Narco Cultura

Narco Cultura es un documento imprescindible; un necesario primer acercamiento a una guerra que tapizó de muertos las calles de varias ciudades de México.
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Como en ningún otro género cinematográfico, en el documental es posible encontrar una fuerte resonancia social. La preocupación expresa de algunos documentalistas —como los creadores de Presunto Culpable o Joshua Oppenheimer de The Act of Killing— por cambiar la realidad y denunciar a la injusticia o la indignación en varias de sus formas posibles hacen de este género el más comprometido, entre otras cosas, con las manifestaciones de la violencia en la cotidianidad. En esta parte del mapa cinematográfico es donde encontramos a Narco Cultura.

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Salido de la fotografía documental y periodística —de National Geographic a El País—, Saul Schwarz debuta en el cine con Narco Cultura. La premisa de este documental es seguir a dos personajes relacionados con el fenómeno del narcotráfico: en Ciudad Juárez, el perito Richi Soto levanta cuerpos calcinados, desmembrados, decapitados y lo que se vaya presentando según el ingenio del sicario en cuestión; en Los Ángeles, California, Édgar Quintero, cantante de los Bukanas de Culiacán, crece en fama mientras canta narco corridos del Movimiento Alterado donde glorifica la violencia, el tráfico de drogas, la vida fuera de la ley.

Édgar Quintero no tiene perspectiva: nunca ha estado en México, conoce el idioma español por sus padres y círculo social; se entera de todas las noticias del narcotráfico vía internet; intenta convencer a su esposa de mudarse seis meses a Sinaloa para aprender el slang; envidia al Komander —famoso cantante de narco corridos— por vivir en México y vivir la violencia de primera mano. Richi Soto es un doloroso opuesto: empleado del Servicio Médico Forense de Ciudad Juárez —una de las unidades forenses más ocupadas del mundo—, su perspectiva es, por el contrario, abundante. La violencia para Richi no es precisamente motivo de hilaridad o festejo —aunque es posible verlo bailando un narco corrido en alguna fiesta—, sino de preocupación. Soto es un personaje que destila patetismo, pero también un kafkiano encierro, una humanidad plenamente rebasada por las circunstancia. Se sabe atrapado: por el narcotráfico, por su trabajo —es un tipo aferrado a la chamba: como Neil McCauley de Heat, como The Driver de Drive—, por su familia, por la imposibilidad de migrar. La violencia desatada por la guerra contra el narcotráfico es cárcel y destino, parece decirnos Narco Cultura, y poco hay por hacer al respecto.

Mientras Richi Soto levanta casquillos y contempla cómo la sangre es barrida como si fuera basura, Édgar Quintero se pasea en el escenario con un lanzagranadas al hombro —nunca sabemos si es real o réplica—. “Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca, volando cabezas al que se atraviesa/Somos sanguinarios, locos bien ondeados/Nos gusta matar”, canta Quintero mientras decenas o cientos de espectadores corean sus versos. Édgar quiere aprender más español, quiere conectar con la violencia; viaja a México para realizar unas presentaciones con su banda y, de paso, quedarse unos cuantos días a ponerse al tanto. La paradoja es escalofriante: mientras Quintero añora sentir la violencia de primera mano, Soto anhela por momentos alejarse de ella y sus consecuencias.

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Narco Cultura adolece —en apariencia— de una ligera carencia de profundidad. Es posible que a nosotros, público mexicano más o menos enterado de la guerra contra el narcotráfico, nos parezca que sus alcances son menores: que no logra diseccionar la realidad, que sus testimonios extra —una periodista y un preso que salen a cuadro menos de diez minutos entre ambos— no son suficientes para dimensionar los alcances de la problemática. Esto no es necesariamente cierto: con sus encuadres que retratan lo mismo la asfixia de la burocracia que el ostentoso derroche del panteón Jardines del Humaya, sus detenidas tomas en la sangre que baña —literalmente— las calles de Ciudad Juárez y su escalofriante pietaje de una madre que clama por el asesinato de su hijo, Narco Cultura es un documento imprescindible, un necesarísimo primer acercamiento a una guerra fallida que solo supo tapizar de muertos las calles de varias ciudades de México.

Narco Cultura forma parte del catálogo del Festival Ambulante 2014

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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