Con el Brexit se confirma que las sociedades democráticas necesitan terapia para la ansiedad

Los Brexiters son como la voz interna de la persona con ansiedad: quieren protegerse, pero no saben bien de qué o de quién, ni mucho menos cómo. 
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Cualquier persona que haya sufrido ansiedad lo sabe. Una voz interior surge en la cabeza, sin avisar: “nunca te sale bien nada”. “Seguro está diciendo mentiras”. “Esto va a ir de mal en peor” “Todo es por culpa de fulano”. “Si tan solo zutano cambiara”… La reacción natural es tratar de callar esa voz, o ignorarla. Pero es insistente y genera reacciones en el cuerpo: el pulso se acelera, el estómago se contrae, las manos sudan. Surgen el miedo y el enojo. La persona se siente obligada a defenderse de un exterior hostil. Quiere cambiar a los demás y al mundo. Se queja, agrede, ofende, y al mismo tiempo reclama comprensión a gritos. Les pide a todos que cambien, sin lograrlo. La persona se frustra y se sume más en la neurosis.

Un remedio terapéutico es que la persona logre entender que la voz no puede ni debe controlarla. Que lo que dice no es la verdad absoluta. Que más que reprimirla, hay que establecer un dialogo interno para entenderla y poner lo que dice en perspectiva. Lo más importante es saber que la voz en realidad es uno mismo, tratando de protegerse del dolor, del rechazo, de la vergüenza, de la culpa o del daño. La ansiedad es un mecanismo de defensa que, como una sirena de alarma, puede salvarnos cuando hay una amenaza. Pero si se descompone y se queda encendida sin razón, aturde, confunde y cansa.

Con el Brexit se confirma que las sociedades democráticas necesitan urgentemente terapia para la ansiedad. El análisis inmediato afirma que los votantes que llevaron al Reino Unido fuera de la Unión Europea son como hooligans; que triunfó el racismo, la ignorancia, la desinformación. Los Brexiters son personas viejas, provincianas e incultas, que no sabían lo que estaban haciendo.

Esta es una explicación cómoda para algunos, pero insuficiente para entender lo que está pasando en las democracia. Pienso que los Brexiters son como la voz interna de la persona con ansiedad: quieren protegerse, pero no saben bien de qué o de quién, ni mucho menos cómo. Son la alarma descompuesta que se activa igual ante amenazas reales que imaginarias. Los votantes del Brexit son también la voz de quienes se sienten lastimados en su dignidad porque su forma de vida –su religión, su empleo, su concepto del sexo y del matrimonio, su forma de criar a sus hijos, y la relativa homogeneidad racial de sus comunidades– es considerada “retrógrada”, “cerrada”, “intolerante”, “cosa del pasado”. Son los heridos de la globalización, los aplastados por el avance de la sociedad post-moderna, de instituciones líquidas y valores cambiantes.

Esa ansiedad es la misma de la que se ha aprovechado Donald Trump. “Todo es culpa de los extranjeros”; “el crimen lo provocan los inmigrantes”; “estábamos mejor antes sin tanto mexicano”; “se están llevando nuestros trabajos a otros países”; “aquí hay mucho parásito que vive de nuestros impuestos”; “un muro arreglaría las cosas”. Trump es el farsante político más exitoso de los últimos tiempos, porque ha tomado emociones reales y las ha usado magistralmente para su beneficio. Su mejor castigo sería ganar la presidencia, porque sólo así la gente que hoy lo venera se daría cuenta de su engaño y le daría a beber el veneno del narcisista: el desprecio. Pero, al igual que con el Brexit, el precio de esa lección para unos cuántos sería demasiado alto para todo el mundo.

En México, la voz de la ansiedad también nos habla a gritos. Nos dice, no sin evidencia, que “las cosas están peor que nunca”, pero no ofrece alternativas de salida más que el miedo y el enojo que paralizan. Porque al final de cuentas ¿qué podemos hacer nosotros, los pobres ciudadanos, cuando “todo es culpa de los políticos”? ¿Qué nos queda por hacer si “la mafia en el poder” nos impide cualquier avance a través de un enorme “compló”? ¿Cómo aspirar a tener un gobierno decente si “la corrupción es cultural”?

Esa voz nos está convenciendo de que “la democracia es una farsa”, que “votar no sirve de nada” porque “todos los políticos son iguales”. Y el efecto es tóxico: meternos en una nube de enojo y desaliento que parece no tener salida, más que esperar a que llegue alguien de fuera del sistema, un líder fuerte que sacuda al sistema corrupto y decadente. Como una mente ansiosa, nuestras sociedades pueden actuar irreflexivamente. Ahí están el Brexit y Trump como prueba. Ahí están los votantes arrepentidos, googleando al día siguiente “¿Qué es la Unión Europea?” para entender qué fue lo que hicieron. Imagino a los estadounidenses googleando “¿Qué es la democracia?” al día siguiente del Trumpagedón.

¿Cómo romper el ciclo de la ansiedad? La receta terapéutica dice que, cuando la voz negativa habla, la persona no debe reprimirla o ignorarla. Al contrario, debe escucharla de manera consciente, cuestionarla, exigirle evidencia, poner en contexto sus afirmaciones, razonar con ella acerca de las consecuencias de tomar decisiones basados sólo en el enojo y el temor. Una persona que logra superar la ansiedad no se deshace de la voz interna. Más bien le pone límites, la escucha, la pondera, contrasta sus dichos con la evidencia a la mano, y después toma sus decisiones. Lo contrario de la ansiedad no es la calma, sino la atención consciente al pensamiento propio.  

De la misma forma, creo que nuestra sociedad debe establecer un dialogo interno con esa voz que hoy reclama atención. Ahí reside el enorme reto de generar un nuevo discurso público. Uno que transforme la queja y el enojo en acción constructiva, no en el miedo e incertidumbre que son el alimento de los populismos de derecha e izquierda. Un discurso público que detone el diálogo, y que nos ayude a reconocer que más que algunos culpables de los problemas, todos somos responsables de las soluciones. Un discurso que no solo se enfoque en lo que hacemos mal, sino también en las cosas que se hacen bien. Un discurso que deje de defender la ilegalidad y la corrupción y que en vez de venganza, hable de justicia. Y, sobre todo, un discurso nuevo que reconozca a las personas que se han quedado atrás y se sienten excluidas, lastimadas o ignoradas por el sistema. Solo así nos empoderaremos a nosotros mismos para cambiar en serio nuestra propia realidad.

 

 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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