El test Mockus

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El test Mockus mide en una escala del 1 al 10 la severidad de un trastorno cognitivo que ataca estacionalmente a muchos líderes de opinión opositora en Venezuela.

Consiste en formarse juicios sobre el resto del mundo –en especial de la política internacional– y encuadrarlos dentro del más estrecho marco doméstico; esto es, el marco que nos impone Chávez. Ello conduce a simplificaciones y respuestas fáciles.

La inminente elección presidencial en Colombia ofrece un ejemplo claro de cómo obra el trastorno al ofuscar el juicio de quien lo padece. Puesto a pronosticar quién ganará, el paciente preferirá pronunciarse sobre quién entre Mockus y Santos “le conviene más” a Chávez.

Me apresuro a decir que nada tengo contra el saludable ejercicio de intentar prever cómo afectará a la política exterior, comercial y de fronteras de Chávez, la llegada de uno u otro candidato a la presidencia de Colombia. Nada más razonable, a condición de que se observe la realidad del país vecino con la disposición de no apartar la de vista de aquello que contraríe nuestros deseos.

Una manera de obnubilar el propio juicio es formular la pregunta “¿qué conviene más a los designios de Chávez?” en lugar de, llanamente, “¿quién ganará las elecciones del 30 de mayo?”

La presunción que hay detrás de pregunta tan descaminadora es la de que Chávez puede con sus desmanes y vociferaciones meter decisiva baza en Colombia. No quiere esto decir que los contendores y el electorado colombianos prescinden del “elemento Chávez” a la hora de tomar sus decisiones. Pero la realidad es que para muchos colombianos hay otras graves cosas en juego. Esto, sin duda, ha influido en lo que sólo un ofuscado puede despachar como “fenómeno mediático”.

Sería pueril ignorar la descarada injerencia en los asuntos de Colombia que supone haber cerrado las fronteras comerciales, en medio de un hasta ahora sólo aspaventoso zafarrancho de combate, y condicionar el levantamiento de este embargo a los resultados de la elección.

Sin embargo, el hecho escueto es que ni Chávez ni su partido, el PSUV, votan en Colombia. Tampoco los columnistas de oposición venezolanos que desechan en sus escritos y sus programas de opinión la complejidad de los motivos de los colombianos para simpatizar con quienes simpatizan. Es llamativa, por cierto, la propensión de los opinadores a dar a los colombianos consejos que nadie les ha pedido. En su acalorada exaltación llegan a los mismos extremos de Chávez.

Un artículo aparecido recientemente en la prensa caraqueña –y no ha sido el único en este tenor– muestra tal desdén por la figura del candidato verde, tal ligereza al juzgar los porqués del enorme predicamento que Mockus goza con el electorado colombiano y tanta obnubilación ante las cifras que arrojan las encuestas que desde el título se pregunta, con pesadumbre, si los colombianos “merecen un Mockus”, jugando torpemente con la palabra “moco”. Podría haberlo escrito un redactor de guerra sucia de Juan Manuel Santos.

Muchas de estas piezas de opinión se hacen eco de la idea de que la propuesta ciudadana que Mockus hace a sus compatriotas no es más que una martingala que busca llevar a un doble agente de las FARC, un conchabado de Hugo Chávez, al “solio de Nariño”.

La animosidad que Mockus despierta en muchos venezolanos opositores a Chávez me lleva a coincidir con quienes piensan que entre los peores efectos de rebote que diez años de Chávez, el “Polarizator”, han tenido sobre la sociedad venezolana se cuentan el maniqueísmo y el empobrecimiento del pensar político.

Se pide menos caudillismo, más instituciones democráticas y más vida ciudadana para Venezuela y al mismo tiempo se piensa que los colombianos que exigen todo eso para su país son unos ingenuos hippies “comeflores” embobados por el histrionismo de un intelectual criptocomunista.

Una pregunta mejor formulada podría ser: “¿por qué se ha tornado tan reñida la elección entre el ex ministro de defensa de Uribe y otro candidato?” Si el consenso colombiano en torno a la conveniencia de la política de seguridad urbana de Uribe es tan amplio, ¿por qué casi la mitad del electorado contempla seriamente votar por la seguridad urbana que tiene contra las cuerdas a las FARC y también por alguien distinto a Santos, el oficiante más conspicuo de aquella política?

Sin duda parte de la respuesta se halla en el hecho de que la seguridad ciudadana tiene correlatos que no pueden soslayarse. Las FARC, en efecto, han sido no sólo contenidas, sino reducidas significativamente en su capacidad de acción. Al mismo tiempo, se han registrado monstruosos desafueros cuyos responsables son justamente repudiados por más de la mitad de los electores.

Lo cierto es que, sea con Mockus o con Santos, con ninguno de los dos ganan las FARC. No menos cierto es que Chávez necesita de la confrontación permanente con el vecino y parece haber aprendido la lección de los últimos tiempos: en Sudamérica suele fortalecerse el candidato a quien Chávez ataca.

Por eso ataca a Santos, el que más le conviene.

–Ibsen Martínez

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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