a Raúl. Esa reunión terminó en nada. No hubo acuerdos. Además Fidel tiene como norma jamás someter a votación las cosas, a menos que tenga la garantía absoluta de que lo que va a decir lo aprobará todo el mundo.

¿Cómo ve ahora su participación en un proceso que derivó hacia una dictadura comunista?

En el 26 de Julio había tres tendencias. Una mayoritaria, la nacionalista antiimperialista –de la que yo formaba parte–, otra democrática –Manuel Ray y muchos otros– y una tercera minoritaria, pero muy fuerte, la comunista, de la que formaban parte Raúl, el Che y Ramiro Valdés. Encima de las tendencias estaba Fidel Castro, que siempre manejaba todo según las circunstancias. La radicalización comenzó con la detención de Huber Matos, la desaparición de Camilo y el resultado del Congreso Obrero de finales de diciembre de 1959. En ese Congreso el 95% de los líderes obreros del 26 de Julio, pese a la insistencia de Fidel y de Raúl, votó en contra de la unidad con los comunistas.

Al año siguiente, Fidel Castro dijo en un discurso que una refinería norteamericana se negaba a refinar petróleo venezolano, en “un acto contra la soberanía nacional”. En ese momento no teníamos razones para sospechar que era una mentira. Tiempo después el Che Guevara dijo que el petróleo no era venezolano, sino ruso, así que técnicamente no se podía refinar. La reacción norteamericana fue amenazar con quitar la cuota azucarera y ahí comenzó la guerra de los golpes y los contragolpes. Ese fue un año de guerra, aunque no se pensaba así: te daban golpes y tú tirabas otros hasta que todo culminó con la desaparición del capitalismo y los periódicos.

El pueblo cubano era un pueblo anticomunista, probado. Los comunistas no tenían apoyo en los votos, a pesar de haber sido un partido que defendió leyes obreras y en un momento se ocupó un poco de la población negra. La popular revista Bohemia –y en general la prensa cubana– era muy crítica con el comunismo. A pesar de esto, en septiembre de 1960 en un acto en la Plaza de la Revolución, donde Neruda –invitado por la Revolución– recitó poemas, los cubanos aplaudieron a la Unión Soviética. Fidel presentó a la urss no como imperialista sino como la amiga que venía a darnos la mano frente a los americanos, que querían acabar con la Revolución. Introdujo el comunismo con absoluta habilidad.

Después de diez años de militancia, cuando tenía veinticinco años, salí del Partido Comunista al descubrir que el comunismo no era lo que yo quería. Pero mi salida no había cambiado mis ideas sobre qué tipo de sociedad debía ser la cubana: una sociedad universal basada en la idea socialista de que había que mejorar la vida de las personas. De manera que conservaba ideas radicales que estaban en conflicto con los comunistas de la Unión Soviética y con los de Cuba. En el 60, cuando ocurrieron estos hechos, yo apoyé a Castro, no solamente por los golpes y contragolpes sino porque pensaba que íbamos hacia una sociedad nueva, no hacia una sociedad comunista. Hasta entonces había poderosas evidencias subterráneas, pero no había ningún síntoma claro de lo que ocurriría después. Hay que decir una cosa: para mí Fidel Castro significó la destrucción total de Cuba. Creo que Fidel es esquizofrénico, no ve y no sabe lo que es la realidad. Pero además es un hombre que se ve a sí mismo como Dios. Él pensaba que todo se podía cambiar y que en Cuba no servía nada y había que destruirlo todo para hacerlo de nuevo. Esto condujo a que Fidel fuera el más grande destructor de una nación. Pensé que, dado que yo había tenido una responsabilidad en ese proceso, no debía pensar en mi salvación individual –para qué sirve la salvación individual si un país se hunde, si una revolución se hunde–. Pensé que todavía había mínimas posibilidades de hacer ciertas cosas. Después vino la crisis del Caribe, posteriormente mi destitución de Revolución y todo ese proceso que duró hasta 1968, en que me salí de todo.

¿Cuál quiere que sea su legado a Cuba?

La historia es, como dirían los italianos, una donna mobile, se mueve y siempre sorprende, por suerte. Pero la historia de los sistemas totalitarios muestra que tienen una capacidad de destrucción total. En el caso de Cuba es un sistema que primero acaba con los que se le oponen, después paraliza todo y al final se autodestruye. Cuba está hoy en la fase de la autodestrucción. ¿Qué va a pasar después de la autodestrucción? ¿Qué va a suceder con la crisis que hay ahora y que ha acabado con todo? ¿Va a haber una estampida, un estallido, una “haitianización” mayor? No lo sé. Son posibilidades. Podría surgir un Putin dentro de Cuba en medio de una cúpula que no sabe mandar, en el momento en que Fidel Castro se muera. Pero tengo esperanza: entre los errores cometidos por Raúl Castro en su sucesión, tuvo el acierto de reconocer la destrucción en Cuba, y permitir una serie de publicaciones, como la entrevista a trescientos jóvenes comunistas del país sobre cómo quieren que sea Cuba en 2020. La respuesta de esos jóvenes fue contundente: quieren cambios totales. En este tipo de sistemas lo que ocurre arriba es muy importante, y espero que esa iniciativa, unida a los grupos de opositores minoritarios pero de gran coraje, de los periodistas independientes o del resto del pueblo que ha sufrido tanto, pueda comenzar un proceso de renacimiento de esa ruina que es Cuba. Espero que en ese momento haya una cooperación internacional que permita que la nación cubana renazca de sus cenizas.

¿Por qué persiste el mito de la Revolución, encarnada en Fidel, especialmente en América Latina? ¿Por qué hay resistencia en reconocer que es un sistema totalitario?

Hay razones y sinrazones. Las razones son las de los pueblos maltratados durante siglos, miserables, con grandes desigualdades, con un capitalismo latifundista atrasado que no ha creado riqueza y que no ha permitido mejorar las condiciones de vida. Esto crea un fermento porque, en definitiva, las revoluciones no las crean las ideologías sino el hambre, la miseria, la injusticia y los deseos de cambio. La otra parte es que, desaparecido el comunismo como mito –con el fracaso soviético y las transformaciones en China–, los caudillos y militares han descubierto una técnica que consiste en llegar al poder con elecciones, apoyados por la mayoría, para después usar las nacionalizaciones y el control del Estado con el propósito de crear una dictadura.

Esto y la desinformación que existe en amplias zonas de América Latina y el oportunismo de los políticos tradicionales –incluso los de izquierda que no quieren crearse conflictos– han determinado este fenómeno peligroso y amenazante para estos pueblos y para la paz mundial. Muchas veces me han preguntado: si te encontraras con Fidel, ¿qué le dirías? Le diría solo dos cosas: Fidel, cómo has destruido Cuba. Luego le diría: Fidel, ¿por qué no desapareces? Es una ironía de la historia que los personajes poderosos terminen por lo común trágicamente: cómo debe de estar sufriendo Fidel sin poder aparecer, sin poder mandar, sin poder hablar ni escribir locuras en el Granma. Tiene un fin que se merece. De alguna manera yo me considero un hombre feliz: he conseguido las cosas a las que aspiraba de niño –tener amor, escribir poemas, ser libre, no tener ni esclavo ni señor–. He tenido una familia, hijos y nietos, una mujer extraordinaria, muchos amigos. La única cosa que me hace infeliz es haber perdido la patria, que la patria sea una ruina. ~

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es profesora de historia de Cuba y el Caribe. Ha sido becaria Guggenheim y del Fondo Nacional para las Humanidades de la Universidad de Florida. Es autora de cinco libros de historia de Cuba y el Caribe, entre ellos Héroes, mártires y mesías políticos en la Cuba revolucionaria, 1946-1958 (Yale University Press, 2018). Su nuevo libro, Patriotas y traidores en Cuba revolucionaria, 1961-1981, será publicado en enero de 2023.


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