Sobre la posteridad de cuatro autores

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En días pasados se cumplieron treinta años de la publicación de la obra de Edward Said, Orientalism. Para saber si uno ha envejecido, el espejo puede ser engañoso; nada mejor que someterse al juicio de los demás. El periódico inglés, The Guardian, publicó, durante una semana, un ensayo diario que no mira tanto al texto como al tiempo que ha pasado desde su lanzamiento. Por su parte, el Times Literary Supplement ofrece un texto de talante desmitificador escrito por Robert Irwin.

Además, traemos a cuento al espía por excelencia y a su creador. 100 años se cumplieron del nacimiento de Ian Fleming, y la empresa familiar en la que se ha convertido su nombre tuvo a bien ofrecer una nueva novela del agente 007. Aunque no ha sido recibida con agrado unánime, resulta interesante descubrir la organizada manera que tiene la familia de dar mantenimiento preventivo a la posteridad de Sir Ian.

Aunque el caso anterior nos demuestra que la posteridad es de quien la trabaja -ahí está el pintoresco y ejemplar Hunter S. Thompson, por mencionar sólo a uno- el aura de invulnerabilidad que da la fama tiende a disiparse. Más cuando algún pariente aparece, inopinadamente, en escena. Recordamos ahora la controversia que un inédito de Vladimir Nabokov ha suscitado: su hijo, Dimitri, vacilaba, dividido entre destruirla según los deseos de su padre o publicarla. Parece que al final se impuso la oportunidad editorial y el manuscrito será publicado. La grandeza del padre no está en entredicho, pero siempre es desconcertante y hasta tranquilizador descubrir a esas figuras tutelares manchadas por el lodo.

– La redacción

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