Celebración prematura (1)

Jorge Suárez-Vélez explora la verdadera dimensión y el alcance de los acontecimientos recientes en Egipto.
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Perdón por mi ausencia en este espacio, pero he estado tratando de terminar mi libro. Casi lo logro, pero ahora comienza el arduo y tedioso proceso de revisarlo. La fecha de publicación parece que será en mayo, si todo sale bien. Me di cuenta de que me era imposible escribir un blog sobre temas que repito en el libro, pues me acababa perdiendo sobre qué dije dónde. Pronto regresaré a mis escritos cotidianos, gracias por la paciencia. Lo que me fuerza a romper mi “pausa” es Egipto. Un tema demasiado importante para no abordarlo, y en un proceso demasiado impredecible como para incluirlo en el libro.

 

Mubarak se va y deja al país como estaba en 1952, en manos de un gobierno militar, como el que quedó en el poder cuando la revolución de Nasser derrocó al rey Farouk I, quien en 1936 heredó el trono de su padre Fuad I, que reinó desde 1922, cuando terminó el protectorado británico. Desde 1952, Egipto ha tenido a militares en el poder. Anwar El Sadat, quien era el vicepresidente cuando murió Nasser en 1970, y Mubarak quien era el vicepresidente cuando Sadat fue asesinado en octubre de 1981 (por fundamentalistas musulmanes opuestos a la firma del tratado de paz con Israel en 1979 que llevó a que éste recibiera el Premio Nobel de la Paz).

 

Acabamos de presenciar el inicio de la primera gran revolución del siglo XXI (¿o es Túnez quien merece ese honor?), pero estamos aún muy lejos de conocer el desenlace final. Como ha pasado en otros momentos de la historia, tenemos claro quién empezó esta revolución, pero estamos lejos de saber quienes la terminarán. Desafortunadamente, acabó el episodio más atractivo para los medios, y más romántico para estimular a ese pequeño Ché Guevara que todos llevamos dentro. Ahora, lo que viene será mucho menos idealista y mucho más complejo; no es lo mismo derribar que construir, no es lo mismo derrocar que gobernar.

 

La realidad para el resto del mundo es que la autoritaria y represora dictadura militar egipcia proveyó de treinta años de paz relativa que permitieron que el estado de Israel fuese factible. Por otra parte, por mucho que los grandes movimientos sociales sean atractivos, ahora toca reconocer que ese país socialista, pro-soviético y secular que surgió en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, hoy es distinto en los tres frentes. Ese gobierno que declaró un estado de emergencia (que permite, entre otras cosas, privar de la libertad a los ciudadanos, sin mayor explicación) hace casi treinta años, después del asesinato de Sadat, se ha quedado sin motivos para mantenerlo. Pero quienes creen que la caída de Mubarak señala el comienzo de un proceso democrático, pronto se darán cuenta de que fue el poderosísimo ejército egipcio quien lo desechó como quien tira un traje viejo porque ya no hay espacio para éste en el clóset. El ejército sigue a cargo, y no tiene la más mínima intención de dejar de estarlo. Esta es la institución más poderosa del país, propietaria de carreteras de cuota, complejos turísticos, fábricas de muebles y televisores, una marca de agua embotellada que lleva el nombre de la hija de un general (Safi) e incontables otras entidades que les proveen de status y riqueza. Como antes, se siguen sintiendo más cómodos dirigiendo al país desde atrás del escenario, pues son los gobiernos civiles quienes tienen que dar cuenta de cualquier problema, mientras ellos siguen siendo la institución más respetada y admirada de Egipto.

 

El alto mando militar cree en la economía cerrada y dirigida por el estado, en los subsidios y en controles de precios. El mariscal de campo Tantawi, líder máximo de las fuerzas armadas, y muchos de los generales que están a cargo, fueron entrenados por los soviéticos en los setenta y, por ello, también se identifican con el modelo económico estatista.

 

Mubarak intentaba heredarle el poder a su hijo Gamal, y este último había ido forjando su propio imperio y emprendido numerosas reformas. Entre éstas, estuvo una privatización y reforma bancaria que implantó criterios de mercado para el otorgamiento de crédito e impulsó a la independencia del banco central. Una reforma que modernizaba al país, pero que también les cerraba la puerta a los militares para que se hicieran de crédito en condiciones preferenciales. No es casual que después de que la calma se ha recuperado, los bancos siguen cerrados.

Como es de esperarse, en un país autocrático y corrupto, las reformas acarrearon una fuerte dosis de corrupción en que quienes se beneficiaron de privatizaciones y concesiones fueron los amigos de la familia y son estos y algunos miembros del gabinete cercanos a los Mubarak quienes están siendo acusados de corrupción.

Las protestas dejarán una clara secuela económica, particularmente dado que los ingresos provenientes del turismo (10% del PIB) se desplomaron, al ocurrir éstas justo en la temporada alta. Las enormes pérdidas económicas ocasionadas por las protestas dejan a los militares con poco margen de maniobra, particularmente porque la economía muestra un déficit fiscal de más de ocho por ciento del PIB, y un endeudamiento del gobierno equivalente a 72% del PIB. A esto hay que agregar el aumento de 15% a los sueldos de los burócratas que ofreció el gobierno de Mubarak para tratar de enfriar las protestas. En parte, las reformas de Gamal intentaban expandir la capacidad del gobierno de financiarse. Ahora, los militares enfrentarán el reto de resolver la problemática económica inmediata, tratando de mantener su poder en el camino.

 

El ejército egipcio desea que el status quo prevalezca. Son las segundas fuerzas armadas mejor financiadas de Medio Oriente, han recibido abundante entrenamiento en Estados Unidos, y miles de millones de dólares de apoyo económico a lo largo de los años. Intentarán que la partida de Mubarak calme las aguas. Se disolvió el parlamento y entran en un lento proceso de poner la mesa para elecciones “libres”. ¿Lo serán realmente? Es difícil decirlo. Hasta ahora, la raison d’etre de la dictadura militar ha sido el mantener a las fuerzas políticas islamistas al margen del proceso electoral, el Partido Nacional Democrático -el partido “oficial”- sobrevive a las movilizaciones sociales, aunque está en medio de intenso cuestionamiento. La fraternidad musulmana, prohibida teóricamente, pudiera tener una modesta participación, saliendo de la marginación legal.

 

¿Estará dispuesta la gente a salir a las calles para exigir cambios más profundos? ¿Tendrá que imponer el ejército ley marcial si esto ocurre? Es una pregunta que tomará meses responder.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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