Contra la amenaza: la política

Frente al peligro protofascista de un candidato como Donald Trump, es fundamental apostarle todo a la política como lo que es: el arte de la deliberación, persuasión y discernimiento en un contexto siempre cambiante. 
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La bestia nos respira en la nuca. Donald Trump no perdió tiempo para tratar de capitalizar la indignación por los ataques terroristas en Bruselas, repitiendo la misma cantaleta de incoherencias sobre refugiados sirios que “interesantemente tienen celulares” y nadie sabe quiénes son, el uso de la tortura contra los sospechosos de terrorismo. Y añadió nuevas perlas, como el hecho de que Bélgica ya no es la misma Bélgica de hace veinte años, “una de las ciudades (sic) más bellas” del mundo.

Justo unas horas antes de que se conociera la noticia de los atentados en Bruselas, CNN dio a conocer una encuesta sobre la elección general en noviembre que perfilaba una catástrofe para el candidato de los muros y los tough deals. Trump se ubica 12 puntos por debajo de Hillary Clinton y a casi 20 puntos de Bernie Sanders. Es difícil anticipar en qué medida la ansiedad producida por el terrorismo en Europa entre los votantes estadounidenses ayudará a Trump a cerrar la brecha con los candidatos demócratas, lo que sí es seguro es que el magnate desplegará una estrategia de surfista, instalándose en la cresta de cada ola de miedo, ansiedad económica y manifestación de violencia para deslizarse hacia la victoria electoral.

El ascenso y popularidad de Trump, se ha dicho hasta el cansancio, han tomado por sorpresa a analistas, críticos y hasta simpatizantes. En octubre, en este mismo espacio,anticipé un descenso de la popularidad de Donald Trump, luego de un percibido clímax veraniego. El error del que partimos muchos, un error que se debe enmendar sin dilación, fue pensar que Trump era un problema exclusivo del Partido Republicano, el cual ajustaría las estructuras para cerrarle el paso a un candidato con tan pocas probabilidades de éxito en la elección presidencial de noviembre.

Si hubiéramos recordado una de las máximas de la literatura de terror habríamos podido anticipar mejor el resultado: todos los monstruos se vuelven siempre contra su creador. El llamado establishment republicano recuerda al pobre Charles Dexter Ward, protagonista de la historia del mismo nombre de H. P. Lovecraft. Como los republicanos, Ward era heredero de un linaje tan rico en abolengo como decadente. Desconectado del mundo contemporáneo, Ward prefirió resucitar a un antepasado poderoso, investido de todos los poderes de un mundo en ruinas. Sin embargo, en vez de restituirlo en la cúspide de su gloria, el antepasado –mágicamente convocado– terminó matando a Ward y sustituyéndolo para perseguir sus propios fines. De esta forma, el monstruo vampírico creado por Ward se volvió  un problema de toda la comunidad, que debió sortear mil peligros para vencerlo.

De igual forma, Trump, creado mediante la alquimia de siete años de obstruccionismo republicano y una virulenta retórica contra la administración de Obama, ha devorado al partido que lo hizo posible y se ha vuelto ahora un problema de todos. ¿Cómo enfrentarlo?

De entrada, y esto parecería de libro de texto, es imprescindible desterrar el determinismo de toda estrategia anti-Trump. Ni los cambios demográficos, ni la idea de que el centro político estadounidense es refractario al extremismo operarán por sí mismo para conjurar la amenaza. León Krauze acaba de publicar un excelente perfil de un simpatizante hispano de Trump. Nadie está a salvo de la hipnótica fascinación por la retórica y el performance del millonario neoyorkino.

Todo esto viene a colación porque en las redes sociales y en algunos artículos en medios del sector progresista estadounidense se han vertido opiniones que simplifican tanto el análisis de las fuentes de apoyo a Trump como las posibles respuestas, y presentan como opciones mutuamente excluyentes lo que no son sino piezas de una misma estrategia amplia. Por ejemplo, el debate estéril sobre la preeminencia del racismo versus la ansiedad económica como variables que explican la popularidad del millonario. Asimismo, la idea de la inevitabilidad del triunfo de Hillary Clinton en las primarias demócratas y la percepción de que es la mejor posicionada para derrotar a Trump en la elección general, a pesar de que las encuestas, como se mencionó al principio, le otorgan a Sanders una ventaja mucho mayor sobre Trump. Por el lado del senador por Vermont, hay también una visión reduccionista de su potencial apoyo entre la clase trabajara blanca como arma privilegiada para contrarrestar la popularidad del neoyorkino.

En política toda explicación es incompleta y toda estrategia es por definición flexible. Conducir tanto una campaña electoral como una movilización masiva es como gambetear en terrenos cortos, hay que llevar la pelota cortita y al pie. Si una gran manifestación de repudio, como la que vimos en Chicago, termina dándole la oportunidad a Trump de presentarse como víctima de los activistas y expandir así su base de apoyo, habría entonces que replantearse la pertinencia de ese tipo de actos, en vez de aferrarse a ellos como imperativo moral. Si Hillary Clinton es la candidata demócrata, habría que evitar dar por sentado una ventaja de género y de apoyo entre afroamericanos y latinos. Si el candidato es Sanders, es crucial no volver a caer en el determinismo economicista de la vieja izquierda.

Frente al peligro protofascista de un candidato como Donald Trump, es fundamental apostarle todo a la política como lo que es: el arte de la deliberación, persuasión y discernimiento en un contexto siempre cambiante. 

 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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