Daft Punk: el clásico instantáneo

¿Puede la cultura contemporánea, tan dada a la aceleración y la fragmentariedad, ser capaz de generar un clásico?
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¿Puede la cultura contemporánea, tan dada a la aceleración y la fragmentariedad, ser capaz de generar un clásico? Desde luego: siempre y cuando el clásico se origine bajo las modalidades de esa misma cultura. En la actualidad, el único clasicismo posible es el instantáneo.

En nuestra época a veces parece como si la noción de contemporaneidad estuviera ligada a un escepticismo de las grandes realizaciones, a la sensación de que todo lo grandioso perteneciera por definición a tiempos distantes, de los que tendríamos noticia solo por la transmisión de las fábulas y la historia. Los contemporáneos vivimos un malinchismo del tiempo presente: creemos que todo lo grande sucedió no afuera, como en el malinchismo de la geografía, sino antes. Sentimos que la tarea de la contemporaneidad debe ser una labor de crítica y comentario, archivo y curaduría, y que los trabajos de creación y fundación fueron modalidades accesibles solo en el pasado.

Pero hay episodios de la creación actual que nos obligan a cuestionar ese conformismo y a reformar nuestra noción misma de lo contemporáneo. “Get Lucky”, el primer sencillo de Random Access Memories, nuevo álbum del dueto francés de música electrónica Daft Punk, es uno de esos episodios. El sencillo ha sido objeto de una súbita consagración: en cuestión de días (más bien: de horas) después de su lanzamiento, la red se inundó con una vasta proliferación de covers, versiones y adaptaciones de la canción. Atestiguar esta coronación instantánea, este colapso del ciclo histórico de una obra—los tiempos de la promesa, la recepción y el homenaje—en un solo e intenso momento ha sido atestiguar la versión propia a una era digital de un presente mítico, un tiempo de las grandes creaciones. Y es que si hay una música del presente que merece el epíteto de “clásico”, no por sus continuidades formales o institucionales con ciertas convenciones y expectativas sobre la creación musical, sino por su lugar en la cultura y su relación con el tiempo, esa es la música de Daft Punk.

Desde el lanzamiento de Homework, su primer disco, en 1997, la obra de este dueto francés ha representado un signo (uno más, el más reciente de una larga cadena) de los límites de la oposición entre alta cultura y cultura de masas. Para situar a Daft Punk en esta evolución, hay que recordar que la historia de la cultura moderna ha sido en gran medida la historia de las tensiones entre dos valores en conflicto: el postulado político de la igualdad y los exigencias de excelencia en la creación artística. O dicho de otra manera: entre las consecuencias sociales de la democracia (la igual dignidad de los gustos y las creaciones de todo el mundo) y el principio aristocrático de las artes (la distinción implícita en la producción y el consumo de ciertos productos estéticos de valor excepcional). (El filósofo Jacques Rancière es el ejemplo de una postura que, sin dejar de atender a los valores autónomos de la creación, afirma el polo democrático. La obra del historiador Marc Fumaroli, por otro lado, es una muestra de una defensa del principio aristocrático.) Este conflicto entre razón y democracia, distinción y horizontalidad, es el drama moderno por excelencia.

Pero desde los inicios del conflicto ha habido momentos extraordinarios de reconciliación, utopías de la cultura en los que perfección estética y popularidad masiva coindicen y son uno y lo mismo. La suspensión de las jerarquías, la instauración de un nuevo espacio de creación y recepción de las artes que no está situado ni arriba ni abajo, la formación de una dimensión estética que es su propio espacio, su propio juicio, su propio tiempo—estos y otros sucesos acontecen durante estos momentos de excepción. Como las melodías magistrales de los Beatles o la fastuosa psicodelia de Pink Floyd, “Get Lucky” es uno de estos vislumbres de un elusivo mundo ideal. Es una pieza que se escucha y se disfruta como una simple canción pop, pero, si se quiere, se puede leer también como una hazaña de orfebrería sonora, como un sofisticado dispositivo cultural o el síntoma de una época. 

El rock, el pop, la música electrónica, géneros populares que se han complejizado al punto de albergar la más alta elaboración técnica ¿son “alta cultura” o “cultura popular”? Más allá de la respuesta, y más allá de la propia pregunta que a estas alturas resulta seguramente inadecuada, es posible afirmar: que estos géneros han dado lugar a algunas de las más logradas formas de reflexión de la cultura contemporánea sobre sí misma, que han sido capaces de reunir en una misma manifestación las complejidades típicas de la música clásica con la popularidad masiva, y que, después de todo, son ellos y no la música clásica, la ópera o la poesía las únicas modalidades de producción cultural capaces, en la actualidad, de generar nuevos y auténticos himnos.

Si “Get Lucky” suena como una canción pop más, esto sucede porque es una canción pop más, y en esta simplicidad radica la clarividencia de sus creadores: en haber producido (al igual que Pierre Menard, que reescribió palabra por palabra un texto idéntico al de Cervantes) una experiencia sin fisuras. “Get Lucky” es, en efecto, una canción pop, insigne y perfecta, pero es también un complejo artefacto estético: un vástago de Borges y Duchamp en el que se puede leer la historia de nuestros tiempos. En esta canción, como en tantas otras piezas de Daft Punk, el candor y la ironía han dejado de ser posturas estéticas enemigas: ahora cada una es la posibilidad y la condición de la otra.

Octavio Paz escribió alguna vez que “la crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía”. Olvidó agregar que la crítica puede girar una vez más y convertirse a su vez en creación, mito: recuperar críticamente a la fantasía. La energía creadora de Daft Punk se origina en este juego de rotaciones y en esta recuperación.

La forma en que esa naturalidad germina es, contra toda intuición, la repetición: “Get Lucky” es una pieza que se puede escuchar en un bucle infinito. (Es revelador que, a un día de su lanzamiento, Pharrell Williams haya interpretado la canción en vivo no una sino tres veces seguidas.) De lo que se trata aquí es de otra idea de la repetición, disociada del tedio o la decadencia. En “Get Lucky”, como en buena parte de la música electrónica, la reiteración funciona como una forma alternativa del cambio, una evolución cualitativa del original, la manifestación progresiva de una presencia. Para Nietzsche, el eterno retorno es la demostración de que un instante merece ser repetido interminablemente, de que vale la pena ser vivido para siempre: la prueba moral definitiva. Daft Punk y la música electrónica, por su parte, han recreado el eterno retorno como la prueba estética absoluta: la repetición como una forma de la contemplación, como una manera de destilar lo eterno de lo efímero: un mantra artificial.

“Crear un tópico, eso es el genio”, escribió Baudelaire. Lo que Daft Punk ha dado a luz se asemeja menos a un nuevo hit que a una nueva forma. Y si lo más cercano a introducir un nuevo mito es crear un lugar común, saludemos entonces el advenimiento de este nuevo habitante en el panteón de nuestras mitologías.

 

 

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es ensayista.


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