El infierno mismo

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Vienen tiempos muy difíciles para los migrantes indocumentados en Estados Unidos. El triunfo de los republicanos en las elecciones de principios de este mes ha abierto la puerta, como cabezas de comités y subcomités legislativos, a figuras funestas de la derecha estadunidense. Quizá el peor de todos sea Steve King, de Iowa. King es a tal grado un fanático de la causa antiinmigrante que ya ha declarado que hará hasta lo imposible por reformar la enmienda 14 constitucional y así negarle la ciudadanía a los hijos de indocumentados, una medida que daría al traste con buena parte del mejor legado de la cultura de Estados Unidos: adiós a la sociedad mixta y vibrante; bienvenido sea el racismo aislacionista. Pero eso no es todo. El señor King —quien, a partir de enero, supervisará los trabajos del Subcomité de Migración— está a un paso de diseñar “soluciones” a la altura de la Alemania de los años cuarenta. Alguna vez declaró, por ejemplo, que sería una buena idea instalar en la frontera bardas electrificadas que él mismo ha diseñado para contener el flujo de migrantes. “Eso hacemos con el ganado todo el tiempo”, explicó cierto día en el Capitolio mientras armaba una maqueta de la barda frente al resto de sus atónitos compañeros. En manos de orates de ese calibre estará la discusión de la agenda migratoria. Que Dios nos agarre confesados…

Pero no solo en Estados Unidos se cuecen habas. La realidad inocultable es que, si Estados Unidos se ha convertido en una pesadilla legal para los migrantes, México se ha vuelto algo mucho peor: un infierno en la práctica, a cada paso, a ras de piso. Hace poco pude charlar a fondo con Alberto Herrera, director en México de Amnistía Internacional. Herrera se ha dedicado desde hace un buen tiempo a estudiar el vía crucis por el que atraviesan los migrantes sur y centroamericanos en su paso por México. Y lo que ha encontrado es simplemente aterrador. 20 mil migrantes son secuestrados cada año. Muchos más son vejados, agredidos, golpeados con saña. Seis de cada diez mujeres son violadas en su paso por México (reparemos un momento en ese número). Las migrantes están tan conscientes de los riesgos que enfrentan que acostumbran inyectarse un líquido para, dicen, evitar quedar embarazadas (Herrera dice que no sabe qué se inyectan las mujeres, pero asegura que no es ningún tipo de anticonceptivo legal ni probado). Los migrantes están a merced no solo del crimen organizado; las autoridades mexicanas también forman parte de la cadena de abusos, dejando claro, una vez más, que México se ha vuelto incontrolable a escala municipal. Así las cosas, el camino de ida hacia Estados Unidos es infernal.

Pero también, claro, el camino de vuelta. Por si la vejación a los migrantes de otras tierras no fuera suficiente, ahora resulta que los paisanos mexicanos enfrentan amenazas casi equivalentes en su regreso. Los recientes ataques a familias de migrantes que volvían a su tierra a través de las desprotegidas carreteras mexicanas llevan la crisis de migración en México al paroxismo. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de compartir camión o avión con los paisanos en fin de año sabe a qué grado regresan cargados de bienes. La vuelta a casa es parte de la experiencia del migrante. Muchos vuelven orgullosos cargando esas maletas que se desdoblan gracias a metros de zipper. Dentro traen ropa, juguetes, aparatos e, irremediablemente, mucho dinero, el dinero que se han ganado tras meses de un trabajo tan arduo que rompería hasta al hombre más resuelto. Que las autoridades mexicanas no sólo no puedan proteger a los migrantes que vuelven a casas, sino que muchas veces sean cómplices —con saña y odio— de esos crímenes, no demuestra otra cosa más que la degradación definitiva de nuestro país.

Es terrible decirlo, pero es verdad: México no tiene la autoridad moral para exigirle cuentas a desalmados como Steve King. Mientras King planea cercar la frontera para tratar a los migrantes como ganado, nosotros permitimos que, en nuestros caminos, hombres y mujeres de bien sean tratados mucho peor. Ahí están: destrozados, robados, baleados, golpeados, extorsionados, violados y violadas en basureros, dentro de viejos vagones de tren, frente a sus hijos, en la indefensión absoluta, víctimas de la peor ruindad: la de la indiferencia. En pocas palabras, el infierno mismo. Vergüenza debería darnos.

– León Krauze

(Imagen tomada de aquí)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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