Terminator, Salvación, solemnidad, estruendo y cyborgs con paliacate

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Terminator es una de las épicas fundamentales del cyberpunk y una referencia obligada de la cultura contemporánea. ¿Qué cinéfilo medianamente instruido desconoce la razón por la que un cyborg asesino, en forma de Arnold Schwarzenegger, viaja en el tiempo desde el año 2029 a 1984? Esta aventura se ha conformado en uno de los mitos fundadores de la era digital: el progreso vertiginoso en materia de computación da lugar a la creación de una red computarizada planetaria denominada Skynet, la cual adquiere consciencia y al establecerse como la especie superior del planeta procede a eliminar, mediante un holocausto nuclear, a su competencia más cercana: la raza humana.

Si de algo adolece el nuevo episodio de la saga de Terminator es de perder su identidad. Salvation, como era de esperar, es otra reflexión en torno a lo que significa ser humano. Una vez más tenemos una confrontación entre hombres (y mujeres) y máquinas astutas y malignas pero en este caso las vistosas coreografías mecanizadas que puso en escena el director McG tienen una pesada carga referencial. Si bien el filme comienza con una escena carcelaria que nos remite a Dead Man Walking (Tim Robbins, 1995), en pocos minutos estamos hundidos en una persecución posapocalíptica de vehículos en medio de un desierto, con todo y un niño semisalvaje y semimudo, al estilo de Mad Max 2 (George Miller, 1981); los protagonistas deben confrontar enormes maquinas mutables que evocan a los Transformers (Michael Bay, 2007) y cargan con corrales para humanos, al estilo de los que tienen los invasores sedientos de sangre de la reciente versión fílmica de la Guerra de los mundos, de H.G. Wells, (Steven Spielberg, 2005); y ¿cómo ignorar la clara evocación, casi grosera, de las filas de obreros que marchan a las entrañas del Moloch de Metrópolis (Fritz Lang, 1927)? Terminator es una paráfrasis del mito frankensteiniano de Mary Shelley, cualquiera podía entender eso, sin embargo en este episodio McG y sus guionistas sienten la necesidad de introducir a un nuevo personaje que viene a reivindicar la afiliación con ese relato gótico, a enfatizar en carne y metal que los hijos de nuestra mente serán nuestras víctimas y verdugos.

Salvation es muchas cosas pero antes que nada es otra proyección de la neurosis de una sociedad en guerra, enajenada por su incapacidad de asir las consecuencias de los conflictos en que está involucrada. De tal manera la cinta está repleta de imágenes de otras guerras cinematográficas, desde la gesta heroica de la Segunda Guerra Mundial, a la que hacen alusión los altos mandos de la Resistencia desde su base submarina, con sus uniformes maltratados y sus acentos de las islas británicas, hasta la obvia referencia a la necedad belicosa del régimen Bush, sintetizada en las palabras del exmandatario: “Stay the course” (“Mantener el rumbo”, frase de la cual después renegó), pasando por el emblema mismo de la decadencia militar estadounidense, la guerra de Vietnam, revivida aquí a través de los característicos helicópteros Bell UH-1H de esa era.

El filme de McG (Joseph “McG” McGinty Nichol) tiene una estética oscura donde no cesa el estruendo metálico y cada toma es una obsesiva composición de imágenes sombrías, deslavadas y viradas al ocre. Fuera de un predecible guiño interno, McG ha eliminado la ironía y el humor que contenían los demás episodios de la serie (I’ll be back, Hasta la vista Baby, etc.). Cameron sabía como introducir tan sólo el humor indispensable para no afectar la inevitabilidad de la hecatombe, McG en su frenética urgencia de violencia y su neurótico Sturm und Drang, no tiene tiempo para eso. Y este cambio hace pensar en lo que le sucedió a James Bond desde que Daniel Craig interpreta al agente británico: la narrativa en ambos seriales se volvió adusta, seca y brutal. Al robar esos parpadeos cómicos que humanizan la trama, nos quedamos con elementos inexplicables y paradójicos como el hecho de que un terminator metálico lleve un paliacate en la cabeza, lo cual únicamente funcionaría en un contexto menos solemne.

Pero lo más inquietante de esta Salvación es que el subtexto mesiánico de la historia, donde John Connor es el redentor de la humanidad, perdió su aura de misterio, de incertidumbre y de paradoja científico-tecnológica para volverse alegoría narcisista y materia de cuento de hadas.

– Naief Yehya

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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