Vox es más ultraderecha clásica que populismo contemporáneo

El partido es autoritario y ultranacionalista, pero no tiene la fuerza ni el discurso de masas de otros partidos populistas de derecha en Europa.
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El domingo 7 el partido de extrema derecha Vox llenó el Palacio de Vistalegre. La prensa se sorprendió mucho. Abrió portadas y telediarios, a pesar de que, como han avisado varios analistas, sus posibilidades electorales son casi nulas. Como escribió Kiko Llaneras en Twitter, “Menos del 1% de españoles tiene pensado votar por VOX (último CIS). Igual es prematuro, y no neutral, presentarlo como un fenómeno real”. Y aunque crecieran mucho, seguirían siendo marginales. Pero llenar Vistalegre (unas 9.000 personas, más otras miles que quedaron fuera, según el partido) tiene mucho simbolismo y es un caramelo para la prensa: es donde han realizado mítines desde Felipe González hasta Podemos. Se interpreta siempre como una demostración de fuerza, cuando en realidad no es un medidor fiable. 

De esto se quejó el periodista de La Vanguardia Pedro Vallín en un hilo viral en Twitter, donde afirmaba que la prensa marca la agenda y a menudo sobredimensiona debates que benefician a partidos como Vox. “Si existe alguna posibilidad de detener el fascismo y si esa posibilidad pasa por el periodismo (son dos “y si”), no creo que dependa de cómo los tratamos, sino de silenciar su agenda racista e identitaria.”

Es cierto que la prensa consigue marcar temas, y que a veces, como han teorizado los estudiosos de las conspiraciones, simplemente refutar una conspiración sirve para reforzarla: a veces publicitarla, aunque sea negativamente, sirve para que los que no la conozcan se adhieran a ella. Vallín tiene razón en que a veces hay un discurso alarmista alejado de la realidad: con respecto a los crímenes (cuando España es uno de los países más seguros de la OCDE), con la inmigración. Esto activaría un “fascismo” latente en determinada población.

Pero la tesis tiene un problema. En Alemania y Suecia, por ejemplo, hubo mucha polémica porque no se informó de algunos problemas relacionados con la inmigración, algo que posteriormente aumentó la sensación de que las élites políticas y mediáticas estaban ocultando la realidad y engañando a la gente. Al discurso xenófobo se unió la conspiración de las altas esferas, lo que benefició al discurso antiestablishment de los populistas. Si creemos que problemas reales, o miedos reales (aunque estén infundados, pero eso da igual: existen y son sentidos como verdaderos) desaparecen si dejamos de hablar de ellos contribuimos a la brecha entre unas élites políticas y mediáticas y una población que puede sentirse desplazada.

Como ha demostrado el ascenso del AfD en Alemania, de los Demócratas Suecos, de Le Pen, los partidos de extrema derecha no responden simplemente a una demanda sino que a veces la crean: utilizan un lenguaje hiperdemocrático y antielitista, prometen autoestima y una recuperación de la identidad nacional, y usan un lenguaje aparentemente auténtico que transmite la sensación de que son sinceros y dicen la verdad. Esto atrae a gente que considera que ha perdido su voz, que no es escuchada, y que dice estar harta de la política convencional. Es decir: los fascistas no pueden ganar solo movilizando a los fascistas. Es posible que de los 9.000 asistentes al mítin de Vox en Vistalegre muchos sean decididamente ultras, pero eso no significa que el peligro de Vox esté en que hay millones de fascistas, sino en que puede convencer a miles o millones de personas de que voten a un partido de extrema derecha, a veces por motivos que van más allá de una agenda supremacista clara.

Es delicado hacer comparaciones entre la ultraderecha aquí y la que ha triunfado en EEUU o Europa. Pero hay un punto en común, que se vio en el mítin de Vox en Vistalegre. Es el discurso que se vende como auténtico, sin complejos, la hipérbole como una muestra de integridad, “las cosas como son”, la sensación de que cuanto más cabreado y sincero suenes, más razón pareces tener, y sobre todo la defensa de que lo que se dice es de sentido común, algo inobjetable. Es el discurso que hizo Podemos cuando inició su campaña más populista, y que fue dejando a medida que se radicalizó más ideológicamente, convirtiéndose en un partido más de izquierdas.

Sin embargo, la ideología pesa demasiado en Vox, que no parece suficientemente populista como para que pueda construir un movimiento transversal e interclasista. Como dice Jorge del Palacio, tienen un discurso demasiado marcado por los cánones clásicos de la derecha tradicional y nacionalcatólica española: “su nacionalismo se conjuga con valores morales tradicionales, un discurso económico liberal y una visión de la historia de España anclada a mitos como la reconquista o una lectura de la Guerra Civil en clave anticomunista.”

Tampoco es un partido que proponga un chovinismo de bienestar (un Estado de bienestar fuerte pero segmentado solo para los nacionales) como el que proponen ahora otros partidos de extrema derecha en Europa. En esto se parece a los leavers y Trump (más a este último). Hablan contra las élites pero forman parte de ellas (al menos las élites económicas y empresariales), y hablan en nombre del hombre común pero sus políticas económicas benefician claramente a los ricos. Trump consiguió vender medidas fiscales y desregulaciones que beneficiaban a los más ricos como si fueran para los más desfavorecidos. El populismo de derechas suele ser antielitista, pero surge de una batalla entre élites. Y hay una historia larga, y lo saben los marxistas cuando hablan de falsa conciencia, de votantes obreros yendo en contra de sus intereses.

Pero, más allá de condicionantes del sistema electoral, que les perjudica, Vox no tiene realmente un hueco todavía, al menos con su estrategia actual de derecha dura del barrio de Salamanca. En nacionalismo y política fiscal están demasiado cerca del PP (Casado tiene una agenda claramente neoliberal y ha hecho discursos sobre la nación española y el rey sonrojantes). No son suficientemente populares, tienen un líder desconocido y con muy poco carisma, y siguen siendo una especie de proyecto de rebotados del PP. Sus medidas son delirantes, una mezcla de autoritarismo y conspiracionismo ultranacionalista. Pero no dejan de ser de nicho: recuperar Gibraltar o prohibir los minaretes no parecen propuestas de masas en la España de hoy.

Quizá tenga éxito si consigue irse a Carabanchel, a Vallecas, a los barrios obreros, pero para ello tendrán que renunciar a ser un partido ultranacionalista auroritario clásico y elitista y convertirse en un partido más claramente populista de derechas: menos Reconquista, Franco, Guerra Civil, bajos impuestos y reducir el Estado, y más falangismo a lo Hogar Social (que son críticos con Vox por su liberalismo económico): redistribución para los nuestros, proteccionismo económico, soberanismo, antiliberalismo (y antineoliberalismo) y más barrio y clases bajas, que es donde más peligro tiene la ultraderecha hoy en Europa.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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