La larga agonía del Che

Si alguien piensa que a la ocupación del “Che” se le puede llamar “autogestión”, es hora de que acepte que esta ha fracasado y ha degenerado en una lucha violenta por el control del espacio. 
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Poco antes de que finalizara la huelga de 1999-2000 en la UNAM, en una amplia reunión de la comunidad escolar, el director de la FES Acatlán narraba sus experiencias como miembro de la comisión de Rectoría para la solución del conflicto:

“El CGH nos entregó sus condiciones para el diálogo en el ‘Che’. Se rechazaron porque equivalían a una rendición incondicional de las autoridades”.

Un amigo muy cercano la pescó al vuelo:

“Antes de responder al punto concreto del Director quiero extenderles mi reconocimiento a las autoridades por haber aceptado finalmente que el nombre de dicho auditorio es ‘Che Guevara’”.

Durante décadas, el auditorio oficialmente llamado “Justo Sierra” fue, incluso para un funcionario al que se le había colgado la etiqueta de ultraconservador, simplemente el “Che”, un espacio de la comunidad, administrado por la Facultad de Filosofía y Letras, pero abierto a todas las expresiones universitarias. Antes de que iniciara la huelga del 99, convivían en el “Che” dos cineclubs, ambos organizados autónomamente por grupos de estudiantes, asambleas de todo tipo, funciones artísticas, conferencias y mesas redondas y, por supuesto, también actos oficiales de la facultad.  Cuando terminaba una actividad, uno recogía su basura, le dejaba el espacio al siguiente grupo, y todos contentos.

Ahora bien, aunque el “Che” representaba ese espíritu de autogestión universitaria mejor que ningún otro espacio de la UNAM, no era una excepción. En la FES Acatlán, por ejemplo, utilizamos los auditorios de la escuela para llevar a cabo todos los eventos que se nos ocurrieron; invitamos a varios dirigentes de izquierda (Heberto Castillo, Paco Taibo II, Amalia García, etcétera)  y hasta al Embajador de la Autoridad Nacional Palestina en México, quien habló durante tres horas sobre la brutalidad de la ocupación israelí y solo fue interrumpido por la ultra trotska local, que lo denunció como representante de la burguesía árabe y prorrumpió en gritos de “¡Viva Palestina Obrera y Socialista!”; hicimos asambleas informativas sobre el malogrado Congreso Universitario; nos fuimos a pitorrear de Jaime Mausán y sus marcianos de utilería; y escuchamos a Vicente Fox apuntarse para la presidencia desde 1997.

Es importante insistir en este recuento, por muy tedioso y repetitivo que sea, para contrarrestar una visión grosera y falaz que circula estos días: la idea de que peor que soportar a los grupos que han privatizado el Che sería devolverle el auditorio a la “burocracia universitaria”, que lo operaba “de espaldas a la comunidad” antes de la huelga. Es entendible que los más jóvenes ignoren la realidad de la administración del auditorio antes de 1999 y acepten acríticamente la mentira de que en el “Che” ha existido algún tipo de “autogestión” después de la huelga. También es entendible, pero no es en absoluto justificable, el oportunismo de muchos opinadores profesionales que se montan en la confusión estudiantil para saldar cuentas con la administración de Mancera en el GDF, para cultivar su imagen “radical” y contestataria en la opinión pública, y para cortejar a su base de seguidores en la UNAM.

No abundo en las condiciones del “Che” tras 14 años de abandono. Tampoco me detengo mucho en los ocupantes actuales del “Che”: son un grupo de vividores que han despojado a la comunidad universitaria de uno de sus espacios más simbólicos y entrañables, sobre quienes ya se ha escrito mucho. Me interesa sobre todo destacar la responsabilidad que nos cabe a los que no supimos tomar una postura clara en su momento.

El auditorio es ahora un cascarón infecto, pero eso no es nada que no se pueda reparar con recursos suficientes. Lo que agoniza frente a nuestros ojos, quizá irreversiblemente, es la idea del “Che” como espacio abierto de la comunidad universitaria. Junto con el “Che” se muere también el sentido común de muchos miembros de las corrientes de izquierda de la UNAM, su calidad moral para participar en las grandes transformaciones que requiere la universidad, y su honestidad intelectual.

Si alguien piensa que a la ocupación del “Che” se le puede llamar “autogestión”, es hora de que acepte que esta ha fracasado y ha degenerado en una lucha violenta por el control del espacio. Ningún método, aparte de la custodia del auditorio por parte de las autoridades universitarias, ejercida a través del personal sindicalizado y con base en la legislación de la UNAM, garantiza que no se repitan los actos de violencia como los del 3 de marzo. Hay que decirlo con todas sus letras: la sangre ha llegado al río y se ha estado cerca de terminar en un linchamiento. Por esta razón, las propuestas que exigen la salida de los actuales ocupantes y el traspaso del auditorio a una “asamblea estudiantil” son ingenuas en el mejor de los casos y muy irresponsables en el peor. La participación estudiantil en la administración del “Che” puede seguir perfectamente los lineamientos que existían antes de la huelga. Entonces no había nada que impidiera la organización y ejecución autónoma de proyectos colectivos estudiantiles, como cineclubs, ciclos de discusión, etcétera, los cuales simplemente se acomodaban a la disponibilidad del auditorio. La participación de las autoridades se limitaría a proporcionar el personal sindicalizado para la vigilancia y operación de las instalaciones y equipo, así como añadir sus actos oficiales al calendario abierto para toda la comunidad.

Para que esta autogestión sea posible es imprescindible insistir en el retiro de los ocupantes. En este punto, defender el diálogo como principio es tan loable como reconocer que, ante la absoluta negativa a retirarse del espacio, le corresponde a la autoridad iniciar los procedimientos legales necesarios para la restitución del auditorio a la comunidad. Independiente de que autonomía no significa extraterritorialidad, nadie quiere ver presencia policiaca en Ciudad Universitaria; así que cambiemos los términos de la ecuación y, frente a la evidencia de que los ocupantes no vacilan en iniciar la provocación, exijámosles no convertirse en una razón para que la policía entre al campus.

En estos largos 14 años de agonía del "Che", varios sectores de la izquierda universitaria han vivido entrampados en la consigna por encima del argumento, su fetichización de la autonomía universitaria y su ambivalencia frente a actos que atentan contra la convivencia entre universitarios. Devolver el “Che” a la comunidad y recuperar el espíritu autogestivo de su administración son pasos indispensables para reactivar una izquierda universitaria auténticamente crítica y comprometida con la institución.

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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