AMS I y II, juguetes en el espacio

Uno de los temas más fascinantes de la física es la de la detección de partículas subatómicas directamente en el espacio. 
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Una rama fascinante de la física hoy en día es la detección de partículas subatómicas en el espacio, misión del Espectrógrafo Magnético Alfa (AMS). En uno de mis viajes al CERN, en abril de 2000, una época en la que no pasaba nada allí, pues el acelerador LEP había sido desmontado y aún no se sabía cuándo habría de terminarse de armar en nuevo LHC, me topé con que el primer detector de antimateria fuera de nuestro planeta había llegado a Ginebra. La suerte permitió que uno de los líderes del experimento, Joseph Burger (MIT), me invitara a conocer el AMS I, luego de haber volado en el transbordador Discovery, en junio de 1998, y haber sido ser examinado por la NASA durante este periodo.

Hay que aclarar que cuando se quiere observar hacia lo más profundo de la materia es necesario alcanzar rangos de energía fabulosos. Las partículas que se producen en CERN viajan prácticamente a la velocidad de la luz y su existencia es de apenas unas millonésimas de segundo. Los aceleradores son fábricas de partículas y los detectores, una especie de finísimos cuchillos para “rebanar” la numerosa variedad de entidades que surgen de ahí y registrar su huella. Pero como sabemos que existen otros chorros de rayos y partículas, antipartículas y materia oscura, se han ideado detectores de diversa índole. Uno de ellos es el espectrógrafo construido por el equipo del físico norteamericano de padres chinos Samuel Ting, Premio Nobel de 1976.

Ting es excéntrico y muy dinámico. Cuando supe que estaba en Ginebra y, junto con Burger, una mañana me acerqué a pedirle una cita, me sonrió y me despachó con su secretaria particular, quien me llamó por la tarde para fijarla a las once de la mañana ¡seis meses más tarde en su oficina del MIT! Cuando alguien gana el premio Nobel, por lo general lo recibe en edad muy adulta, así que sólo le resta impartir conferencias y expresar sus buenos deseos hacia la humanidad. Pero Ting lo obtuvo a los 40 años de edad, de manera que dos décadas después estaba probando su juguete en el espacio. Este prototipo tenía en el centro un imán, rodeado una selva de conexiones electrónicas; al ser bañado por la lluvia cósmica en la trayectoria del transbordador orbitando el planeta, debía almacenar las huellas de las diversas partículas y antipartículas, y transmitir los datos en línea a la Tierra. Esto no sucedió: sólo consiguió almacenar los valiosos datos. Pero el artefacto demostró que funcionaba, que era factible perfeccionarlo y enviar una nueva versión al espacio.

La influencia y el prestigio del profesor Ting es tal que logró convencer a la NASA de que el transbordador Endeavour debía realizar un último vuelo (no programado) a fin de depositar su AMS II en la Estación Espacial Internacional, juguete que ya ha generado sus primeros éxitos: ofrecer fuertes indicios sobre la naturaleza de la enigmática materia oscura.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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