¿Quién teme a la diferencia? El supuesto delito de pronunciar distinto

Que un hablante pronuncie un sonido de un modo no normativo ha tendido a producir extrañeza en el resto de hablantes, a pesar de que la comunicación no se viera afectada.
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El otro día iba andando por la calle y una pareja estaba discutiendo sobre cómo se pronuncia la palabra Rioja. “Riojjjjja” –decía el– “con jota, aquí, en la garganta”; “Riohhhha” –decía ella, visiblemente afectada porque no era capaz de emular a su compañero–. “Pero, ¡es lo mismo!” –se quejó ella–. “No, no es lo mismo” –dijo él–. Y así, entre risas, los dejé, porque yo caminaba más rápido. Y me quedé pensando en que los dos tenían parte de razón. ¿Qué significa ser lo mismo? Ella tiene razón, porque pronunciar como él o hacerlo como ella no afecta al significado. Aunque se pronuncie de forma distinta, el mensaje está preservado, siempre que no se rebasen ciertos límites; y él tiene razón, porque al escuchar un sonido distinto al habitual, la sensación suele ser la de desagrado. El que habla distinto, es verdad, genera cierto rechazo entre los demás. Y nadie quiere esto.

Antes de seguir adelante quiero aclarar que no voy a hablar aquí de los casos en los que se rebasan determinados límites perceptivos y esto afecta al significado de lo que se dice, como cuando un hablante extranjero, al hablar en español, pronuncia la r como l (que es un fonema distinto) y eso hace que no se entienda lo que quiere decir. 

Cuando un aprendiente de una segunda lengua o un niño con dificultades en el lenguaje confunde fonemas, el problema es importante, porque afectará a su comprensión, a su inteligibilidad e incluso a su competencia lectoescritora. Es difícil aprender a escribir bien cuando no distingues los fonemas. ¿Cómo decidir entre la grafía l o la r si para ti no hay diferencias? Todo esto, además, tendrá consecuencias en el modo en el que se relacione con otras personas, porque la comunicación se verá afectada.

Otro asunto distinto (y de esto quiero que hablemos hoy) es cuando, sin afectar a la comprensión de lo que se dice, alguien pronuncia un sonido de modo distinto a como estamos acostumbrados. Puede ser porque pertenezca a una variedad diferente a la nuestra, porque esté hablando en una lengua segunda o porque tenga un trastorno del habla. Sea por lo que fuere, que un hablante pronuncie un sonido de un modo no normativo ha tendido a producir extrañeza en el resto de hablantes y, a pesar de que la comunicación no se vea afectada, ha sido tradicionalmente causa de rechazo o discriminación. De manera irracional, las personas que pronuncian de modo distinto algunos sonidos han sido percibidas como menos inteligentes que el resto. 

En el ámbito de la enseñanza de idiomas, un estudiante que pronunciara de forma no normativa solía ser infantilizado. Como si pronunciar diferente los sonidos lo convirtiera en menos adulto. Probablemente, esta reacción fue una de las responsables del furor con el que no pocos ciudadanos buscaban hablantes nativos como profesores de idiomas. El objetivo no era simplemente ser inteligible, sino pronunciar de modo normativo. Afortunadamente, hoy en día el panorama ha evolucionado considerablemente. En la actualidad, los aprendientes han entendido que, salvo que quieran ser espías, pronunciar los sonidos como un nativo no es un objetivo en sí mismo. Entre otras cosas porque, ¿qué significa pronunciar como un nativo cuando las distintas variedades tienen diferentes alternativas de pronunciación? El mundo actual presenta una realidad migrante y todos somos conscientes de que existen diferentes formas de pronunciar un mismo fonema dependiendo de la variedad que se hable. La realidad es diversa y ya no nos da miedo.

Hemos evolucionado bastante en nuestra percepción de la pronunciación, tanto en el ámbito de la variedad, como en el de la enseñanza de idiomas. Y, sin embargo, ante determinados trastornos del habla, la discriminación persiste a día de hoy de manera incomprensible. A aquel hablante nativo, que pertenece a la misma variedad lingüística que el resto, pero que, por diferentes motivos, pronuncia de modo distinto, no se le perdona la diferencia. Y es que en el siglo XXI hemos avanzado en conciencia social (y ojalá no se retroceda), pero, sin embargo, hay un camino que todavía no se ha recorrido. Hay una fuente de discriminación que es urgente que se confronte al menos con la misma fuerza con la que enfrentamos la discriminación social y racial: el capacitismo. En su nombre, todo aquel que no se comporta funcionalmente como se espera de él sufre la desconfianza, la burla y el rechazo del grupo. 

Nos educaron en que la norma era un punto concreto y en que, por tanto, el que se desviaba de lo esperado no era normal. Pero resulta que la norma es más bien un intervalo y lo esperable es, por tanto, que dentro de esos límites, exista diversidad. Pronunciar algunos sonidos (como en español la ese, la jota o la erre, por ejemplo), de forma distinta no dice nada de cómo eres. Sentir incomodidad o incluso burlarte de quien lo hace, sí. 

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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