La lección del maestro

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Imagino una fantasía trepidante, situada en torno a 1914. Marcel Proust, un escritor maduro con solo un par de libros publicados pero ya una notable reputación, pide y obtiene de Henry James, que está en lo más alto de su trayectoria, el tiempo de una larga entrevista de siete días para hablar de cómo el Maestro ha ideado y compuesto su vasta obra, comentándola minuciosamente el más joven, que parece sabérsela de memoria, con el más viejo, halagado por momentos, sarcástico otras veces, y locuaz siempre. Aunque Proust sabe inglés, al menos el suficiente para traducirlo, prefiere que en esas sesiones de conversación con James registrada mecánicamente cada interlocutor hable en su lengua natal, sirviéndose a tal efecto de una traductora simultánea y bilingüe. El resultado de tales encuentros, transcrito con ayuda externa por Proust y revisado por James, sale en un volumen de más de cuatrocientas páginas y en poco tiempo se convierte en un clásico de un género inédito, que quizá se inspiró en las Conversaciones con Goethe de Johann Peter Eckermann, trascendiéndolas por la poca atención que presta al dato biográfico y su concentrada insistencia en el arte que ambos practican en lenguas distintas y enfoques divergentes.

El encuentro James/Proust desgraciadamente no tuvo lugar, pero hubo más de cincuenta años después de mi irrealizada fantasía un equivalente glorioso, El cine según Hitchcock, un libro concebido y firmado por François Truffaut que cientos de miles de personas han leído con deslumbramiento y diversión, con curiosidad y provecho; una obra que rara vez ha estado sin existencias en las librerías y que ahora, a la vez que Alianza Editorial la reedita bellamente, depara el regalo simultáneo del documental Hitchcock/Truffaut, dirigido por el norteamericano Kent Jones en colaboración con el crítico y director de la Cinémathèque Française Serge Toubiana, en funciones de coguionista. Es una película absorbente de principio a fin, en la que las intervenciones de apoyo de un selecto número de cineastas internacionales no son lo mejor, sin sobrar; lo que nos fascina es ver, gracias a las bobinas de imagen y sonido conservadas de los días de agosto de 1962 en que ambos directores hablaron frente a frente en Hollywood, la cocina y los tiempos muertos de un acontecimiento que llegaría a ser, como le vaticinó el francés a su amiga y cómplice del libro Helen Scott, “una obra muy precisa sobre la fabricación intelectual, cerebral, pero también manual y material de los filmes”. De los filmes del maestro.

La estructura y las intenciones de El cine según Hitchcock fueron expuestas por Truffaut en una memorable carta de junio de 1962 en la que, lamentando que tanto en Europa como en Nueva York hubiera una idea superficial del trabajo del británico de nacimiento, el antiguo crítico de Cahiers du Cinéma se postulaba como exégeta hitchcockiano una vez que, habiendo ya empezado él mismo a dirigir cine, “mi admiración por usted no se ha debilitado, por el contrario, se ha acrecentado y modificado”. En su carta de aceptación, que Truffaut copia con orgullo a su amiga Helen, desconfiada de que una estrella de la magnitud de “Hitch” respondiera a esa solicitud, el autor de Los pájaros no solo le da su asentimiento sino que, “con lágrimas en los ojos”, se declara agradecido por el tributo que el ya autor de obras magistrales como Los cuatrocientos golpes y Jules et Jim le rinde.

En el documental de Jones no hay llantos, sino que predomina el buen humor, especialmente el de Hitchcok; a Truffaut se le observa preocupado de que todo esté saliendo bien, y esperando a veces con ansiedad la traducción de Helen Scott de lo que acaba de decirle su dialogante. Es escabroso el modo en que este le confiesa las intimidades de Kim Novak en Vértigo y de Janet Leigh en la ducha de Psicosis, desnudas ambas ante la cámara por exigencias del guion pero manteniendo las bragas puestas en todo momento, cosa que el director revela con más picardía que lamento. En otro pasaje de extraordinaria elocuencia, Hitchcock le confiesa a Truffaut que su cine busca “las emociones en masa”, cosa que sin duda logró sobradamente en su carrera. Leyendo, en conexión con El cine según Hitchcock, la apasionante correspondencia de Truffaut que recogió y anotó Gilles Jacob en 1988, destaca una carta a Helen Scott en que, después de haber visto Los pájaros, que tuvo una acogida inicial más bien tibia en la propia Universal, el director francés parece compartirla, y responder por persona interpuesta al dictum hitchcockiano de las “emociones en masa” basadas en el suspense, cuando escribe que “en esa película la intriga es de tal modo un pretexto para hacer que la gente tenga paciencia entre cada uno de los ataques [de las aves] que hay una desproporción entre la parte psicológica y la parte espectacular”.

En el documental, que ningún admirador de ambos directores puede perderse, destaca sobremanera la voz de Hitchcock. Ya la conocíamos, naturalmente, por las presentaciones en vivo de la serie de sus mediometrajes de terror Alfred Hitchcock Presents, pero aquí, en más distendida situación, el metal de su enunciación sigue siendo solemne, con una solemnidad que contiene siempre el tañido de la ironía. Junto a ella, también escuchamos con gusto la de Martin Scorsese, refinado comentarista del maestro, y algunas de las cosas expresadas por los franceses Olivier Assayas y Arnaud Desplechin, llenas de inteligencia, aunque sin la sabiduría seminal de Truffaut. Lo que dice Paul Schrader no va a ninguna parte, y las respuestas de James Gray, Richard Linklater y Wes Anderson solo interesan en tanto que ellos mismos nos interesen como cineastas; sobre Hitchcock no aportan nada. Y es que el autor de El hombre que sabía demasiado es demasiado grande y demasiado sutil como para dejarse condensar en fórmulas trilladas de elogio. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).


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