Cabañas: consternación rentable

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Salvador Cabañas, predijo el neurocirujano que lo intervino, no va a recordar lo que le pasó. Eso si bien le va, y sí, ojalá que le vaya bien. Pero a la nación entera –o a dos naciones enteras: además del Azteca, el estadio Defensores del Chaco, en Asunción, se convirtió en capilla para rezar por la vida del futbolista– está garantizado que, por un buen rato, no se le escape detalle de la agresión y sus secuelas: tanto tiempo como gusten los medios que han cubierto exhaustivamente el caso, apenas uno entre decenas de balazos en la cabeza que se disparan en México todos los días.

De acuerdo: aunque en la actualidad noticiosa –ese sucedáneo de la realidad– lo natural es que la celebridad del sujeto determine la resonancia de lo que le ocurra, la repercusión que ha alcanzado el caso Cabañas es, independientemente del caso mismo, espectacular por sí sola, y más porque son los mismos ciudadanos interesados en el tema quienes intensifican esa repercusión e impiden que no decrezca. Las visitas al sitio web de uno de los diarios principales de Guadalajara (no digo cuál para no balconear al webmaster que me permitió husmear en sus estadísticas) han quintuplicado el número de las visitas que se hicieron cuando el terremoto de Haití, con más de medio millón en dos días, y en la gráfica podía apreciarse cómo quedaban enanitos los picos de las noticias más relevantes en algo más de un año: ni el avionazo de Mouriño, ni la influenza, ni las elecciones del 5 julio, ¡ni la muerte de Michael Jackson!… Investidos, por el solo hecho de prender la tele, en peritos investigadores a las órdenes del fiscal López-Dóriga, estamos atareadísimos en imaginar qué platicaron el escolta barrigón y la cubana entallada, qué cuentas debe y cuál se habrá cobrado “El Modelo”, por qué éste (también llamado “Jota Jota”) no quiso darle su nombre a la hija que procreó con “La Chiva” –y qué habrá movido a ésta para revelarle al mundo su relación con “El Modelo”–, cómo es que el escolta barrigón pudo andar de antro mientras estaba en la cárcel –la ineptitud policiaca, en sus apuros por soltar nombres y señas, puede dotar con el don de la ubicuidad a cualquier chango–, qué hacía un futbolista parrandeando a las cinco de la madrugada de un lunes –¿cómo pensaba llegar al entrenamiento?–, cómo es que ya herido le sacaron una foto, quién y cómo la puso a circular (y por qué traía una camiseta distinta) y, sobre todo, qué vio y no quiere decir el famoso testigo “X”, el cuidador del baño que habría presenciado el suceso y que tuvo la mala ocurrencia de ponerse enseguida a trapear el sangrerío (“Nos está costando trabajo”, admitió el subprocurador del DF, “está muerto de miedo, teme represalias”). Es decir: enfrentados al revoltijo de enigmas, tenemos tanta chamba como la autoridad competente, y encima, mientras vemos cómo tartamudea el procurador Mancera o cómo suda el espanto el delegado de Álvaro Obregón, se nos insta a que de una maldita vez nos hagamos las indignadas preguntas de rigor: cómo es que hay tantas irregularidades en la vida nocturna de la capital del país, cuándo se le va a poner freno a esto, quién va a pagar por el crimen –aparte de los criminales, si es que los agarran, que, con “Chiva” y cubana y testigo “X” y con intervención del presidente de la República y todo, no se ve para cuándo.

Porque, en última instancia, de eso se trata: quién paga qué, y cuánto y a quién le reditúa la exaltación sentimental de un público que incrementa violentamente los raitings, da clicks desenfrenados en los periódicos en línea, agota los tirajes de los impresos y va a atestar los estadios no nada más para rezar, sino también para hacer lo que habitualmente se hace en ellos, que es ver el futbol… sólo que con camisetas azulcrema que traigan el 9 estampado y pancartas de “TÚ PUEDES CHAVA” o “ESTAMOS CONTIGO”. (Oído en un puesto de tacos: tres amigos comentan el caso y el más claridoso concluye: “Están haciendo que desquite, porque ya saben que se les acabó el muñeco carísimo que compraron”).

En el sitio web del América, hasta la medianoche del miércoles 27 iban ya 4 mi 225 mensajes de “apoyo” (y 2 mil 862 en Facebook) para el delantero que, mientras tanto, parecía que ya estaba por recuperar el sentido. En los noticieros siguen alargándose los muchos minutos dedicados al caso, los periódicos saldrán mañana con nuevas y más retorcidas informaciones, a los funcionarios y a los policías seguirán apestándoseles las pesquisas (o quién quita y sorpresivamente salgan triunfales y jactanciosos a dar por resuelto el caso, comoquiera que quieran hacerle), y el país seguirá atento a lo que pase, consternado por esta vez, por este balazo, pues aunque la producción nacional de balazos y de horror y de impunidad y de corrupción es riquísima y va en ascenso, hace falta que toque a un ídolo de las canchas para que nos agüitemos. Al menos mientras conviene que el hecho siga siendo noticia –que ya se olvidará más adelante, también cuando sea conveniente.

Bonus track: la canción “No estás solo Salvador”. Lo mejor son los comentarios, como éste, elegante y sentido, firmado por puroinfoputos: “sierto yo soy de la perra brava y aunqe me caias gordo no te deseo la muerte ya que si estubieras en el toluca ubieras echo mucho goles para el toluca por eso digo que le eches huebos carnal”.

José Israel Carranza

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