“Trump es la expresión máxima de la dolarocracia” una entrevista con Andy Robinson

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Corresponsal de La Vanguardia en Estados Unidos, Andy Robinson (Liverpool, 1960) reúne en Off the Road (Ariel) una serie de reportajes sobre Estados Unidos hoy. Se trata de textos a través de los cuales Robinson describe un país contradictorio: por un lado, un país atrapado desde los años noventa en la política corrupta de la dolarocracia, un país aferrado al miedo paranoico, a la desconfianza xenófoba, a las ansias por la auto-defensa y, por el otro lado, un país que comienza a despertar, descreído por el sistema neo-capitalista, un país que recupera su tradición inconformista, que arraiga en los años veinte y tiene su máxima expresión en los sesenta.

Partiendo del subtítulo de su libro: miedo, asco y esperanza en América, ¿siente más miedo, más asco o más esperanza hacia Estados Unidos?

El recorrido del libro empieza un poco apocalíptico, en el suroeste de Estados Unidos, donde observo una sociedad que no está haciendo nada frente al cambio climático, siendo Estados Unidos el país que marca las pautas con respecto a las políticas en torno al clima y además uno de los que más emisiones de CO2 produce. El recorrido por el desierto de Nevada y Arizona es desesperanzador: me encuentro con ciudades con baja densidad de edificación, llenas de McDonald’s, de centros comerciales, de espacios artificiales donde el consumo de agua es, paradójicamente, altísimo.

Las primeras impresiones están lejos de todo optimismo.

Efectivamente, es una visión muy negativa, incluso inquietante. Sin embargo, al recorrer el resto del país, descubro los matices y otras realidades. Percibo la idea de que se ha llegado un límite empujados por un mercado salvaje y por la consecuente destrucción de la sociedad y la cultura, siguiendo el patrón del capitalismo corporativo. Y puede que el hecho de haber llegado hasta tales límites haga posible que, a modo de respuesta, Estados Unidos sea uno de los países que dé la vuelta a la situación.

¿Bernie Sanders es el reflejo de este cambio, de la percepción de que se ha llegado demasiado lejos y que debe cambiarse el modelo político y económico?

Segurísimo, y también lo es el éxito en Nueva York de De Blasio, un alcalde a la izquierda del partido democrático que ha conseguido los votos gracias a un discurso basado en políticas y de clase. Y lo es el movimiento Occupy Wall Street, que ponía de relieve que estaba cambiando el discurso político en Estados Unidos. Por primera vez se habla en los medios de desigualdad social, de problemas de polarización de la renta, de la desaparición de los buenos salarios y de la crisis de la clase media. Y todas estas cuestiones se pusieron de manifiesto de una manera muy sorprendente en la campaña de Sanders, alguien socialista, alguien que representaría la izquierda progresista de Estados Unidos. .

Afirmas que el apoyo de Sanders por parte de los jóvenes se entiende, en parte, porque las nuevas generaciones no vivieron la Guerra Fría y, sobre todo, son ajenas a la criminalización del socialismo y del comunismo.

Durante toda la época de posguerra y del macartismo, hubo una demonización del comunismo que duró muchos años, sin embargo, ahora, los jóvenes tienen otros referentes y el viejo discurso anti-comunista ya no sirve. Actualmente empresas encuestadoras –tal como la publicada en el Washington Post en abril de este año, o en thefederalist.com– dan datos muy reveladores: los jóvenes prefieren el socialismo al capitalismo. Sanders sería la personificación de este cambio

¿La juventud norteamericana es el contrapunto a la percepción apocalíptica?

Viajar por Estados Unidos me ha permitido descubrir realidades alentadoras con respecto a ese sentimiento de apocalipsis del inicio. Pienso, en particular, en Vermont, un estado donde hay movimientos secesionistas que representan una especie de contracultura que se inspira en aquellos movimientos contraculturales, puede que algo utópicos, de los años sesenta y que tuvieron a San Francisco como ciudad principal.

¿Podemos hablar de un retorno ese espíritu contracultural?

Hay una línea de continuidad, no se puede explicar lo que está pasando hoy en Estados Unidos sin tener en cuenta que hay una tradición de inconformismo, tradición que se percibe muy poco desde Europa. Tendemos a pensaren a Estados Unidos, sobre todo la izquierda europea,  como el imperio del mal. Y no es así en absoluto.

Paralelamente a todo esto, está el fenómeno Donald Trump. ¿Se está configurando Estados Unidos como un país dividido en dos polos contrapuestos?

En parte sí y esto se debe a que ha colapsado el centro bipartidista, un espacio hasta ahora consensuado para políticas neoliberales compartidas por Clinton, por los Bush y, en parte, también por Obama. A nivel económico las diferencias siempre han sido pocas; durante mucho tiempo votar en Estados Unidos era elegir entre dos partidos que reconocían un mismo modelo de globalización y de mercado.

 Describes a Trump como el resultado del sistema corrupto de la dolarocracia.

Trump es la expresión máxima de la dolarocracia y, al mismo tiempo, la subvierte porque en vez de ser el político comprado por el plutócrata, él es el magnate multimillonario que defiende su independencia y su capacidad de limpiar el sistema corrupto gracias a su propia fortuna. Trump afirma que él sabe perfectamente que el sistema es un sistema amañado y corrupto porque ha sido testigo y protagonista de esa corrupción: no tuvo ningún problema en decir, en uno de los debates televisados entre los candidatos republicanos, que él había dado dinero a todos los candidatos allí presentes. Y, no sólo, dijo que anteriormente había también pagado a Hillary Clinton: “era habitual que yo diera dinero a Hillary Clinton y, al cabo de dos meses, la llamara pidiéndole lo que quería”.

¿Hillary Clinton es más susceptible a la dolarocracia que Trump, porque no necesita que lo compren?
Hillary Clinton no es más que la representación de ese establishment de la dolacrocracia, de ese establishment financiado por las grandes fortunas y los bancos de Wall Street: recuerda las conferencias supuestamente financiadas por Goldman Sachs que ella no quiere reconocer. Y Trump destapa esta realidad de la dolarocracia de la que él ha formado parte a través de un populismo aberrante. Se presenta como el único defensor del sistema, el único capaz de solventar la corrupción del que él ha sido agente activo y como el defensor de América frente a sus “enemigos”.

Nos presentas al elector paradigmático de Trump: Glenn Spencer, un hombre que está convencido que los mexicanos quieren revocar el tratado de Guadalupe Hidalgo para dañar a los Estados Unidos.

Glenn Spencer representaba el discurso que hoy sustenta la campaña de Trump: un discurso del miedo paranoico hacia un país mucho pobre, como es México. Hay una parte de la derecha de Estados Unidos, sobre todo en las zonas de Arizona, que se ha organizado en torno a una xenofobia hacia México, una xenofobia que se sustenta en el miedo a perder la propia posición en el campo de trabajo. Se atribuye a la inmigración mexicana la pérdida de puestos de trabajos para los norteamericanos o caídas de salarios radicales. Sin embargo, estos miedos no tienen base real: quienes están liderando el contraataque de los sindicatos con respecto a las empresas son mexicanos.

Este liderazgo es particularmente evidente en Las Vegas, donde, a pesar de la oposición de Sheldon Adelson –el magnate hotelero, dueño del Sands y el Venetian en Las Vegas y accionista del proyecto Eurovegas–, los sindicatos tienen mucho poder.

Sheldon Adelson es el único que no reconoce los derechos sindicales y el sindicato HERE, que es el sindicato de los trabajadores de la hostelería, es muy fuerte en Las Vegas y sus líderes son casi en su totalidad mujeres hispanas. Por esto me resultó absolutamente lamentable que, cuando Adelson vino a España, Esperanza Aguirre estuviera dispuesta a desmantelar la legislación laboral para que se pudiera instalar Eurovegas. Es increíble: lo que no se le concede en Estados Unidos, se le concede a Adelson en España.

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