Claudio Magris: apostillas y periferias

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¿Quién dictamina, en cada época, en lo literario y en el arte en general, lo que es periférico y lo que no lo es, las fronteras mentales que hay que atravesar y las que no? Claudio Magris (Trieste, 1939) es un experto no solo en acercarse sino en lo que es más importante: en alejarse. En alejarse de la tiranía de los tópicos, de lo ya dado. Es un experto en tomar distancias, en poner apostillas a lo evidente y canónico, en vislumbrar, como muy pocos lo hacen, periferias que influyen poderosamente, en determinados momentos de la Historia, en centros y metrópolis que atrapan y fijan de forma fulgurante la atención de todos. “Entre mediados del siglo XIX y principios del XX–dirá el autor en su excelente El infinito viajar– Noruega, periférica provincia de Europa, creó una extraordinaria literatura con relieve mundial, que ha escrutado a fondo las contradicciones fundamentales de la modernidad.” Desde los márgenes del fiordo, autores tan queridos y estudiados en sus libros por Magris como Ibsen o Hamsun, como Bjørnson, Jacobsen y Strindberg, se lanzan a poner de cabeza todo el sobrio edificio heredado de la estricta parroquia luterana.

Y quien dice Noruega, dice cualquiera de los múltiples, y aparentemente marginales, lugares centroeuropeos, de una genialidad proveniente de turbulentos mundos en tránsito y mutación, lúcidamente analizados por este autor. O cualquier mínimo rincón de sus amados montes del Carso, cercanos a Trieste. “Todas las diversidades –decía el gran poeta, amigo y maestro de Magris, Biagio Marin, del que ahora acaba de aparecer un emocionante homenaje, el epistolario de ambos Ti devo tanto di ciò che sono– decoran nuestra contingencia de modo diferente y es esta diversidad la que, en cada criatura viva, en todo tiempo y en cualquier tierra, da forma al eterno inmanente de cada uno.”

El genial y joven alumno prodigio del germanismo italiano, más tarde catedrático de esa misma disciplina en su ciudad de origen, la mítica y muy literaria Trieste, el futuro gran intelectual europeo que a los veinticuatro años publicara su monumental El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna (1963) provocando toda una ola de ferviente interés y afición por aquellos autores que transcribieron en sus libros el derrumbamiento del mundo plurinacional centroeuropeo de los Habsburgo, aquel joven admirador de Musil, Kafka y Umberto Saba, se convertiría en un indispensable maître à penser, en uno de los escritores e intelectuales más respetados y escuchados no solo en Europa. En una mente o guía imprescindible vacunada contra todo rastro de fanatismo, de arrogancia, de despotismo o, si se prefiere, de la frecuente y frívola vacuidad intelectual –la lacra más frecuente y repetida, junto a un ciego y acrítico relativismo, aliado a una feroz e integrista defensa de verdades únicas, como no han dejado de advertir grandes autores de nuestro tiempo, desde Kundera a Steiner–. “Hoy los fantasmas que surgen desde las tinieblas […] son los enemigos del relativismo, todos aquellos que tienen el descaro de usar aún la palabra ‘verdad’. Relativismo, palabra maleable y adaptable a discreción, como lo podría ser un chicle, aparece como sinónimo de libertad, de tolerancia, de civismo; un distintivo que todo biempensante debe llevar como un estandarte, bien visible, con objeto de evitar malentendidos”, dice Claudio Magris en un artículo memorable, publicado en el Corriere della Sera, el periódico donde ha colaborado, de forma ininterrumpida, desde 1967.

Desde la ficción, o desde inolvidables recreaciones históricas de una serie de personajes dramáticos, anacrónicamente estrafalarios, visionarios, estafados, en lucha permanente contra el mundo, consumidos de manera trágica por una idea o utopía que les insuflaba vida, ya fuera en Conjeturas sobre un sable (1984), en Otro mar (1991), en su obra de teatro Stadelmann (1988), en espléndidos volúmenes de ensayos como Lejos de dónde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (1971), Utopía y desencanto (1999), La historia no ha terminado (2006) y Alfabetos (2008), en maravillosos viajes del conocimiento o geografías del diálogo como El Danubio (1986), Microcosmos (1997) y El infinito viajar (2005), Claudio Magris –que en noviembre recibirá el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara– se convertiría en el testigo, poeta y portavoz de esos márgenes más olvidados y traspapelados de la Historia.

En sus obras, Magris ha dado voz a esas excepciones y particularismos, de eso insignificante y a la vez cargado de todo el sentido y valor procedente de insustituibles individualidades. Unos minúsculos y humildes puntos y comas en los discursos de lo general, a punto siempre de ser devorados por la épica vulgar y escasamente grandiosa de lo cotidiano y material de nuestros días, o bien por la épica obligada, didáctica y arrasadora del pasado y de la Historia tal y como en ocasiones se ha enseñado y tal y como se ha decidido muchas veces que sea utilizable. Serán los lectores actuales, hijos de un mundo global y tecnificado, ausente, en gran parte, de consignas que en el pasado hicieron vivir a muchos trágicas ilusiones en aras de la utopía, los que tendrán que desgranar –ya en libertad, sin la ayuda de señalizaciones y prohibiciones en los jardines de lo colectivo– el sentido de esas muchas huellas. O, si se prefiere, el sentido de esos errores y desvaríos, de esos obstinados sacrificios personales ofrecidos generosamente en el altar de causas universales e imperantes de cada época, como se reflejaba en la impresionante novela de Claudio Magris A ciegas (2005), una de las mejores y más representativas obras de la literatura europea escrita a lo largo de estos últimos años. ~

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