Noticias falsas, mujeres valientes y el periodismo como salvación

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Decir que The Post dialoga con el presente sería una subestimación. El relato sobre la publicación que hizo The Washington Post de los llamados “papeles del Pentágono” tiene paralelos tan claros con la guerra actual entre la prensa estadounidense y el gobierno de ese país, que parecería que se trata de un producto hecho a la medida. Esto es cierto –y no–. También intervinieron el azar y la intuición. Por ejemplo: la guionista Liz Hanna escribió la historia a mediados de 2016, meses antes de la victoria de Trump. Su interés era simplemente recrear la relación peculiar entre Katharine Graham, dueña de dicho periódico, y Ben Bradlee, su editor. La productora Amy Pascal, quien compró el guion de Hanna, sí creyó que podía funcionar como metáfora del presente. Su metáfora, sin embargo, era otra. Pascal estaba convencida de que Hillary Clinton sería presidenta, y pensaba que sería oportuno llevar a la pantalla la historia de una mujer –Graham– que superó obstáculos y renovó a su país. Con Trump en la Casa Blanca, este ángulo se desdibujó.

El guion llegó a Steven Spielberg en febrero de 2017, mes en el que Trump vetó el acceso a la Casa Blanca a los medios informativos más importantes de Estados Unidos. No sorprende que el director visionario comprendiera la relevancia de una historia como la de The Post, sobre el intento de Nixon de bloquear información que desacreditaba al gobierno. Aun así, Spielberg no podía prever que pocos meses después los mismos medios que publicaron los papeles del Pentágono serían los primeros en revelar indicios de la interferencia rusa en las elecciones presidenciales, o que otras tramas de The Post tendrían equivalentes en el Estados Unidos de 2017. En ambos universos, un medio liberal bajó del pedestal a demócratas idolatrados (el Kennedy encubridor; el Weinstein depredador), privilegiando la transparencia sobre la filiación partidista. En ambos universos, también, la rivalidad feroz entre The Washington Post y The New York Times (que, desde los años de Nixon, no había sido tan intensa) termina por beneficiar al país. Incluso, la historia de Katharine Graham parece encajar en la conversación feminista que tomó brío en los últimos meses de 2017. En medio del mea culpa colectivo por décadas de sexismo laboral, parece urgente narrar la historia de una mujer devaluada por los hombres de su familia y, hasta ese momento, por sus colegas masculinos. Esta coincidencia hará que se pase por alto el ninguneo que hace la cinta al rol de The New York Times, el medio que filtró los primeros fragmentos de los papeles del Pentágono. La película minimiza este hecho, por razones que el propio guion no logra justificar.

Además de capturar el zeitgeist de forma casi siniestra, The Post se inscribe en un género a prueba de balas: la investigación periodística. Pocas cosas seducen tanto a un espectador como la identificación con un héroe, y no hay héroe más accesible que un periodista decidido a hundir una institución. Para muestra, las decenas de premios (incluido el Óscar) otorgados a Spotlight (McCarthy, 2015), una película cuyos méritos eran temáticos, no tanto narrativos o estéticos.

Por todo lo dicho hasta aquí, The Post acumulará premios. Pero hay otra forma de verlo: esta película cautiva no por ser oportuna, sino a pesar de ello. La exaltación obvia de Grandes Valores –la libertad de prensa, la equidad de género, la osadía individual– puede generar en varios suspicacia o hartazgo. En The Post, sin embargo, el cinismo queda anulado por el asombro que, una vez más, provoca el talento de Spielberg para echarse a la bolsa a la audiencia. Uno se lo permite por una razón simple: sus argumentos no son ideológicos, sino frases audiovisuales perfectas. Es cierto que apelan a los buenos sentimientos pero, al final, la satisfacción que otorgan no es moral sino estética. Como resultado, los tópicos del género de investigación periodística –el editor titubeante, la tediosa verificación de pistas, la decisión de imprimir la nota incriminatoria– vuelven a sentirse frescos. La iluminación de Janusz Kamiński va a contracorriente de la fotografía realista y sin efectos que caracteriza al género, y eleva la trama de The Post al nivel de abstracción. Las escenas exteriores parecen ocurrir todas al amanecer, volviendo literal la noción de nuevo día. Al enmarcar a los personajes en sus ya distintivos halos de luz, Kamiński refuerza el idealismo de Spielberg: The Post no busca ser el relato sobre un incidente, sino una fábula atemporal –la única, la definitiva– sobre la integridad periodística. Otra carga de artillería es el score de John Williams, cuyo tono y efecto no hace falta describir. Es mancuerna de Spielberg desde 1974, y coautor de su estilo épico y exaltado.

El genio del director para narrar con la cámara sirve incluso para apuntalar puntos débiles, como el hecho de que Meryl Streep interprete a Katharine Graham. Tras su discurso anti-Trump en la pasada ceremonia del Óscar, la actriz se volvió estandarte del Hollywood progresista. Muchos dirán que esto la convierte en la protagonista ideal The Post. Sin embargo, esta aura interfiere en su creación de un personaje inseguro e introvertido como lo era Graham. En su autobiografía Una historia personal, la editora deja claro que sus sentimientos de inadecuación no la abandonaron ni siquiera después de que el Post provocara la renuncia de Nixon. Streep actúa esta vulnerabilidad, pero sus manierismos la traicionan en más de una escena. Spielberg lleva a su público a entender la perspectiva de una mujer intimidada a través de la composición visual: tomas cenitales cuando se ve a Graham tomando una decisión arriesgada o planos en los que, literalmente, se abre paso entre decenas de hombres. Lo mismo aplica para el reverso de estas secuencias, cuando Graham camina triunfal entre numerosas mujeres una vez que el Tribunal dicta sentencia a favor de la prensa. (Tom Hanks libra mejor el desafío actoral al construir a un Ben Bradlee no precisamente afable. Varios recuentos –incluido el de Graham– lo halagan como editor pero sugieren que su personalidad imponente podía pasar por petulancia.)

Como puede esperarse, las escenas más satisfactorias de The Post son las que muestran en términos claros la lucha entre el bien y el mal: el contenido de los papeles del Pentágono en contraste con las mentiras de cuatro presidentes; el impulso de la prensa de divulgar este contenido frente a la orden judicial de Nixon de impedir su publicación. Más complejas, sin embargo, son las escenas que muestran a Graham renuente a cortar de tajo sus relaciones con el poder. Tanto el matrimonio Graham como Ben Bradlee tuvieron amistad cercana con Robert F. Kennedy. Tras la muerte de su marido Phil, la editora continuó la amistad con Lyndon B. Johnson y su esposa. La película muestra el afecto de Graham por Robert McNamara, secretario de Defensa con ambos presidentes y responsable de la estrategia fallida en Vietnam. Con la decisión de publicar los papeles del Pentágono la editora traicionaría a amigos vivos y muertos. Uno de los arcos dramáticos más pronunciados en su vida –este sí bien expresado por Streep– fue la comprensión dolorosa de que un periodista no podía aceptar nada de un gobernante. No en una democracia; no si su labor consiste en pedirle cuentas.

Con esto, The Post se convierte también en espejo de un debate local: el que surgió hace unas semanas, cuando The New York Times reveló la injerencia de dinero público en la línea editorial de medios informativos mexicanos. Algunos de los señalados acusaron al diario neoyorquino de divulgar noticias falsas. Lo mismo le han reclamado sus enemigos históricos, aquellos que se oponen a libertad de expresión; en su momento Richard Nixon, ahora Donald Trump. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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