DSK y la opinión pública

Un análisis del caso Strauss-Khan y las diversas reacciones que ha provocado. 
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Uno se pregunta qué posibilidades tiene el ahora ex director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, de tener un juicio justo o un jurado imparcial, después de días de ebullición mediática y centenares de artículos al respecto. Durante la última semana hemos sido sorprendidos con las imágenes de Strauss-Kahn, esposado y escoltado por agentes federales estadunidenses. Después de que una trabajadora (inmigrante guineana, viuda y madre de una adolescente, pobre y musulmana) del hotel en el que se hospedaba lo acusara de secuestro e intento de violación, Strauss-Kahn fue detenido en cuestión de horas por las autoridades estadounidenses. Cinco días después, el 19 de mayo, un Gran Jurado lo acusó formalmente de siete cargos (dos por acto criminal sexual en primer grado, uno por tentativa de violación en primer grado, uno por abuso sexual en primer grado, uno por privación ilegal de la libertad en segundo grado, uno por detención forzosa y uno por abuso sexual en tercer grado) y desde entonces DSK cumple un arresto domiciliario bajo vigilancia en un apartamento en Nueva York en espera de su próxima audiencia (6 de junio).

El caso de DSK ha dividido a la opinión pública mundial y éste, amén de ser juzgado y sentenciado o exonerado judicialmente, ha sido condenado ya por una gran mayoría anglosajona. Recordemos que Strauss-Kahn ha sido detenido, impecablemente, en Estados Unidos, el país donde los comportamientos sexuales moralmente “dudosos” (como fue el caso de Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York; o de John Browne, ex director general de British Petroleum y miembro directivo de Goldman Sachs) han sido mucho más eficaces para destruir la carrera de hombres poderosos que las acusaciones de fraude, lavado de dinero o responsabilidad compartida en la gestación de crisis financieras mundiales.

Por los reportes e investigaciones que se han dado a conocer tras su arresto, al parecer Strauss-Kahn tenía fama en el mundo político financiero de ser un mujeriego insistente, y a decir de la reportera Tristane Banon -quien en 2007 denunció públicamente haber sido agredida por DSK- un “chimpancé en celo”. Su obsesión por las mujeres le ha costado varios escándalos antes y durante su estancia en el FMI. Al asumir la dirección del Fondo varios colaboradores y amigos le advirtieron que la moral anglosajona no juzgaría tan benévolamente aquello que los franceses califican –y protegen celosamente- como la “vida privada”, y que debía  entonces “comportarse”. Pero también, con el debate que se ha dado a raíz de su caso, ha salido a la luz el lado oscuro del mundo de las finanzas y la política, a saber, la cultura de una sexualidad agresiva en estos medios.

Para Jonathan Alpert, el psicoterapeuta más famoso de Manhattan y cuya clientela mayoritariamente trabaja en Wall Street, los banqueros, corredores y demás ejecutivos “(es) gente que corre riesgos, que es impulsiva. […] Es parte de su comportamiento, de su personalidad, y también (esto) se manifiesta fuera del trabajo. Es típico que vayan a bares de desnudistas y usen drogas. Veo mucho uso de cocaína y de prostitución. Ignoran el impacto que sus acciones puedan tener en la sociedad, en la familia […]”.[1]El consumo de sustancias legales e ilegales, y de sexo consensuado o comprado, viene enmarcado de una vida de lujos y excesos constantes –la acumulación de una inmensa fortuna personal, de propiedades, el hecho que este tipo de personas maneje millones y millones de dólares diariamente– y resulta en una personalidad estresada y narcisista que “cree que siempre se saldrá con la suya, que es su derecho”, afirma el terapeuta. El ambiente en el que DSK se desarrolló profesionalmente, primero la política y después las finanzas, está sumamente relacionado con el que se describe en Wall Street. Es importante señalarlo porque esto agrega una dimensión sistémica al drama personal de Strauss-Kahn y explicaría – sin justificar-  la sensación de impunidad que se resiente en su historia con las mujeres.

Por otro lado, también ha corrido tinta en busca de atenuantes o responsabilidades compartidas en este asunto. Una teoría del complot se difundió rápidamente en redes y medios. Se planteó la posibilidad de habérsele tendido una “trampa” al director del FMI –según algunos políticos amigos de DSK dudosos de las acusaciones y convencidos del poder incómodo que éste habría tenido en el seno del Fondo por sus políticas económicas de reestructuración-, o también una trampa al candidato más fuerte para la presidencial, según parte de la izquierda francesa que acusa al partido de Nicolas Sarkozy de haber orquestado toda esta estrategia para hundirlo antes de las elecciones primarias: El hotel en el que los hechos ocurrieron es francés y el número de la habitación (2806) coincidía con la fecha 28-06 de la apertura de las primarias socialistas, de las que DSK era el favorito.

En cualquier caso, los cargos que se imputan a Dominique Strauss-Kahn rebasan por mucho las expectativas que se podría tener de un complot político o las consecuencias que implicaría el estilo de vida de los financieros. A DSK no se le acusa de mujeriego hostigador, ni de infiel, ¡no! Se le acusa de la comisión de varios delitos. Lo que está ahora en juego es su libertad, no su reputación.

Tal vez un último aspecto deba resaltarse de este asunto, y probablemente sea el más optimista de todos. L´affaire DSK, como la llaman los franceses, ha puesto en jaque a la opinión pública de ese país y ha abierto la posibilidad de un serio y profundo debate nacional sobre los límites que debe tener la protección de la vida privada de las personas públicas; sobre la responsabilidad de los medios y la prensa en el encubrimiento de hechos posiblemente delictivos en nombre de esta vida privada; sobre la necesidad de una prensa independiente que pueda reportar lo que le parezca conveniente, sin la intervención y la censura de los staffs y comunicadores oficiales (del gobierno, el parlamento, las organizaciones); sobre la inequidad de facto que viven las mujeres en las altas esferas de poder; sobre la inequidad de facto que viven las mujeres francesas en una sociedad mucho más machista de lo que aparenta –no en vano Francia es el país que inspiró a Simone de Beauvoir ni en vano es la cuna de un feminismo que ha sabido exportarse exitosamente a otras latitudes, pero al que le ha costado muchos más esfuerzos inocularse en el lugar donde nació.

(Fuente de la imagen)


 


[1]Transcripción de la entrevista realizada a Jonathan Alpert para el documental Inside Job, de Charles Ferguson, EEUU, 2010.

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Socióloga, maestra en Estudios Políticos, asesora de desarrollo social y bloguera.


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