Antisionismo piquetero

El paso de Luis D’Elía desde la villa miseria bonaerense hasta el centro de una trama internacional en favor de Irán, es una historia que merece contarse fuera de Argentina. 
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Hace unos días, el afamado latinoamericanista Greg Grandin publicó un artículo en la revista estadounidense The Nation respaldando la hipótesis de que la autoría del asesinato del fiscal Alberto Nisman debe buscarse entre la maraña de intereses en los servicios secretos argentinos y no en los salones de la Casa Rosada. Grandin es parte de una corriente de opinión en Estados Unidos que simpatiza con los gobiernos latinoamericanos de izquierda, entre los que se incluye a la Argentina kirchnerista. Para ello enfatiza un relato que, valioso en cuanto constituye un contrapeso de la anacrónica visión sobre América Latina dominante en el país, presenta sus propias limitaciones, entre las cuales una –ciertamente no menor– es la falta de capacidad para abordar y comprender las complejidades de los actores con los que simpatiza.

El gran ausente en el relato de Grandin es, en mi opinión, un personaje que representa como pocos la trayectoria del movimiento social argentino desde el fin de la dictadura, los años yermos del menemismo y el proceso de cooptación a gran escala que llevó a cabo Néstor Kirchner desde que asumió el poder. Ese personaje es Luis D’Elía, exsindicalista, dirigente piquetero, exfuncionario público y acusado por el fiscal Nisman de ser uno de los principales eslabones en un canal de comunicación informal entre los gobierno de Irán y Argentina, a través del cual se habría fraguado el memorando de entendimiento que Nisman denunció como un pacto de cobertura para los iraníes implicados en el atentado contra la AMIA. El paso de D’Elía de la villa miseria bonaerense hasta el centro de una trama internacional en favor de Irán, es una historia que merece contarse fuera de Argentina.

Luis D’Elía era un maestro de secundaria afiliado al sindicato magisterial de la provincia de Buenos Aires (SUTEBA). En 1985, se convirtió en dirigente de unos “paracaidistas” que tomaron posesión de unos terrenos al oeste del Gran Buenos Aires. Eventualmente, el grupo logró regularizar su asentamiento (El Tambo) y dotarlo de servicios a través de la organización de una cooperativa que se extendió por otros barrios del partido (municipio) de La Matanza, el más grande y poblado del conurbano, compitiendo directamente con los cacicazgos locales patrocinados por el Partido Justicialista.

Varios estudiosos de la política argentina en los años 90, como Javier Auyero y Steven Levitsky, coinciden en señalar la gran transformación de las estructuras de representación al interior del partido gobernante. El acelerado proceso de desindustrialización y tercerización de la economía argentina socavó el gran poder de los sindicatos, la base social tradicional del peronismo, al tiempo que la desocupación, el crecimiento de la economía informal y la expansión de la vivienda precaria crearon una enorme masa marginada que fue parcialmente atendida a través de las extensas redes clientelares del peronismo menemista.

Sin embargo, también la oposición supo leer la nueva realidad social argentina. Los procesos de rearticulación política, como el Frente por un País Solidario (FREPASO), y las nuevas organizaciones sindicales, como la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), se abocaron a organizar en comunidades marginales. Esta transición de la fábrica al barrio (“la nueva fábrica es el barrio”) llevó al protagonismo de dirigentes territoriales, como D’Elía, que expandió su modelo organizativo a través de la creación de la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV) y se afilió a la CTA.

El desplome económico y político de Argentina implicó la irrupción en el imaginario local y latinoamericano de la figura del “piquetero” y su táctica de lucha por excelencia: el cierre carretero. Luis D’Elía fue el piquetero por antonomasia; un dirigente que bien pronto entendió la utilidad de su método de presión no solo para hacer visibiles las durísimas condiciones de vida de sus representados, sino para obligar a los gobiernos a atender esa problemática en sus muy personales términos. En uno de los peores ejemplos del clientelismo argentino, los gobiernos de De la Rúa, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner entregaron seguros de desempleo y subsidios a la capacitación laboral directamente a los dirigentes para ser repartidos entre los piqueteros. Las acusaciones por apropiaciones indebidas de esos recursos no se hicieron esperar.

La llegada al poder de Néstor Kirchner en 2003 transformó radicalmente el panorama de D’Elía y su organización. Aislado en su provincia patagónica y con pocos apoyos a nivel nacional, Kirchner se dio rápidamente a la tarea de construir una base social para su gobierno, papel que asumieron explícitamente D’Elía y otros dirigentes en 2004. En enero de 2006, el antiguo maestro de barrio fue llamado a ocupar una subsecretaría de Estado.

No hay muchos registros de las posiciones de D’Elía entorno a la AMIA y el conflicto entre israelíes y palestinos antes de 2006. Ese año, comenzó a manejar la hipótesis de que Irán era ajeno al atentado contra la AMIA, una postura que sostienen analistas informados, como el propio Grandin, pero aderezando esa opinión con la sugerencia de que el responsable podría ser “la derecha israelí”. Esa declaración le costó el cargo público. Sin embargo, la lealtad de D’Elía hacia Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández no mermó en lo más mínimo, aunque las acciones del simpatizante no siempre fueran bienvenidas en la Casa Rosada.

En 2007, D’Elía viajó a Irán para entregar una carta de apoyo a Ahmadinejad cuando la fiscalía argentina empezó a señalar el posible involucramiento iraní en el caso de la AMIA y, de vuelta en casa, repitió sus propias acusaciones. Desde entonces el piquetero fue estrechando sus lazos con el régimen de los ayatolas y sus aliados, como Hezbollah. Eventualmente, D’Elía terminó desarrollando todo el repertorio de ese “antisionismo” con temas antisemitas que tan bien conocemos en México: la idea de que el Holocausto ha sido exagerado y manipulado por el “lobby judío”, tesis que D’Elía adjudica erróneamente a “Immanuel Wallerstein” (aquí, min. 2:10); la idea de que solo existen judíos buenos, “de izquierda”, o sionistas; y la acusación automática a adversarios judíos de ser agentes del Mossad, entre otros.

Al margen de la investigación por el asesinato de Nisman, lo que está fuera de toda duda es el papel de D’Elía como personero de la Casa Rosada ante el gobierno de Irán. Las revelaciones del fallecido fiscal, incluyendo grabaciones telefónicas que evidencian esa relación, han puesto al dirigente social a la defensiva, con un discurso en el que parece listo para sacrificarse por el gobierno. Si Cristina Fernández le toma la palabra, muy probablemente veremos el cierre de esta historia del humilde líder barrial convertido en agente internacional contra el “sionismo”; una historia muy argentina pero con enseñanzas para otras tierras. 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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