Sionismo y fresas “terroristas”

Israel existe porque combatientes sionistas ganaron una guerra para establecer su estado, y mantiene una ocupación de los territorios palestinos porque tiene la fuerza militar para hacerlo. 
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En una sección sobre la utilización de símbolos judíos como "homenajes" deportivos, caso de los equipos de fútbol Tottenham Hotspurs y Ajax, Franklin Foer (“How Soccer Explains the World”, 2004) nos recuerda un viejo y rudo adagio judío: “un filosemita es un antisemita que ama a los judíos”. De igual forma, el caso de Arthur Koestler, autor “The Thirteenth Tribe” y él mismo de ascendencia judía húngara, ilustra las dos caras del mismo esencialismo.

Como se recordará, el libro de Koestler avanzó la hipótesis de que la población judía askenazi desciende de los habitantes turco-mongólicos del reino de Jazaria (siglos VIII-X), convertidos al judaísmo y luego dispersados por Europa Oriental tras la conquista rusa de su territorio, y por ello, sin relación alguna con las poblaciones de Palestina. Según su biógrafo  Michael Schammell (“Koestler: The Literary and Political Odyssey of a Twentieth-Century Skeptic”, 2009), Koestler pensaba que “si podía probar que los judíos askenazi descendían de los jázaros, sería removida la base racial del antisemitismo y el propio antisemitismo desaparecería”. Tal es la crueldad del destino, que el libro de Koestler terminó siendo homenajeado por medios neonazis, y no es difícil entender por qué; la recurrencia a la fundamentación genética de la “raza” es para muchos un reconocimiento implícito del triunfo cultural del nazismo.

Koestler es precursor de Shlomo Sand (“La Invención del Pueblo Judío”), otro referente de los argumentos que postulan múltiples orígenes de la población judía, aunque el tema central de su obra, para uno que es politólogo, es más bien la creación, en el siglo XIX, de una identidad judía polítizada, en el sentido de que su concreción es el establecimiento de un estado. Los detalles históricos de la obra de Sand son parte de un debate aún abierto entre historiadores, genetistas, arqueólogos, etcétera, pero es difícil no estar de acuerdo al menos con parte del argumento general, que claramente tiene los ecos de las “comunidades imaginadas” de Benedict Anderson. No hay nacionalismo en el mundo que no tenga una profunda fundamentación mítica, que no sea, estrictamente hablando, una invento de la imaginación y, por supuesto, el sionismo no es la excepción. El carácter mítico y la “calidad” de los mitos de los nacionalismos no son los criterios para validar su legitimidad o falta de ella. Ese criterio es la fuerza.  

Todo esto viene a colación porque es sorprendente la cantidad de veces que uno se encuentra con debatientes que esgrimen la versión para consumo express de Koestler y Sand: los judíos askenazi son jázaros mongoles y por eso no tienen derecho a vivir en Palestina. Si uno se atreve a señalar la poca relevancia en la práctica del asunto del derecho histórico, y cómo las visiones esencialistas de la población judía son parte del arsenal retórico del antisemitismo, recibe diatribas que suelen comenzar con un: “eres un ignorante, lee a Shlomo Sand”, y terminar con una denuncia de ser cómplice del “sionismo internacional” por tratar de "ocultar" las “revelaciones” de Sand (cuyo libro es un bestseller en Israel) y Koestler sobre el origen "real" de los judíos askenazi (¡supersic!)

¿Pero qué dice Sand en realidad sobre el derecho de Israel a existir?

“Justifico la existencia de Israel no porque sea un derecho histórico, sino por el hecho de que existe hoy y cualquier esfuerzo por destruirlo traería nuevas tragedias. Además, el sionismo creó una nueva nación israelí que tiene el derecho a existir”.

Es decir, aun un crítico implacable de los mitos nacionalistas del estado israelí, como Shlomo Sand, sabe perfectamente que Israel existe porque combatientes sionistas ganaron una guerra para establecer su estado, y mantiene una ocupación de los territorios palestinos porque tiene la fuerza militar para hacerlo.

Prejuicios aparte, en mi opinión, muchas personas que se definen como simpatizantes del establecimiento de un estado palestino soberano emplean demasiada energía combatiendo el molino de viento que sólo algunos judíos ultraortodoxos se toman en serio, aunque algunos políticos israelíes de derecha también se suban al tren: la literalidad del “derecho histórico” sobre Palestina. Mientras tanto, el sionismo realmente existente, más secular y armado hasta los dientes, mantiene un enorme aparato de control administrativo-militar sobre la población palestina en los territorios ocupados. Zizek, en una rara concesión a Foucault, lo describe como una “microfísica del poder burocrático”; es decir, una miríada de disposiciones legales que regulan todos los aspectos de la vida de los palestinos y los condenan a una serie interminable de encuentros humillantes con la autoridad de ocupación. Véase este caso:

El 14 de mayo por la mañana, la estación local de la Radio Pública Nacional (NPR, por sus siglas en inglés) en Washington, D.C. emitió un breve reportaje sobre las dificultades de los productores agrícolas de Gaza para exportar sus productos. Desde 2007, Israel prohíbe la venta de productos de la franja en su territorio y en Cisjordania. Las consecuencias económicas han sido devastadoras; la tasa de desempleo es de 30%, un millón de personas dependen de raciones alimenticias de la ONU para sobrevivir y la industria local languidece. Algunos productos, como las fresas, pueden ser exportados a Europa, pero los europeos imponen estrictos controles de calidad que los productores locales, sin acceso a tecnología y créditos, no siempre pueden alcanzar. Para ilustrar la dimensión humana de la tragedia económica, NPR entrevistó a un productor local de fresas. Comentando sobre la imposibilidad de vender su producto en Cisjordania, esto dijo el productor en perfecto inglés con acento levantino:

“Cuando les pregunté a las autoridades israelíes por qué, dijeron que por ‘razones de seguridad’. Eso no tiene ningún sentido. Si una de mis preciosas fresitas (little beautiful strawberry) quisiera volarse en pedazos, lo haría en el avión (a Europa). ¿Por qué querría llegar a la casa de una familia palestina (en Cisjordania) y decir: ‘¡sorpresa, voy a explotar!’? No hay lógica.”

El caso del productor de fresas de Gaza ilustra a la perfección el enorme desequilibrio de poder entre las autoridades israelíes y el productor palestino. Los burócratas saben que el aparato militar que los respalda los exime en la práctica de justificar sólidamente sus medidas. El muro de la separación, torres de seguridad, cruces fronterizos interminables, identificaciones y permisos de todo tipo, etcétera; tales son las evidencias concretas del poder israelí como aparecen a los ojos palestinos.  Al productor de fresas solo le queda su sarcasmo como arma contra la ocupación, aunque quizá, si leyera a Shlomo Sand…

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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